/ sábado 21 de septiembre de 2024

Hojas de papel | La salud que es dolor

¿Ha sentido usted alguna vez el abandono total, la soledad y la impotencia, así como la tristeza enorme y la indignación al estar en manos de muchos quienes han perdido el sentido de lo humano?

¿Ha sentido el coraje profundo que nace ante la ausencia de apoyos médicos urgentes de enfermería o asistencia porque “no está en su ronda”, porque “pregúntele a su doctor” porque “esto no me corresponde hacerlo”… “no está en mi turno”?

Y ahí uno, angustiado, doliente, mirando para todos lados en un hospital en el que todo es movimiento y pocos prestan auxilio o tan sólo una mirada de solidaridad y la mano tendida para brindar ese auxilio” protector. Todo es “protocolo” como escudo, y pretexto: Es la maldición.

Hace ya algún tiempo el paciente llegó aquejado por dolores intensos en el abdomen. Fue al Hospital Adolfo López Mateos del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) en la Ciudad de México. Era derechohabiente. Entró a urgencias a las 14 horas. Le preguntaron algunos datos y sus dolencias. Anotaron. Le enviaron a una cama ahí dispuesta. Le dijeron que pronto pasaría un doctor a revisarlo… una, dos, tres, cuatro, cinco horas…: Nada.

Las doce de la noche, un doctor pasa haciendo una especie de rondín en urgencias: le pregunta por sus dolencias y síntomas y tal: le ofrecen una pastilla para algo -quizá para mitigar el dolor-. A las 4 de la mañana lo envían a un piso, a un cuarto en donde hay otros dos pacientes. Llega dolorido.

Ahí espera. Espera. Espera… Nadie acude a verlo. Ningún médico. Las enfermeras “no conocen el caso” y no apoyan. Los otros enfermos en la misma habitación también esperan. Luego se enteraría que fue enviado a esa habitación y a ese piso por error y que por eso no lo habían atendido…

El dolor sigue ahí, pero la atención médica no aparece por ningún lado… Cuatro de la tarde y nada. Junto con alguien de su familia que consigue localizarlo decide huir de ahí, salir, escapar, buscar alivio en otro lado más sensible a su situación… Y lo hace: huye. Nadie se da cuenta de su escape…

Por la noche acude a su casa un grupo de policías en una patrulla. Lo buscan. Preguntan por él. Le dicen a su familia que salió del Hospital Adolfo López Mateos del ISSSTE sin avisar. Él sale y les da las razones. Le hacen firmar un documento en donde libera de responsabilidades a la institución… Nadie se nace responsable de su salud, de su vida, de su indignación y de su sentido de fracaso…

Es el Hospital Adolfo López Mateos que fue inaugurado el 17 de noviembre de 1970 y en el que se pregonan sus servicios con “humanismo”. Si. Pero no. Y aunque no es en todos los casos, ni es generalizado, pero lo cierto también es que por razones extraordinarias ese ‘humanismo’ ha desaparecido en muchos ahí; ya médicos, enfermeras, asistentes.

A saber: Los servicios que prestan las instituciones de salud y seguridad social a sus afiliados (i.e. ISSSTE) se financian con contribuciones del empleador, contribuciones del obrero o empleado y contribuciones del gobierno. Es el caso del Regional Adolfo López Mateos en la Ciudad de México. Sus servicios no son gratuitos, son pagados por las partes que intervienen en el ciclo laboral y, en general, con recursos públicos que provienen del trabajo de miles de mexicanos.

Y lo menos que se puede esperar de estos recursos y estos servicios de salud es que sean de alta calidad, con la garantía de la meticulosidad, el conocimiento riguroso de la medicina, la formación profesional de alto nivel y el humanismo indispensable entre quienes habrán de resguardar la buena salud y la vida de seres humanos.

Y cada uno, paciente y familiares, esperan que la atención sea esmerada, con esa calidad y trato propios de un hospital de alto rango en el que atienden cientos de doctores, enfermeras y enfermeros, doctores especializados, personal calificado en cada una de las áreas de la salud y los servicios adyacentes. Lo que se espera ahí es restablecer la salud de quien acude a pedir auxilio…

Y que en casos especialmente delicados haya toda la atención personalizada y la medicina y ciencia y equipo y conocimiento a disposición del restablecimiento de la salud del enfermo. Pero también otra cosa: El aspecto humano que hace que ese ser humano sabio en materias de salud sea eso: humano.

