/ viernes 15 de noviembre de 2024

Hojas de papel | La Revolución Mexicana ha muerto

Todavía hasta fines del siglo pasado, antes de la transición política que dio paso a un partido de oposición, cada 20 de noviembre se festejaba por todo lo alto el aniversario del inicio de la Revolución Mexicana. Era un festejo claramente nacionalista y patriótico.

Era la muestra de que a principios del siglo XX los mexicanos ‘no querían cambiar’ y por lo mismo hicieron una revolución, según escribiera John Womack Jr. en su libro “Zapata”.

Lo dice así: “Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución. Nunca imaginaron un destino tan singular. Lloviera o tronase, llegaran agitadores de fuera o noticias de tierras prometidas fuera de su lugar, lo único que querían era permanecer en sus pueblos y aldeas, puesto que en ellos habían crecido y en ellos, sus antepasados, por centenares de años, vivieron y murieron…”

Y cada año en pueblos, aldeas, ciudades, campos, desiertos, valles y altiplanos, en el mar o el desierto mexicanos se celebraba la gesta heroica que nos dio una nueva forma de vida y nuevas perspectivas… nuevas posibilidades, digamos.

Ya desde el Zócalo de la Ciudad de México, ya frente a los altos edificios de gobierno de los estados de la República, en los municipios, en las escuelas, en los centros de vida social se llevaban a cabo ceremonias festivas que rememoraban aquellos hechos al mismo tiempo valerosos como sanguinarios. Muertos por todos lados. Unos por mantener un gobierno, otros por quitarlo...

Y se cantaba el Himno Nacional, las loas a la bandera y se hacían representaciones del movimiento armado. En los festivales escolares predominaban las niñas vestidas de Adelitas y los niños vestidos de calzón de manta y camisa de algodón crudo, con huaraches, a modo de lo que se suponía que era la vestimenta campesina revolucionaria. Cananas. Rifles de madera. Bigotes de peluche. Sombreros amplios estilo surianos… Y canciones, muchas canciones…

Don Renato Leduc, quien siendo muy joven fue telegrafista en las filas de Francisco Villa, decía que el cine mexicano había contaminado la idea de la Revolución Mexicana porque “creían que la Revolución se hizo con canciones: ¡Cabrones, hubieran estado ahí a la hora de los chingadazos!”, reclamaba.

Y así en los festivales, “entre ruido de cañones y metrallas” se escuchaban canciones y corridos en tono revolucionario: “La Adelita”; “Juana Gallo”; “Carabina Treinta-Treinta”… tantas más.

Hoy la idea de la Revolución ya es una entelequia. Un olvido. Un sueño guajiro. Una ilusión que fue. Un movimiento social que en el principio tenía una intención: la de la democracia y la justicia social, pero que al paso de los años sus propuestas se fueron borrando del hecho político para convertirse en una forma de gobierno amorfa y sin cumplimientos.

“La Revolución traicionada” dicen algunos; “La revolución interrumpida” escribió Adolfo Gilly; “La revolución escindida”, escrituró la inolvidable maestra Berta Ulloa...

La Revolución Mexicana sí ocurrió. Duró once años y costó más de un millón de vidas mexicanas en un país que al comenzar el movimiento contaba con poco más de 13 millones de habitantes en el territorio nacional.

Y por entonces otro millón de mexicanos emigró a los Estados Unidos para salvar el pellejo, por temor a la violencia, porque es cierto, cuando el mexicano se torna violento no hay quien lo pare… o casi nadie, de ahí que don Jesús Reyes Heroles advirtiera que mejor no despertar al mexicano bronco y violento.

La herencia de la Revolución ocurrió durante más de setenta años en los que los gobiernos de la revolución institucionalizada se ocuparon de trasladar al país de uno rural a lo urbano y dejar atrás la emoción por la tierra para engordar la idea de la riqueza. Y si antes se enriquecían de forma desmesurada los grandes hacendados, terratenientes, comerciantes…

Con el gobierno de la Revolución hecha gobierno se enriquecieron de forma desmesurada políticos y empresarios ligados a la política. Mientras tanto el sueño de justicia social y de todo cumplido para todos quedaba en el olvido. Sí. La Revolución traicionada. Parece que nada ha cambiado aun en 2024: la pobreza sigue ahí; la injusticia social es vigente y la democracia sigue siendo una aspiración de muchos.

