/ viernes 27 de septiembre de 2024

Hojas de papel | “… y los sueños, sueños son…”

De pronto la señora comenzó a soñar con un peligro. Un hombre misterioso aparecía en sus sueños de forma reiterada, percibía inseguridad y se encerraba en su domicilio, aterrorizada. Pero cada noche, durante mucho tiempo ahí estaba aquel sujeto amenazante. No le decía nada pero ella sabía que algo le podía ocurrir…

La mujer intentaba huir del lugar pero era imposible; todo estaba bloqueado de tal forma que puertas y ventanas parecían selladas. Veía su hogar en tinieblas y ahí la figura aquella que cada vez se aproximaba más y más. Era así casi todas las noches de tal forma que cada fin de jornada tenía miedo a dormir porque de nueva cuenta sufría aquella alucinación que parecía interminable…

Al fin, después de tiempo, acudió a visitar al doctor Sigmund Freud en Viena, a quien relató lo que pasaba en sus sueños. El doctor, que ya se había especializado en asuntos de la mente y del sueño, le pidió que le describiera de forma minuciosa tanto el sueño reiterado como también lo que había ocurrido en su vida previa al inicio de aquella pesadilla.

En varias sesiones Freud recuperó el contenido de los sueños de la señora como también sus recuerdos del día a día… Finalmente entre sus recuerdos estaba que días antes a todo aquello vio a un hombre en el rellano de la escalera del edificio donde vivía. Estaba ahí, parado, sin decir nada, a la espera de algo o de alguien. Ella pasó junto a él, hacia su departamento y hasta ahí…

A Freud le quedó claro que aquella imagen del extraño en la escalera, apenas vista al pasar, se había quedado en la mente de la señora, y aunque ella de momento no le dio importancia, lo cierto es que el detalle mínimo se desarrolló en su mente durante sus sueños... y creó su propia historia: y sus propias obsesiones por el peligro.

Eso es: los sueños, decía Freud son obsesiones del ser humano, imágenes apenas perceptibles en la vida cotidiana; el sueño –dijo- es el resultado de nuestra propia actividad anímica, representado por imágenes visuales surgidas por representaciones involuntarias y por imágenes auditivas proyectadas en su espacio exterior. Con base en relatos como este, e incluso aún más complejos, Freud desarrolló una de sus obras más emblemáticas: “La interpretación de los sueños” (1900).

Por supuesto, esta aportación de Freud al sicoanálisis ha evolucionado con el tiempo e incluso discípulos del sicoanalista vienés como Carl Gustav Jung (Suiza, 1875-1961), hicieron estudios muy rigurosos respecto de los sueños. En 1948 Jung desarrolló su propia teoría de los sueños.

Primero que todo evita considerar los sueños como si fueran mensajes disfrazados del inconsciente. Para él, el sueño debe ser considerado como una representación simbólica del estado actual de la psique del individuo y mostraría los contenidos de esa psique individual bajo una forma personificada o representacional que reflejaría patrones mentales, o sea, directrices, pensamientos, concepciones, juicios, tendencias y otros más, que se encuentran inconscientes.

En todo caso, una de las preguntas más frecuentes en todo ser humano: ¿Por qué sueño? ¿Por qué sueño eso? ¿Qué significa lo que sueño?... Lo dice Chava Flores: “Soñar no cuesta nada; qué ganas de soñar…”

Respecto al sueño –lo dicen los libros-: El cerebro pasa por ciclos con cinco fases distintivas: fase 1, 2, 3, 4 y el sueño de movimientos oculares rápidos (REM). El sueño REM representa el 25 por ciento del ciclo de sueño y ocurre por primera vez entre 70 y 90 minutos después de dormirse. Dado que los ciclos de sueño se repiten, se entra al sueño REM varias veces durante la noche.

Durante el sueño REM, el cerebro y el organismo se energizan y es cuando se sueña. Se considera que el sueño REM participa en el proceso de almacenamiento de recuerdos y aprendizaje y también ayuda a equilibrar el estado de ánimo…

Así que uno se va a la camita con el pijama de ositos, el gorrito de borla y deja en el piso las pantuflas de piolín. Se acomoda y comienza poco a poco la somnolencia, el desguanzo, el “soy Napoleón me siento un león…” y entonces uno se sumerge en ese yo interno que nos dice cosas y que nos recuerda lo que no sabíamos, algo que, según Freud y Jung estaba en el inconsciente y que aparece por ahí como Pedro por su casa.