Ese que está ahí, expectante, sufriendo una enfermedad es, a la manera de Adriano frente a Hermógenes, quien ha tenido una vida entera productiva durante la que aportó su trabajo, su esfuerzo, su tiempo, su vida para el engrandecimiento nacional y con cuyos recursos se pagan los emolumentos del personal médico y de auxilio.

Y uno quiere que aquel Adolfo López Mateos, Hospital del ISSSTE, sea un refugio y una solución, un encuentro con la ciencia y la certeza, con la bondad y la comprensión.

Llegó a urgencias de este hospital apenas en marzo pasado. Su familia lo acompañaba. A él le aquejaban dolores del cuerpo, pero también del alma porque tenía miedo: un miedo terrible a lo que ocurriría ahí y también ¿por qué no? confianza en que todo dolor tendría solución y reparo.

Lo recibieron y lo pusieron en una sala general para revisarlo, para detectar su estado de salud y las razones que le aquejaban. Diagnosticaron y lo remitieron a una sala general; luego a un aislamiento necesario, luego a un cuarto en un piso en donde estaban también otros dos pacientes.

En adelante todo serían idas y vueltas de especialistas de una u otra asignatura, los que no se comunicaban entre sí para concluir de forma coordinada si uno u otro tratamiento no impactaba a lo que hacía el otro médico. Se les preguntaba y hacían la vista gorda… Existía un médico titular para el paciente quien era una especie de ser inexistente por mucho tiempo…

Cada día, cada uno de los médicos especialistas, anunciaban algo nuevo. Fatídico. No lo veían como un tema a solucionar, sí un tema que está ahí y que sigue ahí y estará ahí… Pocas veces un dejo de preocupación humana: sí la frialdad del estado de la cuestión sin algún atisbo de lucha ferviente en favor de la vida del paciente…

Poco a poco el cansancio y el deterioro, aparecieron. Él pedía ¡Auxilio!... Poco… o nada: “Lo tiene que ver con su médico”… ¿cuál de ellos? Ante el desaseo personal y el abandono del enfermo se pide ayuda, atención: nada, “no es mi turno”; “espere a que llegue su enfermera” …

Y frente al dolor de familiares que ven cómo se extingue la flama de una vela que fue resplandeciente y que aún es luminosa, los médicos diagnostican, advierten, “ustedes deciden qué hacer” como si ellos no fueran los responsables científicos por la vida de quien está ahí, en el lecho infinito.

Y poco a poco se apaga la luz, poco a poco se vuelve más tenue, apenas un atisbo de esa luz que busca otro camino… Poco a poco se va… poco a poco se aleja… poco a poco la ilusión se pierde, los sueños se alejan, los años juntos se terminan, se hunden en el silencio…

… Aquellos años de infancia feliz, de juventud vigorosa, de enormes esfuerzos, de trabajo inacabable, de lucha por hacer una familia y a unas hijas profesionistas hechas y derechas, a una esposa amada que no quiere dejarlo un instante…

En su letargo mira a sus seres queridos con una mirada dulce como sus propios sueños, como sus propias ilusiones acabada, como fue su vida, como cuando el niño quiere abrazar a su madre y no soltarla porque es su única salvación, la única, la más profunda y bendita…

Poco a poco se va, cierra los ojos. Sonríe con amor. Se aleja… Ya no está… Ya no sufre… Ya terminó aquí… Toda una vida termina. Un segundo que es interminable-infinito-se lo lleva.

Ya duele, ya se sufre, ya se llora, ya se quiere quitar el corazón con las manos porque arde de dolor por el ser que está ahí callado en su sueño infinito… que ya no está… que se acaba de ir… Pero aquí está. Siempre estará. Nunca se irá. Está aquí, aunque esté ausente.

La familia agrupada en una sala adjunta llora con el dolor que sólo la muerte produce. Se lamenta. Se abraza. Se busca. Se implora… El dolor es enorme, interminable… Todos sufren el instante mismo…

Un policía del ISSSTE y una vigilante uniformada se aproximan al grupo familiar: “Se tienen que salir de aquí, porque no está permitido que estén en este lugar: es el protocolo…”.

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Un día, un hospital, el regional “Adolfo López Mateos” del ISSSTE… “Servicio con humanismo” dice por ahí.

