Cada martes y jueves, puntual a las cuatro de la tarde, el maestro Miguel Ángel Granados Chapa entraba muy solemne al salón de clases de la UNAM-Acatlán-Ciencias Políticas.
Él, moreno claro, de mediana estatura. Muy serio. Muy amable también. Siempre muy bien vestido. De traje oscuro y corbata. Camisa blanca impecable. Zapatos brillantes. De lentes de pasta gruesa que con frecuencia se acomodaba. Modales firmes. Voz sonora.
Digamos que como queriendo marcar las distancias entre él y los alumnos de la clase quienes andábamos fachosos, cabello despeinado, de mezclilla, zapatos tenis, playeras con la imagen del Che, nuestro ídolo ideológico. Ellas, nuestras compañeras, siempre “más inteligentes y bonitas que ninguna”, y todos con los libros bajo el brazo siempre.
Por supuesto, leíamos mucho. Sobre todo de periodismo, medios de comunicación, historia, literatura, biografías de periodistas célebres, entrevistas, técnicas de periodismo, el famoso Martín Vivaldi “para escribir mejor”, cosa en lo que sí pudimos avanzar y sólo gracias a las enseñanzas invaluables de otro de nuestros grandes maestros: Carlos Ferreyra Carrasco.
La materia que nos enseñaba el maestro Granados Chapa era “Desarrollo, régimen y estructura de los medios de comunicación en México”. Decíamos que si uno se aprendía ese nombre ya podríamos pasar la asignatura.
Pero para el maestro el tema era muy serio. Muy puesto en la mesa de la disección y para enseñarnos la historia y las entrañas legales de lo que son esos medios de comunicación a los que por agrado y voluntad y vocación queríamos ingresar y hacer vida.
Y desde ahí hacer los cambios que habíamos soñado en una sociedad que merecía cambios y nosotros, jóvenes estudiantes, soñadores y emocionados, los haríamos con las herramientas que habríamos de adquirir ahí, en el aula, con maestros milagrosos como él mismo y otros más, así como en los grupos de trabajo y de lectura… y de acción.
Porque participábamos en todas las juntas o manifestaciones en las que se exigiera justicia, igualdad y lo de todos para todos. “¡Este puño sí se ve! ¡Este puño sí se ve! o aquello de “¡Ese hotel será hospital!”
Pero la clase pasaba en un tris. Las dos horas estipuladas terminaban en un abrir y cerrar de ojos. Absortos todos los estudiantes escuchábamos al maestro disertar sobre los avatares de la prensa en México, luego medios de comunicación, y cómo se fueron organizando, conformando, haciendo de la información y el análisis el día a día, minuto a minuto, horas-días-semanas-años. Y la gran responsabilidad de todo esto y de sus operarios:
‘El tiempo es el aliado pero también el enemigo a vencer en esto del periodismo’, decía. Y siempre nos insistía en la honorabilidad del periodismo. En aquello de que si queríamos cambiar las cosas habríamos de hacerlo desde la ética, desde la verdad y desde la pulcritud periodística…
Decía firmemente que un periodista es como un árbitro de futbol: “Tiene que seguir el partido y cuidar el mínimo detalle, y silbar siempre que un jugador infrinja las reglas. Un árbitro no puede ni debe andar aplaudiendo las buenas jugadas porque es obligación de los jugadores hacerlo bien”, así el periodismo y su relación con el entorno social, pero sobre todo con la política y los políticos.
Pero, sobre todo, nos insistía en la defensa de una cosa. La que le da sentido y vida al periodismo. La que le da carácter y responsabilidad a los medios de comunicación y, por supuesto, a cada uno de nosotros que seríamos periodistas algún día: la libertad de expresión.
Una libertad de expresión que habríamos de defender a capa y espada; a todo lo que da nuestra vida y nuestra responsabilidad y ética. Con uñas y con dientes. Siempre en ley. Una libertad de expresión consagrada en el artículo 6 Constitucional y que vale para todos los nacidos en México y quienes vivimos en México y quienes habrán de vivir en México. Un derecho “inalienable” –decía-.
