En la cultura y mitología romana, que dio origen al nombre del mes, junio se llama así en honor a la diosa Juno, quien fue la esposa de Júpiter, padre de los dioses romanos. Por esto era la diosa más poderosa del cielo.
Era la diosa de todo el estado romano, así como de los matrimonios, de la familia y de los partos. El nombre viene del latín Iunius, y así se llamó este mes hasta que cambió su nombre a junio. De hecho era el cuarto mes del calendario romano, que empezaba en marzo, porque enero y febrero concluían el año. ¡Lo dicen los libros!
Y dicen también que el 21 de este mes es el solsticio de verano; termina la primavera y comienzan las lluvias en el hemisferio norte del planeta azul. ‘En iconografía, es representado como la figura de un joven desnudo que señala con el dedo un reloj solar, esto para dar a entender que el sol empieza a bajar y teniendo en la mano una antorcha encendida como símbolo de los calores de la estación.’
Es cuando el sol está en pleno auge, son los calores- ¡y que lo digamos en México por estos días! - y es la expectativa de las lluvias milagrosas que habrán de traer campos verdes, frutos, alimento, trigo, maíz, miles de flores, árboles bañaditos de agua y vida y relucientes y alegres: Porque el agua es vida y auge y es color y es alegría y es ganas de estar a campo abierto en compañía del amor de nuestros amores.
Junio es cuando ocurre “el 24 de junio, el mero día de san Juan; un baile se celebraba en ese pueblo de Ixtlán… Vuela, vuela palomita, pasa por ese panteón, donde ha de estar Micaelita con su querido Simón…”
Al concluir junio concluye la primera mitad del año. La cuesta arriba llega a la cúspide, en adelante será llegar a diciembre para cantar victoria de otro año en el que hemos sido felices, tristes, alegres, contentos, expectantes de lo mejor, hemos tenido tristezas, quebrantos, soledades y de todo lo que vive el que vive. Así que junio es la mitad del camino.
Muchos artistas han dedicado su obra a este mes en el que la luz nos hace ver las cosas más intensas y hondas y profundas, dijera Paco Malgesto. Ya no es el mayo luminoso. Ya no es el mayo que ‘nunca me dijiste que fuera eterno’, ya no es aquellos meses que pasaron del frío intenso al tibio sabor de la vida. Junio es definitivo, es luz de luz, es ese sauz: “casi oro, casi ámbar, casi luz” que dijera José Juan Tablada.
A lo mejor los poetas son los que mejor entienden el significado de este mes cargado de sorpresas pero también de nostalgias y de esperanzas. Uno de ellos fue el gran poeta tabasqueño Carlos Pellicer Cámara. El gran poeta del trópico mexicano. El poeta de la selva. El de las flores. El del agua. El de ese brillo vital que da la vida en el mes del encuentro y la pérdida.
Eso es. Si alguien cantó al mes de junio en toda su inmensidad fue el poeta que descubrió, como Dante, en la Divina Comedia, “a la mitad del camino de la vida…”, así el tabasqueño encontró al sol en el cenit, dispuesto a darlo todo, pero también a terminar el ascenso y comenzar el descenso.
Octavio Paz afirma: “Cada poeta trae algo nuevo a la poesía. Uno de los grandes regalos que Pellicer nos ha hecho es el sol. El otro es el mar”. Y reitera: “Desde el principio, Pellicer fue un poeta solar: ‘todo lo que yo toque, se llenará de sol’” en otro momento el mismo Paz reflexiona: “Cada vez que leo a Pellicer, veo de verdad. Leerlo limpia los ojos, afila los sentidos, da cuerpo a la realidad. […] Su poesía es una vena de agua en el desierto; su alegría nos devuelve la fe en la alegría.
“Esto lo reafirma Gabriel Zaid en una definición prodigiosa: Pellicer “tiene ojos para ver la hermosura de lo concreto, alegría de estar vivo y humildad para ser natural en la naturaleza, para aceptar los límites como formas gozosas. Ni los fracasos ni las decepciones son capaces de cerrarlo a la gracia. Su obra es ante todo homenaje; fresco, desgarrado, reconciliado, homenaje a la alegría”. (Cfr. J.D. Argüelles, 2017).
Y al punto: “Hora de Junio” es un libro excepcional. Fue publicado por Carlos Pellicer en 1937: "Consecuencia de un desastre amoroso, de una herida abierta que no se cierra".
