¿Cuál es el papel de la inteligencia militar en el planteamiento y establecimiento de políticas? ¿O el rol del comandante de tropas frente a los medios de comunicación? La respuesta la podría tener el general Luis Crescencio Sandoval González, ya que con ese título fueron dos de los cursos que tomó hace varios años en su época de oficial subalterno en el Colegio Interamericano de Defensa en Washington.
El tema de ambos toma relevancia ante lo sucedido en los últimos días con su gestión como secretario de la Defensa Nacional, cargo identificado en documentos y en el argot militar como DN-1. Es temprano para conocer todas las consecuencias tras quedar documentada la existencia del Centro de Inteligencia Militar (CIM), con el dato fundamental que son quienes usan el software Pegasus para espiar a defensores de derechos humanos y periodistas. Este hecho constituye una de las derrotas estratégicas de la Sedena más sonadas en los últimos sexenios, no solo por la revelación de secretos sino por las consecuencias legales que podrían tener en el futuro los responsables de su uso en la cadena de mando.
Los analistas de la sección segunda –inteligencia militar— del Estado Mayor Conjunto de la Defensa Nacional (EMCND), son conscientes que entre el cúmulo de información de los correos electrónicos hackeados por el colectivo Guacamaya, existe información secreta, reservada y confidencial cuya revelación podrían generar crisis de distinta índole donde el primer filtro del desgaste ante la opinión pública es el alto mando y la institución.
Y eso fue lo que ocurrió esta semana con la revelación del uso fastuoso y sin recato de recursos públicos en viajes de placer que ha tenido el general secretario y su familia en los últimos años. En un medio como el militar donde la vanidad y la soberbia caracterizan a cierta oficialidad, cuyo rasgo común es poca experiencia operativa y ciertas conexiones políticas para obtener cargos públicos, el que DN-1 haya sido exhibido como un hombre inclinado por el lujo y la ostentación, es un golpe al eje de flotación del actual gobierno que se asume austero y alejado de la corrupción.
Antes que el general Sandoval otros secretarios de la Defensa han hecho gala de esa soberbia y empoderamiento. Con Ernesto Zedillo en la presidencia, el general Enrique Cervantes Aguirre pasó por alto los excesos de uno de sus hijos que utilizaba aviones de la fuerza aérea para irse de juerga al extranjero. El todopoderoso de cada sexenio es el secretario de la Defensa, es el único que no rinde cuentas a nadie, después del presidente es el único que puede hacer y deshacer a su antojo.
En sexenios anteriores esto ha provocado rencillas y celos con el titular de Marina. Sucedió con Cervantes Aguirre y el almirante José Ramón Lorenzo Franco, con la creación de unidades anfibias en el Ejército. Pasó con el general Guillermo Galván frente a la deferencia estadounidense con el almirante Mariano Saynez Mendoza en el sexenio calderonista. Y pasa ahora con la responsabilidad del uso del espacio aéreo que el presidente depositó en el Ejército y que molestó al secretario de marina. Los lujos y secretos develados pasan factura a DN-1.
@velediaz424