Por supuesto no todos los sueños son dramáticos o terribles. También los hay felices, alegres, amorosos, cachondones… En la gran mayoría de los casos uno no recuerda lo que se soñó durante la noche. Los sabios dicen que por lo menos el 95 por ciento de lo que soñamos pasa al olvido.

Sí se sabe que hubo sueños. Sí se sabe que algo desarrolló nuestra mente pura o cochambrosa porque ocurre que durante el sueño el cuerpo reacciona a los impulsos que nos manda el sueño que soñamos: Apretamos el cuerpo, apretamos las manos, los párpados… el todo yo y mi circunstancia…

A veces despertamos con una sensación de inquietud o temor… o de algarabía y contento. Pero nada: con frecuencia nos preguntamos ¿qué fue lo que soñé? Y nada. No nos acordamos. O acaso, algunas veces recordamos algún sueño porque este fue tan intenso y emotivo que lo guardamos en el recuerdo ya despiertos…

En todo caso, lo dicho, siempre soñamos, pero ¡Chin! ¿Qué fue? Y con frecuencia se dice: “no soñé nada”. Nada, mangos: sí se sueña. Además, no se sueña “de corridito”. Dicen los sabios soñólogos que uno sueña de cuatro a seis sueños diferentes durante la noche; nuestra mente lo decide y crea sus propias historias.

Luego, los mismos estudiosos de los sueños dicen que han examinado los “personajes” que aparecen en los relatos de los sueños y cómo los identifica el soñador.

“Un estudio de 320 relatos de sueños de adultos encontró lo siguiente:

“Cuarenta y ocho por ciento de los personajes representaba a una persona conocida por la persona que sueña. Treinta y cinco por ciento de los personajes fueron identificados por su rol social (por ejemplo, un policía) o por su relación con la persona que soñó (por ejemplo, un amigo).

“El dieciséis por ciento no fue reconocido. Entre los personajes que nombraron:

Treinta y dos por ciento fueron identificados por la apariencia. Veintiún por ciento fueron identificados por su comportamiento. Cuarenta y cinco por ciento fueron identificados por su rostro. Cuarenta y cuatro por ciento fueron identificados por ser personas “conocidas”.

Se reportaron elementos extraños en el 14% de los personajes conocidos y genéricos.” ¡Qué tal!

El arte no podía dejar de pensar en los sueños. Ahí está “Sueño de una noche de verano” de William Shakespeare, el mismo que en “Hamlet” dice: “Morir, dormir: dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo; pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno, ya libres del agobio terrenal, es una consideración que frena el juicio y da tan larga vida a la desgracia.” o en “La tempestad” afirma: “Morir, dormir, dormir. Somos de la misma materia de la que están hechos los sueños, y nuestra pequeña vida está rodeada de sueño.”

Lo que nos acerca a Pedro Calderón de la Barca cuando escribe: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”

Sor Juana Inés de la Cruz escribió sus sueños en un larguísimo poema-ensayo: “Primero sueño”, ahí la poeta muestra justamente una exaltación del alma hacia la experiencia divina, aunque más cercana a una experiencia estética. Su tema central es la percepción del sueño como un concepto de espiritualidad para obtener el mayor conocimiento.

Ejemplares y dramáticos son los sueños el cine de Luis Buñuel, digamos terroríficos: El sueño de Pedro en “Los Olvidados” y la necesidad del amor materno; o en “Subida al cielo” aquellos deseos incumplidos e insatisfechos…

En 1842 el compositor Felix Mendelssohn presentó su gran “Sueño de una noche de verano” basado en la obra de Shakespeare; y Brahms nos regaló aquella “Canción de cuna”, para el mejor sueño del bebé de su mejor amiga y antiguo amor. En la obra subyace oculta una melodía que él gustaba de cantarle cuando eran novios. Un sueño entonces. Un sueño después.

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“¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano? Con sueños verdes no conviene ni soñar: Sueñas un hada, y ya no debes nada, tu casa está pagada, ya no hay que trabajar; Ya está ganada la copa en la Olimpiada, ¡Soñar no cuesta nada! ¡Qué ganas de soñar!”