En él, el poeta, desahoga su ideal de la luz y de felicidad; todo el ímpetu del trópico y de su país tabasqueño puestos a disposición de su vena poética; pero está también la sordidez de la tristeza y la soledad; el abandono y el amor no correspondido. Entre cortinas poéticas describe ahí lo que para Oscar Wilde era “el amor que no se atreve a decir su nombre”.
Al gran escritor, periodista y crítico literario, Emmanuel Carballo le dijo en una entrevista que luego apareció publicada en “Protagonistas de la literatura mexicana” 1962: “Pudo ser un cuaderno con unidad. Lo agrandé para cobrar más. (El editor, Daniel Cosío Villegas, también tuvo, en esto, parte de culpa.) …
… “Allí cuento una historia de amor que se cumplió de cabo a rabo” … “En esos poemas hay algunas cosas apreciables, más apreciables por lo humano que por lo poético. El amor, poéticamente, fuera de la Vita Nuova y de algunos sonetos italianos e ingleses (de Shakespeare) no existe”.
Sea lo que sea, el libro recoge poemas que trasladan al lector a su propia intimidad y a la intimidad del poeta. Son dos que se encuentran en una ofrenda de imágenes, de luces, de intensidades corrosivas y de anhelos frustrados, porque la vida no es toda felicidad, y el poeta y el lector serio lo saben: la vida es un poliedro y es un impredecible cambio de luces. Acaso para bien, como también para lo insospechado, como es el amor silencioso y callado que para Pellicer se convirtió en poesía.
Horas de Junio
Vuelvo a ti, soledad, agua vacía,
agua de mis imágenes, tan muerta,
nube de mis palabras, tan desierta,
noche de la indecible poesía.
Por ti la misma sangre –tuya y mía—
corre el alma de nadie siempre abierta.
Por ti la angustia es sombra de la puerta
que no se abre de noche ni de día.
Sigo la infancia en tu prisión, y el juego
que alterna muertes y resurrecciones
de una imagen a otra vive ciego.
Claman el viento, el sol y el mar del viaje.
Yo devoro mis propios corazones
y juego con los ojos del paisaje.
Junio me dio la voz, la silenciosa
música de callar un sentimiento.
Junio se lleva ahora como el viento
la esperanza más dulce y espaciosa.
…
A saber: Carlos Pellicer Cámara nació en San Juan Bautista (Villahermosa), Tabasco el 16 de enero de 1897 y murió en la Ciudad de México el 16 de febrero de 1977.
Estudió su primaria en Villahermosa, en la escuela Daría González. En 1909 su madre y él se trasladaron a la ciudad de Campeche. Niño aun, comenzó a escribir ahí sus primeros poemas. Esto, era natural porque viene de una tierra pródiga en grandes poetas como José Gorostiza y José Carlos Becerra, por ejemplo.
En el Distrito Federal estudió en la Escuela Nacional Preparatoria. Enviado por el presidente Venustiano Carranza a Colombia continuó ahí sus estudios. A su regreso a México fue cofundador de un nuevo “Ateneo de la Juventud” en 1919. Por entonces es secretario privado de José Vasconcelos, quien le dio trabajo en la Universidad de México de la que el oaxaqueño era rector.
Comienza a dar clases, como profesor de lengua española en la Escuela Nacional Preparatoria. Meses después, Vasconcelos es nombrado secretario de Educación Pública y se va con él para apoyar la causa educativa. Aun así permaneció en el magisterio más de dos décadas.
Vasconcelos crea las misiones educativas y acude al llamado. Una mañana de sábado fueron Pellicer y Daniel Cosío Villegas a una vecindad de la colonia Peralvillo, para llevar a la palabra y la letra. Entraron al patio silencioso y desierto donde parecía no vivir nadie. Pellicer comenzó a gritar:
"¡Y bien! ¿Qué nadie vive aquí? Entonces, ¿quién riega las macetas, quién lava los corredores, quién barre el patio?"… poco a poco los vecinos comenzaron a salir y se interesaron vivamente por el aprendizaje. Para Cosío como para Pellicer aquello fue al mismo tiempo una enseñanza de la naturaleza humana.
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La vida de Carlos Pellicer osciló entre el trabajo diplomático, la función pública, la enseñanza, la museografía y, sobre todo, la poesía. Era un poeta nato. Intenso. Extrovertido al mismo tiempo que íntimo. El mismo que cantó a su tierra tabasqueña, al trópico, a los ríos, a los mares, a la selva, al sol y a junio…
Junio te lleva y te trae
con idéntica delicia.
Pensando en ti, se me va,
de junio a junio, la vida.