/ viernes 28 de junio de 2024

Hojas de papel | Vasconcelos, el hombre cósmico

La educación, la educación, la educación: el gran problema histórico de México. Y pocas veces alguien ha empeñado gran parte de su vida y su obra en el rescate y estímulo de los grandes valores de los mexicanos, de sus capacidades, de su enorme talento e inteligencia, por medio de la educación, como lo hizo José Vasconcelos a lo largo de su vida.

Para él, la educación era la base del conocimiento, pero sobre todo, de la identidad y de la voluntad creativa y crítica de los mexicanos. Sólo así podía hablarse del ser mexicano, de la grandeza del ser mestizo, de “La raza cósmica” como él llamó a la identidad nacional: el mestizaje.

No anulaba al indigenismo, como se dijo por entonces, pero si lo fortalecía en unión con la nueva sangre que dio forma a lo que hoy es el mexicano en general: mestizo.

Y al estudio de ese mexicano dirigió su obra intelectual y creativa. Ya por la vía del ensayo, la novela, la crónica, la biografía, la filosofía, la ética… Tanto que aportó Vasconcelos, hombre excepcional por su grandeza como también por sus debilidades y fracasos.

La educación es el medio para dominar el mundo

La propuesta educativa de Vasconcelos, muy a tono con el positivismo de Gabino Barreda, conlleva a formar el hombre capaz de valorar la vida desde un punto de vista personal, de ser autogestor de su sustento bajo el principio de que todo hombre de trabajo estará en condiciones de conquistar un progreso para él y por ende para toda la sociedad.

Decía: “La educación es el medio para dominar el mundo”, o bien “La educación debe ser para todos y no solo para los privilegiados”...

Y para ello –agregaba- habría que facilitarles a todos en el país el acceso a la educación y una educación de buena calidad, universal y mexicana. Y para esta tarea confiaba en los jóvenes maestros que se incorporaban a la enseñanza en sus misiones educativas, por todo México:

“Maestros caducos y vencidos, que son tantos y están abandonados por todos los pueblos y ciudades. Maestros jóvenes que afanan y sueñan, hermanos en la lejanía de lo que se va volviendo el pasado; cada vez que yo pienso en la patria serán ustedes los que le presten rostros.”

Y sobre todo fue un ferviente creyente en la democracia, pero también fue un ferviente crítico de lo que resultó de una Revolución de cuyos resultados se apropió un grupo del que fue parte, pero del que salió decepcionado y del que se sintió expulsado por sus ideas.

… O bien, él mismo se marginó porque no se percibía como parte de un gobierno que anuló el principio por el que había luchado: “Sufragio efectivo, no reelección”, frase que algunos le atribuyen como parte del maderismo incipiente del que fue partícipe y hasta muchos años después de la muerte de Francisco I. Madero.

El parteaguas fue 1929 cuando en elecciones extraordinarias compitió por la presidencia frente a Pascual Ortiz Rubio, el candidato impuesto por el “Jefe Máximo”, Plutarco Elías Calles.

Vasconcelos quería un gobierno civil en el que predominara la justicia, la justicia social, la razón, el espíritu nacional y nacionalista, la formación del mexicano para enfrentar avatares con herramientas firmes del conocimiento. Un México fuerte en lo económico y en la distribución justa de su riqueza.

Pero el fracaso de 1929 le caló hondo. Lo consideró una traición a la democracia y nunca reconoció el triunfo de Ortiz Rubio. Y presagió que el gobierno mexicano “de la Revolución” no estaba dispuesto a perder el poder, como ocurrió hasta el año 2000. Ese 1929 se creó el Partido Nacional Revolucionario, que después sería el Partido Revolucionario Institucional: PRI.

Él, por su parte, ese año decidió sumergirse en otra de sus grandes vocaciones, la creación filosófica y literaria. No obstante también tuvo tiempo para responder a sus críticos y a sus adversarios… Acaso lo hace de forma elegante y sobria en aquel famoso ensayo: “El amargado”:

“– ¿Sabe lo que se dice de usted en México? – pregunta un amigo viajero, y respondo:

– Me interesa poco saberlo, pero en fin, diga.

– Pues se dice que es usted un amargado.

– ¡Vaya! – exclamo -. ¡Antes me llamaban despechado! Se han convencido ya de que no busco posiciones y dinero a cualquier costa y tienen que desistir del adjetivo, pues despechado es el que no puede conseguir lo que apetece, así esté dispuesto a pagarlo con precio de honra...”