Todavía en 1978 se dudaba de la muerte de la Revolución Mexicana. Sesenta y ocho años después de su inicio se hizo la pregunta que dio origen a un compilatorio publicado por Stanley Ross con el nombre provocador de “¿Ha muerto la Revolución Mexicana?”

¿Estaba vigente aún el ideal de justicia social y democracia que impulsó al movimiento revolucionario de 1910 en México?

Se ponía entonces, en la mesa de disecciones, a la Revolución Mexicana. Y lo dicho: la pregunta causó polémica política y social, al tiempo que produjo documentos a la altura del arte, como el ensayo “La crisis de México” de don Daniel Cosío Villegas, que es vigente hoy mismo.

En este ensayo se da vuelta a la página revolucionaria para dar paso a una nueva etapa aún incierta y a la que unos llamaban “del cambio” o de “la transición política mexicana” hoy llamada “Cuarta Transformación”, asimismo incierta como sin rumbo fijo. ¿En dónde y cuándo terminará esta transformación prometida?... fue el caso exacto del concepto de Revolución Mexicana.

En todo caso, lo que sí es cierto es que por entonces surgieron hombres y mujeres con ideales bien definidos. Con el sueño de una patria nueva y con un país en el que terminara la pobreza, la injusticia, el abuso, la corrupción, el abandono y la traición.

¡Nunca una traición!gritó el revolucionario veracruzano Cándido Aguilar.

Primero que todo, los revolucionarios más firmes y confiados en que el cambio que se buscaba sería una realidad para sus hijos fueron los campesinos, los hombres de trabajo, los de la parcela, los de la tierra sin agua y sin ayuda; los sujetos de abusos y saqueos… Ellos fueron cabales revolucionarios.

Hubo otros revolucionarios de mando que también idearon un mundo mejor, pero estos fueron castigados y no pueblan ni nombres de calles ni monumentos de bronce en plazas o jardines… (Lo cual tiene su conveniente, porque los pajarillos no hacen de las suyas en sus cabezas).

Lucio Blanco, uno de ellos. Fue un revolucionario que provenía de las corrientes del socialismo utópico de los hermanos Flores Magón desde 1906. Fue parte de los ideales de la justicia social y contra la tiranía de gobierno cuando se hace totalitario o dictadura.

"El Caballero Gallardo de la Revolución" nació el 11 de agosto de 1879 en Nadadores, Coahuila. Fue de los primeros hombres en seguir a Venustiano Carranza contra Victoriano Huerta. Antes combatió a los sublevados orozquistas y obtuvo el grado de Teniente Coronel, luego, por valores miliares durante la revolución armada, fue General.

Después de la Decena trágica, Lucio Blanco combatió al gobierno de Huerta incorporándose a la Revolución Constitucionalista firmando el Plan de Guadalupe el 26 de marzo de 1913… De ahí en adelante sus batallas fueron siempre triunfantes. Su participación política como Secretario de Gobernación en un breve lapso del gobierno de Eulalio Gutiérrez fue exitosa.

Fue el primer revolucionario en hacer entrega de tierras al fraccionar en junio de 1913 la hacienda de Los Borregos de Félix Díaz y entregar parcelas a los campesinos de Matamoros, Tamaulipas. Esto le costó el enojo de Carranza, quien lo puso bajo las órdenes de Obregón, con quien nunca se llevó bien y con quien tuvo rencillas: “¡Ni para eso eres hombre, Álvaro!” le asestó alguna vez al Manco de Celaya.

Asilado en Austin, Texas, por rencillas, fue asesinado-ahogado al cruzar el Río Bravo el 7 de junio de 1922 en Nuevo Laredo. Fue un revolucionario con ideales de igualdad y justicia. Creyó en la Revolución Mexicana, en contraposición ya desde entonces esa misma revolución comenzaba a ser traicionada por los hombre que llegaron al poder.

Y como él, Felipe Ángeles, Francisco J. Mújica y tantos más que al igual que Blanco, quedaron a la orilla de la historia.

Hoy la Revolución ha muerto. Ya no es referencia política ni social. Es el puro recuerdo de una gesta que a los jóvenes de hoy no les dice nada, no les significa nada y no es parte de su ideal de país o de futuro. Descanse en paz.


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