¿Ha sentido usted alguna vez el abandono total, la soledad y la impotencia, así como la tristeza enorme y la indignación al estar en manos de muchos quienes han perdido el sentido de lo humano?

¿Ha sentido el coraje profundo que nace ante la ausencia de apoyos médicos urgentes de enfermería o asistencia porque “no está en su ronda”, porque “pregúntele a su doctor” porque “esto no me corresponde hacerlo”… “no está en mi turno”?

Y ahí uno, angustiado, doliente, mirando para todos lados en un hospital en el que todo es movimiento y pocos prestan auxilio o tan sólo una mirada de solidaridad y la mano tendida para brindar ese auxilio” protector. Todo es “protocolo” como escudo, y pretexto: Es la maldición.

Hace ya algún tiempo el paciente llegó aquejado por dolores intensos en el abdomen. Fue al Hospital Adolfo López Mateos del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) en la Ciudad de México. Era derechohabiente. Entró a urgencias a las 14 horas. Le preguntaron algunos datos y sus dolencias. Anotaron. Le enviaron a una cama ahí dispuesta. Le dijeron que pronto pasaría un doctor a revisarlo… una, dos, tres, cuatro, cinco horas…: Nada.

Las doce de la noche, un doctor pasa haciendo una especie de rondín en urgencias: le pregunta por sus dolencias y síntomas y tal: le ofrecen una pastilla para algo -quizá para mitigar el dolor-. A las 4 de la mañana lo envían a un piso, a un cuarto en donde hay otros dos pacientes. Llega dolorido.

Ahí espera. Espera. Espera… Nadie acude a verlo. Ningún médico. Las enfermeras “no conocen el caso” y no apoyan. Los otros enfermos en la misma habitación también esperan. Luego se enteraría que fue enviado a esa habitación y a ese piso por error y que por eso no lo habían atendido…

El dolor sigue ahí, pero la atención médica no aparece por ningún lado… Cuatro de la tarde y nada. Junto con alguien de su familia que consigue localizarlo decide huir de ahí, salir, escapar, buscar alivio en otro lado más sensible a su situación… Y lo hace: huye. Nadie se da cuenta de su escape…

Por la noche acude a su casa un grupo de policías en una patrulla. Lo buscan. Preguntan por él. Le dicen a su familia que salió del Hospital Adolfo López Mateos del ISSSTE sin avisar. Él sale y les da las razones. Le hacen firmar un documento en donde libera de responsabilidades a la institución… Nadie se nace responsable de su salud, de su vida, de su indignación y de su sentido de fracaso…

Es el Hospital Adolfo López Mateos que fue inaugurado el 17 de noviembre de 1970 y en el que se pregonan sus servicios con “humanismo”. Si. Pero no. Y aunque no es en todos los casos, ni es generalizado, pero lo cierto también es que por razones extraordinarias ese ‘humanismo’ ha desaparecido en muchos ahí; ya médicos, enfermeras, asistentes.

A saber: Los servicios que prestan las instituciones de salud y seguridad social a sus afiliados (i.e. ISSSTE) se financian con contribuciones del empleador, contribuciones del obrero o empleado y contribuciones del gobierno. Es el caso del Regional Adolfo López Mateos en la Ciudad de México. Sus servicios no son gratuitos, son pagados por las partes que intervienen en el ciclo laboral y, en general, con recursos públicos que provienen del trabajo de miles de mexicanos.

Y lo menos que se puede esperar de estos recursos y estos servicios de salud es que sean de alta calidad, con la garantía de la meticulosidad, el conocimiento riguroso de la medicina, la formación profesional de alto nivel y el humanismo indispensable entre quienes habrán de resguardar la buena salud y la vida de seres humanos.

Y cada uno, paciente y familiares, esperan que la atención sea esmerada, con esa calidad y trato propios de un hospital de alto rango en el que atienden cientos de doctores, enfermeras y enfermeros, doctores especializados, personal calificado en cada una de las áreas de la salud y los servicios adyacentes. Lo que se espera ahí es restablecer la salud de quien acude a pedir auxilio…

Y que en casos especialmente delicados haya toda la atención personalizada y la medicina y ciencia y equipo y conocimiento a disposición del restablecimiento de la salud del enfermo. Pero también otra cosa: El aspecto humano que hace que ese ser humano sabio en materias de salud sea eso: humano.

