Pues sí. Resulta que hay un “Día Internacional de la Palabra”. Merecido es. Y se celebra el 23 de noviembre de cada año. Fue a iniciativa de la “Fundación Cesar Egido Serrano”, española de origen, la que cayó bien en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que dentro de sus preceptos fundamentales dice:
"Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, y con tales finalidades a practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos vecinos".
Así, la Fundación César Egido Serrano argumenta en palabras de su fundador: “Estoy convencido de que el siglo XXI es el del entendimiento. La palabra tiene que ser el vínculo de la humanidad y la única forma de resolver los conflictos tiene que ser el diálogo. Esto es está en las manos de las generaciones que hoy tienen la responsabilidad del liderazgo de los países y debe ser la herencia que dejen a las próximas generaciones.”
Y sí. La palabra es instrumento de comunicación. La utilizamos para darnos a conocer: “Habla, para conocerte”, escribió Platón en sus “Diálogos” al recordar a Sócrates frente a sus discípulos, a los que pedía que se expresaran de viva voz, que es la palabra, y así conocerlos.
Según los estudiosos del lenguaje, ‘la palabra es un conjunto de sonidos articulados que se asocia a uno o más significados. Estos significados pueden ser léxicos, que hacen referencia a una realidad (gato, casa) o gramaticales, que no expresan una realidad (como ni o y).
‘En términos gramaticales, la palabra es una unidad léxica. Forma parte del vocabulario de una lengua. Existen nueve clases de palabras: el nombre, el adjetivo, el verbo, el adverbio, el determinante, el pronombre, la preposición, la conjunción y la interjección.’ “En el principio fue el verbo” dice la Biblia.
Y sí. Por medio de la palabra es como se nos conoce. Como articulamos. Como expresamos. Como ponemos en sonidos verbales lo que proviene de nuestro cerebro, de nuestro espíritu, de nuestro corazón… o de nuestro coraje e indignación: depende.
Por medio de la palabra se identifica nuestro grado de conocimientos, de formación académica, de lecturas, de grupo social, región o país al que pertenecemos, de límites y horizontes de nuestras ideas expresadas en sonidos verbales que forman palabras, y estas palabras forman ideas y conceptos y mandatos.
Pasaron largos siglos para estructurar los idiomas de cada país, de cada región o grupo étnico y cultural.
Lo que hoy conocemos como nuestro idioma, que es nuestro lenguaje, como nuestra palabra, el grupo de palabras que utilizamos de forma cotidiana para comunicarnos y que nos identifica, nos permite decir a nuestro modo:
“Hola”, “Buen día”, “Amor mío”, “Me caes gorda, o gordo”, “Tengo hambre”, “Tengo sed”, “Auxilio”, “Te ayudo”, “Eres veneno para mis ojos”, “Se me revuelcan las tripas cuando te veo”, “Te quiero”. Y tantísimo más que son ideas, conceptos y voluntades expresadas en Palabras.
De palabras están hechos los libros, cualquiera que sea su disciplina. “Los libros tienen la palabra”. Y sí. Leer un libro –y aquí la retahíla- nos permite establecer un diálogo íntimo con el autor. Con sus palabras, con sus ideas y conceptos, con su arte y su magia…
Apenas, con motivo de la exhibición de una película hecha en base al libro de Juan Rulfo, releo nuestro “Pedro Páramo”. Cosa grandiosa para las entendederas y el espíritu humano.
La obra está hecho de esencias humanas y de magia, de vivos y muertos que se comunican como si nada hubiera ocurrido: la muerte. Ahí están todos ellos y nos hablan de amor profundo, de fracaso, de solidaridad pero también de rencor, de un gran-enorme-intenso rencor. “Pedro Páramo es un rencor vivo”. Y el realismo mágico surgió ahí, en esta obra monumental…
Y de sus palabras abrevaron escritores que enaltecerían ese realismo mágico en el que la convivencia entre lo real y lo “mágico” son parte del cotidiano, del día a día, del pasar la vida entre recuerdos y aspiraciones, entre amores callados como entre pasiones enloquecidas. Gabriel García Márquez es el autor de otra obra que debe leerse de pie: “Cien años de soledad”.