De pronto la señora comenzó a soñar con un peligro. Un hombre misterioso aparecía en sus sueños de forma reiterada, percibía inseguridad y se encerraba en su domicilio, aterrorizada. Pero cada noche, durante mucho tiempo ahí estaba aquel sujeto amenazante. No le decía nada pero ella sabía que algo le podía ocurrir…

La mujer intentaba huir del lugar pero era imposible; todo estaba bloqueado de tal forma que puertas y ventanas parecían selladas. Veía su hogar en tinieblas y ahí la figura aquella que cada vez se aproximaba más y más. Era así casi todas las noches de tal forma que cada fin de jornada tenía miedo a dormir porque de nueva cuenta sufría aquella alucinación que parecía interminable…

Al fin, después de tiempo, acudió a visitar al doctor Sigmund Freud en Viena, a quien relató lo que pasaba en sus sueños. El doctor, que ya se había especializado en asuntos de la mente y del sueño, le pidió que le describiera de forma minuciosa tanto el sueño reiterado como también lo que había ocurrido en su vida previa al inicio de aquella pesadilla.

En varias sesiones Freud recuperó el contenido de los sueños de la señora como también sus recuerdos del día a día… Finalmente entre sus recuerdos estaba que días antes a todo aquello vio a un hombre en el rellano de la escalera del edificio donde vivía. Estaba ahí, parado, sin decir nada, a la espera de algo o de alguien. Ella pasó junto a él, hacia su departamento y hasta ahí…

A Freud le quedó claro que aquella imagen del extraño en la escalera, apenas vista al pasar, se había quedado en la mente de la señora, y aunque ella de momento no le dio importancia, lo cierto es que el detalle mínimo se desarrolló en su mente durante sus sueños... y creó su propia historia: y sus propias obsesiones por el peligro.

Eso es: los sueños, decía Freud son obsesiones del ser humano, imágenes apenas perceptibles en la vida cotidiana; el sueño –dijo- es el resultado de nuestra propia actividad anímica, representado por imágenes visuales surgidas por representaciones involuntarias y por imágenes auditivas proyectadas en su espacio exterior. Con base en relatos como este, e incluso aún más complejos, Freud desarrolló una de sus obras más emblemáticas: “La interpretación de los sueños” (1900).

Por supuesto, esta aportación de Freud al sicoanálisis ha evolucionado con el tiempo e incluso discípulos del sicoanalista vienés como Carl Gustav Jung (Suiza, 1875-1961), hicieron estudios muy rigurosos respecto de los sueños. En 1948 Jung desarrolló su propia teoría de los sueños.

Primero que todo evita considerar los sueños como si fueran mensajes disfrazados del inconsciente. Para él, el sueño debe ser considerado como una representación simbólica del estado actual de la psique del individuo y mostraría los contenidos de esa psique individual bajo una forma personificada o representacional que reflejaría patrones mentales, o sea, directrices, pensamientos, concepciones, juicios, tendencias y otros más, que se encuentran inconscientes.

En todo caso, una de las preguntas más frecuentes en todo ser humano: ¿Por qué sueño? ¿Por qué sueño eso? ¿Qué significa lo que sueño?... Lo dice Chava Flores: “Soñar no cuesta nada; qué ganas de soñar…”

Respecto al sueño –lo dicen los libros-: El cerebro pasa por ciclos con cinco fases distintivas: fase 1, 2, 3, 4 y el sueño de movimientos oculares rápidos (REM). El sueño REM representa el 25 por ciento del ciclo de sueño y ocurre por primera vez entre 70 y 90 minutos después de dormirse. Dado que los ciclos de sueño se repiten, se entra al sueño REM varias veces durante la noche.

Durante el sueño REM, el cerebro y el organismo se energizan y es cuando se sueña. Se considera que el sueño REM participa en el proceso de almacenamiento de recuerdos y aprendizaje y también ayuda a equilibrar el estado de ánimo…

Así que uno se va a la camita con el pijama de ositos, el gorrito de borla y deja en el piso las pantuflas de piolín. Se acomoda y comienza poco a poco la somnolencia, el desguanzo, el “soy Napoleón me siento un león…” y entonces uno se sumerge en ese yo interno que nos dice cosas y que nos recuerda lo que no sabíamos, algo que, según Freud y Jung estaba en el inconsciente y que aparece por ahí como Pedro por su casa.