Ese que está ahí, expectante, sufriendo una enfermedad es, a la manera de Adriano frente a Hermógenes, quien ha tenido una vida entera productiva durante la que aportó su trabajo, su esfuerzo, su tiempo, su vida para el engrandecimiento nacional y con cuyos recursos se pagan los emolumentos del personal médico y de auxilio.

Y uno quiere que aquel Adolfo López Mateos, Hospital del ISSSTE, sea un refugio y una solución, un encuentro con la ciencia y la certeza, con la bondad y la comprensión.

Llegó a urgencias de este hospital apenas en marzo pasado. Su familia lo acompañaba. A él le aquejaban dolores del cuerpo, pero también del alma porque tenía miedo: un miedo terrible a lo que ocurriría ahí y también ¿por qué no? confianza en que todo dolor tendría solución y reparo.

Lo recibieron y lo pusieron en una sala general para revisarlo, para detectar su estado de salud y las razones que le aquejaban. Diagnosticaron y lo remitieron a una sala general; luego a un aislamiento necesario, luego a un cuarto en un piso en donde estaban también otros dos pacientes.

En adelante todo serían idas y vueltas de especialistas de una u otra asignatura, los que no se comunicaban entre sí para concluir de forma coordinada si uno u otro tratamiento no impactaba a lo que hacía el otro médico. Se les preguntaba y hacían la vista gorda… Existía un médico titular para el paciente quien era una especie de ser inexistente por mucho tiempo…

Cada día, cada uno de los médicos especialistas, anunciaban algo nuevo. Fatídico. No lo veían como un tema a solucionar, sí un tema que está ahí y que sigue ahí y estará ahí… Pocas veces un dejo de preocupación humana: sí la frialdad del estado de la cuestión sin algún atisbo de lucha ferviente en favor de la vida del paciente…

Poco a poco el cansancio y el deterioro, aparecieron. Él pedía ¡Auxilio!... Poco… o nada: “Lo tiene que ver con su médico”… ¿cuál de ellos? Ante el desaseo personal y el abandono del enfermo se pide ayuda, atención: nada, “no es mi turno”; “espere a que llegue su enfermera” …

Y frente al dolor de familiares que ven cómo se extingue la flama de una vela que fue resplandeciente y que aún es luminosa, los médicos diagnostican, advierten, “ustedes deciden qué hacer” como si ellos no fueran los responsables científicos por la vida de quien está ahí, en el lecho infinito.

Y poco a poco se apaga la luz, poco a poco se vuelve más tenue, apenas un atisbo de esa luz que busca otro camino… Poco a poco se va… poco a poco se aleja… poco a poco la ilusión se pierde, los sueños se alejan, los años juntos se terminan, se hunden en el silencio…

… Aquellos años de infancia feliz, de juventud vigorosa, de enormes esfuerzos, de trabajo inacabable, de lucha por hacer una familia y a unas hijas profesionistas hechas y derechas, a una esposa amada que no quiere dejarlo un instante…

En su letargo mira a sus seres queridos con una mirada dulce como sus propios sueños, como sus propias ilusiones acabada, como fue su vida, como cuando el niño quiere abrazar a su madre y no soltarla porque es su única salvación, la única, la más profunda y bendita…

Poco a poco se va, cierra los ojos. Sonríe con amor. Se aleja… Ya no está… Ya no sufre… Ya terminó aquí… Toda una vida termina. Un segundo que es interminable-infinito-se lo lleva.

Ya duele, ya se sufre, ya se llora, ya se quiere quitar el corazón con las manos porque arde de dolor por el ser que está ahí callado en su sueño infinito… que ya no está… que se acaba de ir… Pero aquí está. Siempre estará. Nunca se irá. Está aquí, aunque esté ausente.

La familia agrupada en una sala adjunta llora con el dolor que sólo la muerte produce. Se lamenta. Se abraza. Se busca. Se implora… El dolor es enorme, interminable… Todos sufren el instante mismo…

Un policía del ISSSTE y una vigilante uniformada se aproximan al grupo familiar: “Se tienen que salir de aquí, porque no está permitido que estén en este lugar: es el protocolo…”.

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Un día, un hospital, el regional “Adolfo López Mateos” del ISSSTE… “Servicio con humanismo” dice por ahí.

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