/ viernes 19 de julio de 2024

Hojas de papel | Más alto. Más rápido. Más fuerte

Uno se ve en esos muchachos, los de entonces y los de ahora, y siente envidia. Envidia de la buena. Porque son jóvenes fuertes y frondosos –ellos y ellas- que a lo largo de días-semanas-meses-años han decidido dedicarse a su deporte favorito, por el que late su corazón y vibra su cuerpo y las entendederas: todo ellos.

Y escogen deportes a su gusto y manera. Y lo ejercitan de forma permanente. A todo lo que da. Buscan la perfección. Buscan el ideal del deportista perfecto. Se esmeran. Se disciplinan. Sufren.

Son jóvenes la mayoría. Y provienen de distintos países. Son distintas nacionalidades, diferentes razas y costumbres, pero todos unidos por cinco eslabones que los hacen merecedores de gloria: el deporte, el triunfo, la emoción por la victoria para sus países. O el fracaso glorioso.

Ellos y sus entrenadores se emocionan hasta las lágrimas cuando ganan una presea de oro, se suben al podio de triunfadores y en el estadio deportivo se escucha glorioso su himno nacional. Quienes lo viven seguramente sienten en el cuerpo y alma la felicidad de la tarea cumplida con creces. También están los que ganan la plata y el bronce: Triunfadores también. Los que “por un pelito” hubieran tenido la gloria del oro y de su himno nacional para que lo sepa el mundo.

Las Olimpiadas son cosa seria. Son la confrontación de humanos en donde se muestran capacidades extraordinarias en la disciplina de cada uno de los deportistas, de sus técnicos, de su gente de apoyo, y de sus países.

Son países en los que se les estimula, se les aprecia el gran esfuerzo; en los que se les dota de lo necesario si dan muestras de ser deportistas de alto rendimiento y en donde no hay una Ana Gabriela Guevara que es en sí misma un obstáculo para el deporte mexicano y para el triunfo.

Hay muchachos y muchachas que quieren ser parte de la delegación de cada país. Y para lograrlo se someten a pruebas de capacidad, de fortaleza, de inteligencia, de agilidad mental y física.

Y sólo ellos saben el enorme sacrificio al que se someten para ser parte de sus equipos locales, o de la fuerza individual local; luego competencias nacionales y en el extranjero. De ahí se van perfilando los triunfadores del futuro, que se someten a dietas severas, a horarios ingentes, a rutinas que parecen interminables.

… A exigencias sociales para verlos ganadores, a exigencias de sus entrenadores, a exigencia de las instituciones escolares o académicas, a exigencias de sus patrocinadores de gobierno –cuando se les ayuda- o de sus apoyos.

Y cuando son elegidos para acudir a la justa de cada cuatro años, ellos sienten que, en sí misma, esta oportunidad es un triunfo a sus esfuerzos y a los apoyos y del amor fraterno. Los padres y las madres de los jóvenes deportistas se muestran sus primeros apoyos-orgullosos al límite de su vida.

Este año las Olimpiadas serán en París, Francia, del viernes 26 de julio de 2024 al domingo, 11 de agosto.

También habrá contiendas en otras localidades apropiadas para deportes que requieren espacios especiales como son los que se llevan a cabo en el mar o a campo abierto. Pero todo parece estar dispuesto a que en unos días París reciba a la multitud de naciones y competidores: serán aproximadamente 10,500 deportistas de 206 países para 45 disciplinas ahí representadas.

¿Quién iba a pensar entonces tal magnitud y tanta importancia y expectativa de millones de seres humanos?

Las olimpiadas nacieron en Grecia. Su nombre es porque se celebraban para rendir honor a los dioses del Panteón Olímpico. Los primeros Juegos de los que se tiene registro son del año 776 a.C. se celebraban en la villa griega de Olimpia, en donde estaba del santuario más importante del dios Zeus, en el valle del Alfeo. (Lo dicen los libros).

En las fiestas deportivas se reunían los luchadores griegos en distintas competencias. Eran tan importantes que incluso las guerras entre ciudades y reinos se detenían durante esos días.

Esto aunado al origen del Maratón, una carrera de largo alcance. La leyenda dice que Maratón era una ciudad situada a unos 40 kilómetros de Atenas. Era su último bastión. Si se perdía, el ejército persa entraría en Atenas y la conquistaría para sí.

