Previo a la primera vuelta electoral en Chile, escribí en este mismo espacio que Chile se encontraba en un péndulo, principalmente porque se pronosticaba un cerrado triunfo entre la derecha de Sebastián Piñeira y el independiente apoyado por la izquierda de Bachelet, Alejandro Guillier.
Al ver los números de la segunda vuelta de este domingo, que dieron el triunfo a Piñeira, éste creció con las alianzas hasta el casi 55%, o sea un 20% más, pero al final con una ventaja indiscutible. Mientras, el senador ascendió hasta el 46%, lo que representa que duplicó sus votos con el respaldo de las izquierdas, lo que le dará una posición muy fuerte en el Congreso y las regiones. El péndulo se movió a la derecha en las presidenciales.
Por otro lado, en Honduras, como preví después de las elecciones, el Tribunal Supremo Electoral ratificó al actual presidente Juan Orlando Hernández, en la reelección a pesar de la apretada diferencia de votos de apenas 1.7% y el no reconocimiento de los resultados por la Alianza de Oposición quien acusó de la “configuración de fraude” y la recomendación de la OEA de repetir el proceso; cosa que por cierto no está considerado en la Constitución hondureña.
Los chilenos reconocieron de inmediato los resultados, pero por desgracia los hondureños han llegado a la violencia, lo que marca una diferencia entre naciones que han avanzado y consolidado su sistema democrático.
Con estos panoramas, con sus respectivos sistemas electorales, los dos ratifican la tendencia en estos años en América Latina del mapa político en el que nuevamente se da un avance de los liberales frente a izquierdas divididas que se resquebrajan. Las razones son multifactoriales como está sucediendo en otros países como en Ecuador, que a pesar de que el actual mandatario, Lenin Moreno es de la misma tendencia política que su antecesor Correa, hoy se enfrentan a una lucha política por serias diferencias. Entre algunas, está el cargo judicial por sobornos recibidos por el vicepresidente, cercano al expresidente, por la famosa y multipresente empresa Odebrech que ha corroído las estructuras gubernamentales de tantos gobiernos y que hoy es uno de esos elementos de desestabilización.
En esta línea el caso de Perú no deja de sorprender, pues el presidente Kuczynski, después de haber negado sus ligas con Odebrech, tuvo que aceptarlo y pedir perdón por la mentira; situación que ha dado lugar a solicitar a la oposición parlamentaria su destitución por “incapacidad moral” para continuar en el cargo. De proceder, vendría un cambio en el que el espectro no se percibe en el horizonte más que quien adquiriría mayor fuerza es la opositora, pero también de la derecha, Keiko Fujimori.
En todo este ambiente, vemos un desgaste de gobiernos por corrupción, por ineficiencia gubernamental y por injerencias externas. Así mismo, una mayor participación, aunque sea a nivel de recomendaciones de la OEA y esa nueva corriente que muchos califican de pragmatismo cuando se trata de ejercer el poder.