Por supuesto no todos los sueños son dramáticos o terribles. También los hay felices, alegres, amorosos, cachondones… En la gran mayoría de los casos uno no recuerda lo que se soñó durante la noche. Los sabios dicen que por lo menos el 95 por ciento de lo que soñamos pasa al olvido.

Sí se sabe que hubo sueños. Sí se sabe que algo desarrolló nuestra mente pura o cochambrosa porque ocurre que durante el sueño el cuerpo reacciona a los impulsos que nos manda el sueño que soñamos: Apretamos el cuerpo, apretamos las manos, los párpados… el todo yo y mi circunstancia…

A veces despertamos con una sensación de inquietud o temor… o de algarabía y contento. Pero nada: con frecuencia nos preguntamos ¿qué fue lo que soñé? Y nada. No nos acordamos. O acaso, algunas veces recordamos algún sueño porque este fue tan intenso y emotivo que lo guardamos en el recuerdo ya despiertos…

En todo caso, lo dicho, siempre soñamos, pero ¡Chin! ¿Qué fue? Y con frecuencia se dice: “no soñé nada”. Nada, mangos: sí se sueña. Además, no se sueña “de corridito”. Dicen los sabios soñólogos que uno sueña de cuatro a seis sueños diferentes durante la noche; nuestra mente lo decide y crea sus propias historias.

Luego, los mismos estudiosos de los sueños dicen que han examinado los “personajes” que aparecen en los relatos de los sueños y cómo los identifica el soñador.

“Un estudio de 320 relatos de sueños de adultos encontró lo siguiente:

“Cuarenta y ocho por ciento de los personajes representaba a una persona conocida por la persona que sueña. Treinta y cinco por ciento de los personajes fueron identificados por su rol social (por ejemplo, un policía) o por su relación con la persona que soñó (por ejemplo, un amigo).

“El dieciséis por ciento no fue reconocido. Entre los personajes que nombraron:

Treinta y dos por ciento fueron identificados por la apariencia. Veintiún por ciento fueron identificados por su comportamiento. Cuarenta y cinco por ciento fueron identificados por su rostro. Cuarenta y cuatro por ciento fueron identificados por ser personas “conocidas”.

Se reportaron elementos extraños en el 14% de los personajes conocidos y genéricos.” ¡Qué tal!

El arte no podía dejar de pensar en los sueños. Ahí está “Sueño de una noche de verano” de William Shakespeare, el mismo que en “Hamlet” dice: “Morir, dormir: dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo; pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno, ya libres del agobio terrenal, es una consideración que frena el juicio y da tan larga vida a la desgracia.” o en “La tempestad” afirma: “Morir, dormir, dormir. Somos de la misma materia de la que están hechos los sueños, y nuestra pequeña vida está rodeada de sueño.”

Lo que nos acerca a Pedro Calderón de la Barca cuando escribe: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”

Sor Juana Inés de la Cruz escribió sus sueños en un larguísimo poema-ensayo: “Primero sueño”, ahí la poeta muestra justamente una exaltación del alma hacia la experiencia divina, aunque más cercana a una experiencia estética. Su tema central es la percepción del sueño como un concepto de espiritualidad para obtener el mayor conocimiento.

Ejemplares y dramáticos son los sueños el cine de Luis Buñuel, digamos terroríficos: El sueño de Pedro en “Los Olvidados” y la necesidad del amor materno; o en “Subida al cielo” aquellos deseos incumplidos e insatisfechos…

En 1842 el compositor Felix Mendelssohn presentó su gran “Sueño de una noche de verano” basado en la obra de Shakespeare; y Brahms nos regaló aquella “Canción de cuna”, para el mejor sueño del bebé de su mejor amiga y antiguo amor. En la obra subyace oculta una melodía que él gustaba de cantarle cuando eran novios. Un sueño entonces. Un sueño después.

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“¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano? Con sueños verdes no conviene ni soñar: Sueñas un hada, y ya no debes nada, tu casa está pagada, ya no hay que trabajar; Ya está ganada la copa en la Olimpiada, ¡Soñar no cuesta nada! ¡Qué ganas de soñar!”

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