Hace un par de años celebré el Día de Muertos en un cementerio zapoteca en Oaxaca, cerca de Monte Albán. Fue idílico caminar por el mar naranja de cempasúchiles que había sobre la tierra, traídas por familiares a sus seres queridos al panteón. Las tumbas parecían flotar sobre las flores como barcas iluminadas por cientos de velas, creando una atmósfera mística y extrañamente, de paz. La leyenda cuenta que ese día los fallecidos regresan del más allá atraídos por sus objetos personales y sus comidas favoritas. En la cosmovisión indígena y de las culturas prehispánicas, el Día de Muertos es una fecha importante de homenaje a la vida y a la memoria, pero en nuestra cultura un poco más contemporánea, pareciera que se ha convertido en una fecha triste y luctuosa, sobre todo para aquellos que están al tanto del desarrollo político en nuestro país. Hay una muerte peor a la física, y es la sucede mientras uno está en vida y es testigo de la misma.
La degradación paulatina de la vida democrática de México se dirige a un lugar de “no retorno” y nos instaura en un luto constante que parece no cesar. Son varios los ataúdes que se han construido con los años, pero últimamente, parece maquila de sarcófagos financiados por el poder en turno, para meter los cadáveres asesinados por ellos mismos a sangre fría, que alguna vez dieron vida a la democracia en nuestro país. La reforma al Poder Judicial es un balazo al corazón a la división de poderes que lejos de acabar con la impunidad y facilitar el acceso a la justicia, la acentuará. Cada semana hay novedades del curso que lleva esta reforma. Muchos todavía prenden velitas de esperanza de que se matice la reforma, pero lejos de ello, llegan peores noticias y peores escenarios. La libertad, la autonomía y la independencia del Poder Judicial, se van a la tumba. La garantía de los derechos y la protección para los ciudadanos frente a abusos también se va al “hoyo”. El Fondo Monetario Internacional es pesimista respecto al crecimiento económico por la inestabilidad que genera esta reforma. Los derechos humanos se acribillan y con ello, la Constitución se va a la tumba. Sabemos que la muerte es democrática (porque nos llega a todos) y que no tiene retorno, pero la fe nos reconforta en que hay una transformación y una trascendencia hacia algo mejor. Estas reformas parecieran una “crónica de una muerte anunciada” donde la fe de que mejoremos es casi nula. Ni la esperanza de un altar al Poder Judicial podrá regresarlo de la muerte, aunque sea por un día. Nos estamos metiendo en un embrollo de problemas y estamos siendo testigos de vergonzantes simulaciones de un Estado Constitucional. Por lo pronto, espero viajar a otro destino famoso por la celebración del Día de Muertos y poner ofrendas y adornos, por la añoranza de los nuestros que ya no están y disfrutar de los colores de nuestras tradiciones, porque hablar de política sólo trae tristezas.
Maestra en Derechos Humanos, Consultora en resolución de conflictos y conservación de la paz para empresas
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