Los atenienses estaban convencidos de haber perdido esa batalla y se disponían a quemar la ciudad. Y pensaban completar la tarea asesinando a mujeres y niños. Pero no. Atenas sí había ganado la batalla de Maratón.

Y aquí entra el primer corredor de esta distancia de la historia. Filípides era un mensajero al que se le encomendó correr desde Maratón a Atenas para evitar el desastre. Y corrió a toda velocidad los 40 kilómetros. Al llegar, exhausto, dio un grito de alarma y se desplomó a las puertas de la ciudad.

En todo caso a los triunfadores de las justas se les premiaba con un altísimo honor: una corona de laurel como símbolo de supremacía, de triunfo, de virtud y de lozanía.

Siglos después, el emperador romano Teodosio I los suspendió por considerarlos un espectáculo pagano. Pero nada. La vieja semilla estaba sembrada.

Esta semilla germinó en el siglo XIX de nuestra era. Los Juegos Olímpicos modernos fueron concebidos por el barón Pierre de Coubertin en 1894, en la Universidad de la Sorbona en París. Allí llamó a universalizar el deporte bajo el lema: “Citius. Altius. Fortius” (“Más rápido. Más alto. Más fuerte”).

El 24 de junio de 1894 se creó el Comité Olímpico Internacional con la asistencia de 15 países. Se designó al griego Demetrios Bikelas como presidente y a Coubertin como secretario y se determina la organización de los Juegos de Atenas para 1896. Y ahí empezó la nueva historia.

En adelante la justa deportiva más importante del mundo se lleva a cabo cada cuatro años en distintos países, los que, con años de antelación, se proponen para realizarlos y obtener el privilegio de recibir a los miles de atletas y sus equipos técnicos y de apoyo durante por lo menos dos semanas.

Los juegos han tenido altas y bajas. Casi siempre relacionados con problemas políticos o de ideología, como ocurrió en Berlín-1936: El gobierno nazi de Adolfo Hitler camufló su vocación racista y militarista mientras era anfitrión de las Olimpíadas. Querían las Olimpiadas para impresionar a miles de espectadores y periodistas extranjeros presentando la imagen de una Alemania pacífica y tolerante, lo que contrastó con el trato grosero hacia el corredor de EUA de color, Jesse Owens, quien ganó cuatro medallas de oro.

O en Múnich 72: El 5 de septiembre, terroristas palestinos de un grupo denominado “Septiembre Negro” entraron a la Villa Olímpica y asesinaron a dos atletas israelíes, y tomaron a otros nueve como rehenes, Reclamaban la liberación de más de un centenar de presos. Al intentar huir hubo un intento fallido de la policía alemana y murieron terroristas y rehenes.

O en nuestro “México 68”, “México por la paz”. Muchos Comités Olímpicos temían por la altura de la Ciudad de México y del perjuicio que podría acarrear para la salud y el rendimiento de los atletas. Nada. Al contrario. A lo largo de los días se rompieron récords por doquier:

La altitud de 2,240 metros de altura sobre el nivel del mar propició récords mundiales en todas las carreras masculinas de 400 metros o menos, además del salto de longitud y el triple salto.

Un logro memorable fue el salto de longitud de Bob Beamon, de 8.90 m, un récord mundial que duraría 22 años o cuando Dick Fosbury ganó el salto de altura masculino con una nueva técnica de salto que ahora se conoce como el 'Fosbury Flop'. Por primera vez los ganadores tuvieron que someterse a un control antidopaje.

O el 16 de octubre-68 cuando Tommie Smith y John Carlos, medallas de oro y bronce en los 200 metros, se quitaron los zapatos, bajaron la cabeza y alzaron un puño enguantado en negro durante la interpretación del himno de Estados Unidos en reproche a la política racista en su país.

Y tantísimas anécdotas a lo largo de una larga historia de Juegos Olímpicos en el siglo XX y lo que va del siglo XXI. París 2024 espera. Que sea para bien. Que no haya peligro para nadie y sí sea una fiesta de alegría, unidad, de concordia y capacidad y fortaleza.


Y eso: Cada uno llega con la consigna emblema de los Juegos Olímpicos, todos juntos los deportistas y todos nosotros junto con ellos cantaremos “Más alto. Más rápido. Más fuerte”.

