/ viernes 22 de marzo de 2024

Hacia, y después, del 2 de junio

Regresaremos de Semana Santa con la noticia de que faltarán dos meses para la elección presidencial. Reconozco que me pasó por la mente escribir sobre por quién votaré el próximo 2 de junio. Pero, a decir verdad, me pareció de lo más irrelevante y aburrido. Al final, votaré por quien dicte “la carne, el espíritu, la facultad rectora” –por quien yo quiera, pues.

Estimo más trascendental y necesario, en cambio, contribuir al desarrollo de una actitud política que me prepare para el día de la elección presidencial y, sobre todo, para lo que siga adelante. Votaré, pues, en solidaridad por aquellos que no podrán hacerlo por el miedo que produce la violencia y la inseguridad en algunas comunidades del país. Votaré en protesta por aquellos que, cuando pueden, la apatía les impedirá amarrarse los tenis, tachar la boleta y meterla en la urna. Votaré por aquellas personas que decidieron sacrificar un domingo con sus hijas o hijos y que, sin pretenderlo, les darán un ejemplo de responsabilidad cívica. Votaré en recuerdo de mi madre.

Sea cual fuere el resultado electoral, México seguirá existiendo; con sus retos e ignominias, pero también con sus bendiciones y potenciales. Posterior al 2 de junio, el tendero abrirá su tienda, el Godínez comerá su lunch a mediodía, el policía tendrá que comprar sus botas de trabajo, y navegaremos los desequilibrios políticos internos en Estados Unidos. Posterior al 2 de junio, veremos a la colega en quien confiamos, leeremos al columnista que nos irrita pero que no podemos dejar de leer, comeremos con aquel amigo entrañable que sabemos votó por la otra opción, abrazaremos a nuestros sobrinos y desearemos inspirarles amor al prójimo e ímpetu como motores de la vida pública, del mismo modo en que ellos lo inspiran.

Pero no es opción rajarse y alejarse del sistema porque no ganó nuestra candidata. O, desde una visión cínica y convenenciera, adaptarse al statu quo para luego decir “las horas que usted diga, Señora Presidenta”. Será insuficiente oponerse por oponerse al poder público, como si esto se tratase de una virtud política. Más aún, será inaceptable forzar una solución, la de cada quien, porque la derrota resulta algo inaceptable.

Más allá de la elección, necesitaremos colaborar con quien no estamos de acuerdo, no nos agrada o, incluso, no confiamos. Esa colaboración que no es control, ni subordinación, ni siquiera consenso. En todo caso, el único consenso sería que se tiene que hacer algo para mejorar nuestro futuro desde el presente. Esa colaboración que se traduce lo mismo en construir instituciones sólidas, efectivas, democráticas y renovadas, que en sacar a las personas de los escombros tras un terremoto, a costa de la vida propia. Esa colaboración que se resume en la frase del Popol Vuh: “No juntamos nuestras ideas. Juntamos nuestros propósitos. Y estuvimos de acuerdo, y después decidimos”.

Deseo que, por una parte, aquellos que resulten perdedores recuerden que “en la vida, a diferencia del ajedrez, el juego continúa después del jaque mate”. Por otra parte, deseo que la siguiente administración llegue preparada para los retos que se nos viene, porque no estarán dirigidos sólo a quien gane, sino a la sociedad en su conjunto que se la seguirá rifando más allá de un 2 de junio.


Discanto: Apreciable lector(a), que sea una profunda Semana Santa.

Regresaremos de Semana Santa con la noticia de que faltarán dos meses para la elección presidencial. Reconozco que me pasó por la mente escribir sobre por quién votaré el próximo 2 de junio. Pero, a decir verdad, me pareció de lo más irrelevante y aburrido. Al final, votaré por quien dicte “la carne, el espíritu, la facultad rectora” –por quien yo quiera, pues.

Estimo más trascendental y necesario, en cambio, contribuir al desarrollo de una actitud política que me prepare para el día de la elección presidencial y, sobre todo, para lo que siga adelante. Votaré, pues, en solidaridad por aquellos que no podrán hacerlo por el miedo que produce la violencia y la inseguridad en algunas comunidades del país. Votaré en protesta por aquellos que, cuando pueden, la apatía les impedirá amarrarse los tenis, tachar la boleta y meterla en la urna. Votaré por aquellas personas que decidieron sacrificar un domingo con sus hijas o hijos y que, sin pretenderlo, les darán un ejemplo de responsabilidad cívica. Votaré en recuerdo de mi madre.

Sea cual fuere el resultado electoral, México seguirá existiendo; con sus retos e ignominias, pero también con sus bendiciones y potenciales. Posterior al 2 de junio, el tendero abrirá su tienda, el Godínez comerá su lunch a mediodía, el policía tendrá que comprar sus botas de trabajo, y navegaremos los desequilibrios políticos internos en Estados Unidos. Posterior al 2 de junio, veremos a la colega en quien confiamos, leeremos al columnista que nos irrita pero que no podemos dejar de leer, comeremos con aquel amigo entrañable que sabemos votó por la otra opción, abrazaremos a nuestros sobrinos y desearemos inspirarles amor al prójimo e ímpetu como motores de la vida pública, del mismo modo en que ellos lo inspiran.

Pero no es opción rajarse y alejarse del sistema porque no ganó nuestra candidata. O, desde una visión cínica y convenenciera, adaptarse al statu quo para luego decir “las horas que usted diga, Señora Presidenta”. Será insuficiente oponerse por oponerse al poder público, como si esto se tratase de una virtud política. Más aún, será inaceptable forzar una solución, la de cada quien, porque la derrota resulta algo inaceptable.

Más allá de la elección, necesitaremos colaborar con quien no estamos de acuerdo, no nos agrada o, incluso, no confiamos. Esa colaboración que no es control, ni subordinación, ni siquiera consenso. En todo caso, el único consenso sería que se tiene que hacer algo para mejorar nuestro futuro desde el presente. Esa colaboración que se traduce lo mismo en construir instituciones sólidas, efectivas, democráticas y renovadas, que en sacar a las personas de los escombros tras un terremoto, a costa de la vida propia. Esa colaboración que se resume en la frase del Popol Vuh: “No juntamos nuestras ideas. Juntamos nuestros propósitos. Y estuvimos de acuerdo, y después decidimos”.

Deseo que, por una parte, aquellos que resulten perdedores recuerden que “en la vida, a diferencia del ajedrez, el juego continúa después del jaque mate”. Por otra parte, deseo que la siguiente administración llegue preparada para los retos que se nos viene, porque no estarán dirigidos sólo a quien gane, sino a la sociedad en su conjunto que se la seguirá rifando más allá de un 2 de junio.


Discanto: Apreciable lector(a), que sea una profunda Semana Santa.