Era el hombre que había luchado por un nuevo país, democrático, digamos; y por la fuerza de la verdad, la inteligencia y la razón, que es la fuerza del conocimiento y por el avance de los cambios favorables a un país que mostraba su retraso en distintos núcleos de su vida colectiva.

Cierto: Su historia no comienza en 1929. Digamos que ese año fue su parteaguas vital. Su participación política e intelectual vienen desde las luchas maderistas por conseguir la presidencia por vía democrática, como signo distintivo de una nueva etapa del país.

Repudió el golpe de Estado de Victoriano Huerta. A la muerte de Madero el oaxaqueño decidió vincularse aún más a los movimientos revolucionaros; más cercano al carrancismo fue nombrado por los revolucionarios como su representante en Europa para divulgar las razones de la revolución y el desconocimiento al golpista militar y su gente.

Pero también su mundo era ancho y enorme por su universalidad: Formó parte del Ateneo de la Juventud. Fue director de la Escuela Nacional Preparatoria (1914). Rector de la Universidad Nacional (1920-1921), a la que identificó con una de sus obsesiones intelectuales, el espíritu mexicano, es así el lema y escudo que regaló a nuestra universidad: “Por mi raza hablará el espíritu”. Durante el gobierno de Álvaro Obregón fue secretario de Educación Pública (1921-1924)…

Como político y observador también cometió errores de apreciación, como cuando dirigió la revista “Timón”, que era un órgano de información muy favorable a Alemania durante la primera parte de la Segunda Guerra Mundial, el nazismo. Error.

Su vasta obra incluye clásicos del pensamiento mexicano como “El monismo estético” (1918), “La raza cósmica (1925), “Aspects of Mexican Civilization” (1927); “Tratado de metafísica” (1929), “Ulises criollo” (Su biografía, 1935), “La tormenta” (1936), “Estética” (1936), “Historia del pensamiento filosófico” (1937), “Breve historia de México” (1937), “El desastre” (1938), “El proconsulado” (1939), “ Los de arriba en la Revolución. Historia y Tragedia” (1959) y muchísimos más como ensayos, artículos periodísticos…

Vasconcelos nació el 27 de febrero de 1882, en la ciudad de Oaxaca. Murió el 30 de junio de 1959, hace 65 años. No fue un personaje aquietado por sus actividades intelectuales y políticas. Fue también muy dado al amor.

Tuvo mujeres que lo acompañaron en distintas etapas de su vida. A José Vasconcelos se le conocieron dos matrimonios y otros romances con mujeres destacadas ‘como la cantante de ópera Bertha Singerman y con Antonieta Rivas Mercado de los cuales no dejó alguna huella tan profunda como la que le dejó Elena Arizmendi. En 1942 quedó viudo y volvió a casarse con la pianista Esperanza Cruz, treinta años más joven que él’, con ella tuvo a su hijo Héctor.

Acaso la relación más impactante fue la que tuvo con Antonieta Rivas Mercado, “Antonieta”. Ella lo había seguido a lo largo de la campaña del 29. Fue una ferviente Vasconcelista. Puso todo su empeño en conseguir apoyos para la campaña y todo su tiempo e inteligencia. Lo quería. El estimuló ese cariño y correspondía con eso, con cariño, pero no iba a más…

Ella por su parte acarreaba múltiples problemas. Aunque de familia acomodada no era el dinero el problema; fue su difícil vida en las relaciones amorosas, no correspondidas. Vivió un difícil y largo litigio por la recuperación de su hijo, producto de su primer matrimonio. Y de ahí en adelante amores fallidos, como el que sintió por el pintor Manuel Rodríguez Lozano… o Vasconcelos.

Luego del fracaso electoral de Vasconcelos, ella lo siguió en un viaje a París. Hubo desavenencias. El 11 de febrero de 1931 se escuchó un balazo al interior de la catedral de Notre Dame. Ahí, frente al altar, ella, sentada, se disparó en el corazón. Una tragedia que marcó, asimismo, la tristeza de José Vasconcelos, el oaxaqueño ilustre, el pensador, el educador, el filósofo, el político, el hombre más triste de los grandes hombres mexicanos…

“Por mi raza hablará el espíritu”.

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