Y es que el autor colombiano bebió –lo dijo él- de la palabra y la magia de Rulfo; así como Alejo Carpentier… así como tantos escritores que obtuvieron la savia del mexicano silencioso.
Pero lo dicho: la palabra está en los libros, la palabra que tiene su origen en nuestra mente, en nuestra composición humana, en nuestro espíritu y conciencia; en nuestro corazón, en nuestras entendederas y, también, en nuestra bilis.
Y está en nuestro entorno. En nuestra vida toda. En quienes nos rodean. En quienes son amigos o enemigos. En quienes quieren decirnos algo y a quienes queremos decirles algo. La palabra es el elemento sustancial del ser humano para conocerse y para saberse ser humano.
Comenzamos a ser parte de la vida en sociedad cuando nos comunicamos con palabras. Aun con aquellos balbuceos infantiles a los que poco a poco se incorporan palabras nuevas cada momento, cada día. Las primeras palabras son afectivas casi siempre:
“Mamá”, “Papá”, “Abuelo”, “Abuela”, “Tío”… y luego la conformación de ideas… Al atosigamiento de un hermano mayor, una niña de apenas tres años replica indignada: “¡Tate quieto, peneco!” (Trad: “¡Estate quieto, pendejo!”).
Y de ahí en adelante. Todo es hablar-hablar-hablar. Y utilizar la palabra como instrumento esencial en nuestra comunicación, en nuestro solaz y efervescencia humana:
“Te doy mi palabra de que sí lo hago”; “Palabra de honor”; “Palabra que sí llego a tiempo”; “No des tu palabra en vano”… Nuestra palabra como sello de honorabilidad y respeto a los demás; de cumplimiento y forma vital. De dignidad es la palabra empeñada.
Hay otras formas de palabra. La palabra musical, por ejemplo, expresa ideas y emociones a través de las notas, de los sonidos, de los silencios, de los distintos instrumentos y melodías.
La palabra que es arte en la plástica, también es expresión, y aunque se plasma en imágenes, son ideas que tienen sentido esencial en nuestra conciencia y sensibilidad, dentro de nuestra imaginación les damos sentido en palabras… Y qué hay del cine, de aquel cine mudo al parlante hay una distancia del cielo a la tierra; y la radio, que es palabra al aire. El teatro. Y así el arte en general…
Pero: resulta que precisamente la iniciativa para la creación del Día Internacional de la Palabra tiene un objetivo: el dialogo, que es logo-que es palabra; el diálogo entre seres humanos para encontrar la armonía, la paz, la solidaridad y evitar, mediante el diálogo, cualquier conflicto entre pares, entre grupos sociales, entre naciones…
Lo dicen así: “El ‘Día Internacional de la Palabra’ tiene el objetivo de fomentar el diálogo y la paz entre las naciones del mundo, orientado hacia el avance pacifico de la sociedad mundial sin discriminaciones políticas ni religiosas. En tal sentido, la palabra es la clave del entendimiento entre los países, siendo la única vía para la resolución de conflictos, forjando el camino para futuras generaciones.”
Esto es: el diálogo como instrumento esencial de comunicación y de solución de las diferencias entre los seres humanos. Hablar-hablar-hablar, razonar-razonar-razonar; ser accesible al criterio de otros para que nuestro criterio sea escuchado; llegar a puntos de acuerdo sin menoscabo de la verdad de cada uno, pero siempre con la intención de salvar distancias y diferencias.
El diálogo es, pues, una forma de encontrarnos con el otro, con los otros, para decirnos, para escucharnos y para entendernos. Eso es:
En todo momento de la vida, el diálogo es esencial para procurar la paz individual, social, familiar, entre pares, entre amigos, entre esposo y esposa: diálogo sin miedos ni tapujos, siempre considerado y con razones. El dialogo como una herramienta fundamental para la erradicación de cualquier manifestación de violencia.
Así es: vamos a dialogar; vamos a entregar nuestra palabra para que otros la conozcan y así conocer también a los otros y a hacernos amigos y cuates y contlapaches y a querernos, mejor que odiarnos: ¡Palabra que sí!... “Vamos a platicar, las cosas de los dos”.