Uno se ve en esos muchachos, los de entonces y los de ahora, y siente envidia. Envidia de la buena. Porque son jóvenes fuertes y frondosos –ellos y ellas- que a lo largo de días-semanas-meses-años han decidido dedicarse a su deporte favorito, por el que late su corazón y vibra su cuerpo y las entendederas: todo ellos.

Y escogen deportes a su gusto y manera. Y lo ejercitan de forma permanente. A todo lo que da. Buscan la perfección. Buscan el ideal del deportista perfecto. Se esmeran. Se disciplinan. Sufren.

Son jóvenes la mayoría. Y provienen de distintos países. Son distintas nacionalidades, diferentes razas y costumbres, pero todos unidos por cinco eslabones que los hacen merecedores de gloria: el deporte, el triunfo, la emoción por la victoria para sus países. O el fracaso glorioso.

Ellos y sus entrenadores se emocionan hasta las lágrimas cuando ganan una presea de oro, se suben al podio de triunfadores y en el estadio deportivo se escucha glorioso su himno nacional. Quienes lo viven seguramente sienten en el cuerpo y alma la felicidad de la tarea cumplida con creces. También están los que ganan la plata y el bronce: Triunfadores también. Los que “por un pelito” hubieran tenido la gloria del oro y de su himno nacional para que lo sepa el mundo.

Las Olimpiadas son cosa seria. Son la confrontación de humanos en donde se muestran capacidades extraordinarias en la disciplina de cada uno de los deportistas, de sus técnicos, de su gente de apoyo, y de sus países.

Son países en los que se les estimula, se les aprecia el gran esfuerzo; en los que se les dota de lo necesario si dan muestras de ser deportistas de alto rendimiento y en donde no hay una Ana Gabriela Guevara que es en sí misma un obstáculo para el deporte mexicano y para el triunfo.

Hay muchachos y muchachas que quieren ser parte de la delegación de cada país. Y para lograrlo se someten a pruebas de capacidad, de fortaleza, de inteligencia, de agilidad mental y física.

Y sólo ellos saben el enorme sacrificio al que se someten para ser parte de sus equipos locales, o de la fuerza individual local; luego competencias nacionales y en el extranjero. De ahí se van perfilando los triunfadores del futuro, que se someten a dietas severas, a horarios ingentes, a rutinas que parecen interminables.

… A exigencias sociales para verlos ganadores, a exigencias de sus entrenadores, a exigencia de las instituciones escolares o académicas, a exigencias de sus patrocinadores de gobierno –cuando se les ayuda- o de sus apoyos.

Y cuando son elegidos para acudir a la justa de cada cuatro años, ellos sienten que, en sí misma, esta oportunidad es un triunfo a sus esfuerzos y a los apoyos y del amor fraterno. Los padres y las madres de los jóvenes deportistas se muestran sus primeros apoyos-orgullosos al límite de su vida.

Este año las Olimpiadas serán en París, Francia, del viernes 26 de julio de 2024 al domingo, 11 de agosto.

También habrá contiendas en otras localidades apropiadas para deportes que requieren espacios especiales como son los que se llevan a cabo en el mar o a campo abierto. Pero todo parece estar dispuesto a que en unos días París reciba a la multitud de naciones y competidores: serán aproximadamente 10,500 deportistas de 206 países para 45 disciplinas ahí representadas.

¿Quién iba a pensar entonces tal magnitud y tanta importancia y expectativa de millones de seres humanos?

Las olimpiadas nacieron en Grecia. Su nombre es porque se celebraban para rendir honor a los dioses del Panteón Olímpico. Los primeros Juegos de los que se tiene registro son del año 776 a.C. se celebraban en la villa griega de Olimpia, en donde estaba del santuario más importante del dios Zeus, en el valle del Alfeo. (Lo dicen los libros).

En las fiestas deportivas se reunían los luchadores griegos en distintas competencias. Eran tan importantes que incluso las guerras entre ciudades y reinos se detenían durante esos días.

Esto aunado al origen del Maratón, una carrera de largo alcance. La leyenda dice que Maratón era una ciudad situada a unos 40 kilómetros de Atenas. Era su último bastión. Si se perdía, el ejército persa entraría en Atenas y la conquistaría para sí.

