No nos hagamos rosquillas. En México la mayoría de los aquí nacidos somos cursis, románticos de corazón, llorosos y llorones al recriminar “Piensa en mí, cuando sufras, cuando llores también piensa en mí”. Eso mero. Todos los mexicanos llevamos en nuestro fuero interno un ‘blanco diván de tul que aguardará, tu exquisito abandono de mujer...’ Gulp. Y así, entre suspiro y suspiro...
Nos gusta el relajo. La canción bravía. La que “Entre copa y copa se acaba mi vida...”; las del “¡Ay Jalisco, no te rajes!” y hasta “¡Tómate esta botella conmigo, y en el último trago nos vamos!” y todo eso que nos hace sentir más mexicanos y que, hasta cuando salimos del país, a la menor provocación entonamos el “Canta y no llores...”. Somos todo esto, y más.
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Somos gustosos de la música ya melodiosa o ‘cachondona’; nos gusta el baile y los ritmos que nos alegran el alma y se meten en nuestro torrente sanguíneo. Pero luego de todo, del danzón, del chachachá, mambo, rock and roll, de la salsa, la cumbia, el hip-hop, el reggaetón -si se quiere-- terminamos la jornada exhausta con “Amor de mis amores, sangre de mi alma; regálame las flores, de la esperanza...”
Son canciones que oyeron nuestros abuelos y les gustaron. Hoy se diría que son canciones “rucas”. También las escucharon nuestros padres y les gustaron “son rucas”, se insiste: pero ahí están.
Los jóvenes hoy recuperan el bolero en versiones “up today”. En verdaderas joyas, arreglos, musicalizaciones novedosas y con estilos distintos que acompañan la emoción íntima de nuestras vidas y de nuestras esencias: Es el mismo bolero, y un bolero es nosotros puestos ahí.
Desde los treinta y más en los cuarenta- había programas especiales para escuchar, desde la “XEW, la voz de la América Latina desde México: ¡talán!” la “Hora azul”, “Azul, como una ojera de mujer...”. Era la hora de Agustín Lara, en gran medida el culpable de inflamar nuestro romántico ser hasta el artificio y nos recordaba que “aunque no quieras tú, ni quiera yo: lo quiso Dios”.
Ser cursi no es pecado ni demérito ni es vergonzoso, aunque algunos y algunas lo ocultan en lo más recóndito de su cursilíneo ser y exhibirse como uno mismo es, les parece ‘socialmente incorrecto’, aunque se chisporrotee esa emotividad a la escucha de Luis Miguel o de Natalia Lafourcade o de Buika o tantos que entonan los viejos boleros a modo distinto y a gusto de hoy, porque a fin de cuentas ‘se me hizo fácil, borrar de mi memoria, a esa mujer a la que se quiso tanto...’
Agustín Lara fue el gran compositor mexicano de los grandes y mejores boleros que en el mundo han sido. Claro, con excepciones de muchos boleros que provienen de otros países, especialmente de Cuba, nuestra Cuba querida siempre tan melodiosa y querendona.
Y siempre está presente Agustín Lara, que apenas el 6 de noviembre pasado cumplió 50 años de haberse ido al cielo de los grandes compositores del mundo. Y uno se pregunta cómo un personaje como fue él, pudo componer tanto y tantas canciones en las que lo mismo describía su pasión por la mujer, sobre todo, pero también sabía expresarse en sus querencias personales, como ocurrió con aquella su famosa Rapsodia Española.
En la que volcó su pasión por “Granada” como “Valencia” o “Murcia” y hasta el chotis “Madrid” que de pronto algunos envidiosos han querido regatearle la autoría al mismo que tanto regaló a España por su amor a ella; como también compuso tangos al modo de “Arráncame la vida”, por ejemplo, y lo mismo componía en tiempo de jazz, o feeling, o pasos dobles, o rancheras, valses, pero sobre todo boleros.
Fue nuestro gran “Flaco de Oro”, que lo mismo nació en el Distrito Federal o en Tlacotalpan, Veracruz. Da lo mismo. Ya en 1897 o en 1900. Da lo mismo: Cada quien describe su vida a como le cuadra y nace en donde mejor le antoja, y la vive como la imagina si así quiere que sea.