Y para entender mejor a esa libertad de expresión, su sentido profundo e histórico y actual, nos reseñaba paso a paso las luchas que los mexicanos han tenido que librar para defenderla, respetarla y hacerla respetar. Y sí, en efecto. Largo ha sido el camino. Y ha costado vidas. Y ha costado persecuciones, encierros, “viajes de rectificación” (ergo Venustiano Carranza), acusaciones, atentados a la dignidad y a la reputación de muchos…
Es caminar al filo de la navaja de la vida, pero es una vida que tiene sentido en la verdad y en el hecho mismo de decirle a la sociedad, a todos, a cada uno: “sepan cuántos…”. Y eso. La verdad. “Usted no escriba nunca nada que no pueda probar o decirlo en su propia cara a quien alude usted”, decía. Es regla de vida hoy para muchos de nosotros.
Y nos explicó esas luchas. Esas pérdidas y ganancias. De la Constitución de Cádiz de 1812 y pasando por todos nuestros documentos constituyentes que consagran la libertad de imprenta, de expresión, de pensamiento y el derecho de todos a estar informados. Un largo camino el recorrido para estar aquí, otra vez, como al principio.
En general los gobiernos de cualquier tendencia ideológica, programa, doctrina o modo de hacer las cosas, la mayoría de ellos ven a la prensa con recelo y a sus operarios, directivos, editores, reporteros, analistas… como “enemigos” o como hoy se dice: “adversarios”. Y se les persigue. Y se les acosa. Y se les silencia…
“O estás conmigo o contra mí” era y es aún la frase usual de gobierno a periodistas para controlarlos o para advertirles. Muchos han caído en la amenaza y guardaron silencio o hacían la vista gorda. Pero muchos, muchos más de lo que se supone decidieron por la libertad y por la verdad. Y así será siempre. El periodismo cuando es de verdad y ético subsiste a pesar de todo y de todos.
Hoy mismo esa libertad de expresión en México está amenazada. Se acusa a periodistas y medios de ser “enemigos”, “adversarios”, “neoliberales” o, incluso “traidores a la patria”. Todo eso. Y todo eso ha costado la vida a 15 periodistas tan sólo en ocho meses de 2022. Muchos más en años recientes. La impunidad es real.
“… Triste y doloroso es decirlo, pero es la pura verdad: en México jamás ha habido libertad de imprenta; los gobiernos conservadores y los que se han llamado liberales, todos han tenido miedo a las ideas, todos han sofocado la discusión, todos han perseguido y martirizado el pensamiento. Yo, al menos, señores, he tenido que sufrir como escritor público ultrajes y tropelías de todos los regímenes y de todos los partidos.” Dicho por Francisco Zarco en su discurso ante el Congreso Extraordinario Constituyente de 1856–1857.
Y todo esto viene al caso porque cada 20 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Libertad de Expresión de Pensamiento. Un derecho fundamental establecido en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en las constituciones de los sistemas democráticos, del cual también deriva la libertad de imprenta y de prensa.
Eso es: “El derecho a la libertad de expresión supone que todos los seres humanos tienen derecho a expresarse sin ser hostigados por lo que opinan. Representa la posibilidad de realizar investigaciones, de acceder a la información y de transmitirla sin barreras.
Abarca la libre difusión de las ideas, de la misma forma que fue concebido durante la época de la Ilustración. Nada puede menoscabar esas libertades.
La importancia del respeto a la Libertad de Expresión de Pensamiento radica en que la existencia de opiniones disidentes permite poner a prueba, mantener viva y con fundamentos la opinión verdadera, evitando así que se convierta en dogma o en un prejuicio injustificado.”
Han pasado muchos años. El maestro Granados Chapa ya no está. Pero sí está en cada uno de sus alumnos y compañeros de “medios de comunicación en México”. Y están sus lecciones y el amor por esa libertad de expresión, invaluable, única, intransferible, intocable, a pesar de todo.
Y también el aroma de aquellas tardes de bohemia, con colegas y amigos en los que salía a relucir su hidalguía de origen y su gusto por lo sencillo, simple, humano y honorable… Y aquella canción que tanto le gustaba cantar porque simple y sencillamente le gustaba la canción…
“Como espuma, que inerte lleva el caudaloso río, flor de azalea, la vida en su avalancha te arrastró…”