Los atenienses estaban convencidos de haber perdido esa batalla y se disponían a quemar la ciudad. Y pensaban completar la tarea asesinando a mujeres y niños. Pero no. Atenas sí había ganado la batalla de Maratón.

Y aquí entra el primer corredor de esta distancia de la historia. Filípides era un mensajero al que se le encomendó correr desde Maratón a Atenas para evitar el desastre. Y corrió a toda velocidad los 40 kilómetros. Al llegar, exhausto, dio un grito de alarma y se desplomó a las puertas de la ciudad.

En todo caso a los triunfadores de las justas se les premiaba con un altísimo honor: una corona de laurel como símbolo de supremacía, de triunfo, de virtud y de lozanía.

Siglos después, el emperador romano Teodosio I los suspendió por considerarlos un espectáculo pagano. Pero nada. La vieja semilla estaba sembrada.

Esta semilla germinó en el siglo XIX de nuestra era. Los Juegos Olímpicos modernos fueron concebidos por el barón Pierre de Coubertin en 1894, en la Universidad de la Sorbona en París. Allí llamó a universalizar el deporte bajo el lema: “Citius. Altius. Fortius” (“Más rápido. Más alto. Más fuerte”).

El 24 de junio de 1894 se creó el Comité Olímpico Internacional con la asistencia de 15 países. Se designó al griego Demetrios Bikelas como presidente y a Coubertin como secretario y se determina la organización de los Juegos de Atenas para 1896. Y ahí empezó la nueva historia.

En adelante la justa deportiva más importante del mundo se lleva a cabo cada cuatro años en distintos países, los que, con años de antelación, se proponen para realizarlos y obtener el privilegio de recibir a los miles de atletas y sus equipos técnicos y de apoyo durante por lo menos dos semanas.

Los juegos han tenido altas y bajas. Casi siempre relacionados con problemas políticos o de ideología, como ocurrió en Berlín-1936: El gobierno nazi de Adolfo Hitler camufló su vocación racista y militarista mientras era anfitrión de las Olimpíadas. Querían las Olimpiadas para impresionar a miles de espectadores y periodistas extranjeros presentando la imagen de una Alemania pacífica y tolerante, lo que contrastó con el trato grosero hacia el corredor de EUA de color, Jesse Owens, quien ganó cuatro medallas de oro.

O en Múnich 72: El 5 de septiembre, terroristas palestinos de un grupo denominado “Septiembre Negro” entraron a la Villa Olímpica y asesinaron a dos atletas israelíes, y tomaron a otros nueve como rehenes, Reclamaban la liberación de más de un centenar de presos. Al intentar huir hubo un intento fallido de la policía alemana y murieron terroristas y rehenes.

O en nuestro “México 68”, “México por la paz”. Muchos Comités Olímpicos temían por la altura de la Ciudad de México y del perjuicio que podría acarrear para la salud y el rendimiento de los atletas. Nada. Al contrario. A lo largo de los días se rompieron récords por doquier:

La altitud de 2,240 metros de altura sobre el nivel del mar propició récords mundiales en todas las carreras masculinas de 400 metros o menos, además del salto de longitud y el triple salto.

Un logro memorable fue el salto de longitud de Bob Beamon, de 8.90 m, un récord mundial que duraría 22 años o cuando Dick Fosbury ganó el salto de altura masculino con una nueva técnica de salto que ahora se conoce como el 'Fosbury Flop'. Por primera vez los ganadores tuvieron que someterse a un control antidopaje.

O el 16 de octubre-68 cuando Tommie Smith y John Carlos, medallas de oro y bronce en los 200 metros, se quitaron los zapatos, bajaron la cabeza y alzaron un puño enguantado en negro durante la interpretación del himno de Estados Unidos en reproche a la política racista en su país.

Y tantísimas anécdotas a lo largo de una larga historia de Juegos Olímpicos en el siglo XX y lo que va del siglo XXI. París 2024 espera. Que sea para bien. Que no haya peligro para nadie y sí sea una fiesta de alegría, unidad, de concordia y capacidad y fortaleza.


Y eso: Cada uno llega con la consigna emblema de los Juegos Olímpicos, todos juntos los deportistas y todos nosotros junto con ellos cantaremos “Más alto. Más rápido. Más fuerte”.

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