Él quiso ser de Veracruz, aunque los indicios dicen que en la capital del país. ¿Importa tanto? ¿No es más importante su obra? En todo caso ya se sabe: Alrededor del “Músico-poeta” se han tejido enormes historias, fábulas, mitos, verdades, fantasías: todo junto a veces. Él mismo contribuía a su historia verdad-mentira, como cuando se reía de su propia fealdad física:
“Desde que nací mi padre descubrió que era yo muy feo y válgame decir que no exageraba ni mentía, nací feo y lo seguí siendo toda mi vida. Yo creo que Dios me vio tan feo que dijo: A este le vamos a dar un poco de inspiración porque si no le va a ir muy mal en la vida al pobre”.
Su inspiración era frondosa, enorme. Era un poeta al modo modernista que nos mostró cómo decirle a la mujer que es divina, como también puede ser una “Perdida”; “Hipócrita”; “Aventurera”, a la que aconseja: “Vende caro tu amor, aventurera; dale el precio del dolor, a tu pasado. Aquél, que de tu boca la miel quiera. Que pague con brillantes tu pecado...” Así y todo, pecadora y todo, sigue siendo la mujer, mujer que ‘tiene el encanto de una majestad...’
Comenzó muy niño a tocar el piano en donde se pudo. Tenía dotes para la música. Y pronto, apenas adolescente comenzó a tocar en burdeles de Santa María la Redonda, de la vieja Ciudad de México.
Ahí, en aquellos cabarets de foquitos rojos se hizo hombre y percibió lo mismo la locura como las intensas emociones de quienes se refugiaban en sus propias urgencias; como también las de aquellas damas que tenían que cumplir con una vida “deshecha entre sus manos”.
Ahí lo vio todo y lo vivió todo, incluso la afrenta celosa de Rosa, aquella que con una botella rota le rasgó la mejilla. Todo ahí construyó sus letras y su música que, por lo mismo, nos hablaba de un mundo cercano o lejano, pero universal.
Para 1930 ya apareció en la XEW invitado por Emilio Azcárraga Vidaurreta y comenzó la época gloriosa de quien musicalizó México décadas adelante. Sabía ser ese caballero audaz que enamoraba con su palabra y su música a las mujeres más bonitas de México.
Ellas mismas le inspiraban a componer sus pasiones más íntimas que se convertían en dominio público... “Lo digo con sentimiento, mi pensamiento, me traicionaba...”. Así nacieron boleros que calaron pronto en el ánimo nacional. Decía lo que los demás sienten o piensan, pero que en su íntimo decoro no expresan, aunque se le agradece que él lo hiciera por cada uno de nosotros.
Fue un apasionado de la fiesta taurina. Era asiduo a las plazas de toros mexicanas y españolas. Les regalo lo mejor de sus personajes: “Novillero”; “Silverio Pérez: torero-torerazo, azteca y español”; “El cordobés”... y tanto más de su pasión taurina y su amor por España.
Fue actor de cine y acompañante de las y los mejores cantantes. Viajó por el mundo recogiendo honores y mereciendo honores. En Lavapiés, el emblemático barrio madrileño, hay un monumento al “Flaco de Oro” y no hay tenor en el mundo que no se luzca cantando su “Granada tierra soñada por mí...”
Pero sobre todo en su querido México está su raíz, su intensidad, su emoción. Del país y su gente del que sustrajo la pasión, el amor, la emoción y la intensidad en tiempos desaforados y misteriosos de las noches de alcohol y sexo y de emociones a flor de piel y locuras desaforadas con aroma de cigarro a punto de exterminio.
Agustín Lara es más que su leyenda, sus anécdotas y su historia real o ficticia. No importa. Si importa que cada una de sus notas musicales; cada uno de sus poemas son sus propios sentimientos puestos a disposición de los nuestros y que nos recuerdan que, al final, somos humanos hechos de barro y arcilla; con pasiones, emociones, locuras; amores y desamores y llanto tibio y callado...
Pedro Vargas lo dijo así: "Cada vez que recuerdo a Agustín Lara me pregunto si de verdad existió o si fue un maravilloso cuento inventado por todos los que tuvimos el privilegio de ser sus amigos".
En todo caso si fue y es parte de nuestra cursilería; una cursilería que nos hace y nos define; una cursilería que hoy mismo, en estos momentos, en estos días, en el abandono en el que vivimos, nos hace falta, mucha falta.
“Por qué negar, que fue la vida la que nuestras almas vino a separar; por qué mentir si es imposible que el corazón pueda sin amor vivir. Es natural, que mi cariño huérfano de besos busque dónde estar; es natural, lo pienso así, al fin y al cabo no hay nada en el mundo que te borre a ti”.
joelhsantiago@gmail.com