/ viernes 31 de marzo de 2023

Hojas de papel volando | “…Ni que perfumaras tanto…”

El olfato es uno de los cinco sentidos del ser humano del que menos se habla o se discute. Quizá porque se da por hecho que funciona bien y que por lo mismo no requiere mayores atenciones. Y cuando desempeña toda su potencia, se perciben aromas de todos colores, sabores e intensidades.

Es un sentido del cuerpo nada discriminatorio y muy democrático. Nos alerta del estado de la situación en el entorno: para bien o para mal. Con frecuencia, en el campo, se perciben los aromas que traen ‘el silbido de sus aires’…

Es el olor incomparable de las hierbas frescas y crecientes, la floresta que deslumbra por su colorido, el aroma de las flores de distinto tono e intención. Porque eso es: las flores son mal intencionadas y nos lanzan el aroma particular de cada una, de distinto calado e intensidad, para seducirnos. Aromas amables, a veces dulces, a veces intensos, o a veces, incluso, inaguantables.

El chiste es que nada pasa desapercibido para el olfato del ser humano. Incluso los aromas que nos causan repudio como también los aromas que nos producen placer, delicia, pasión, locura, y ganas de ser uno mismo y todos al mismo tiempo.

María Félix, la sonorense estrella del firmamento artístico (sic) que vivió largas temporadas fuera de México y al que regresaba de tiempo en tiempo desde París, que es donde estaba su residencia, advirtió que apenas llegar al entonces Distrito Federal “la ciudad huele feo; apesta…”. Y no lo decía en tono de desprecio, sino en tono de lamento, porque a fin de cuentas quería mucho a este país y sobre todo a esta ciudad en donde vivió a su propio aire.

Pero, bueno, no toda la Ciudad de México huele ‘fuerte’, ni todo tiene la misma vegetación, floresta, y costumbres de sus habitantes. Hay zonas muy descuidadas en su aseo callejero, hay otras que se cuidan de no estar en condición de repelencia y hay otras que huelen a bonito.

¿A qué huele cada ciudad que conocemos? Cada una de ellas tiene su aroma que lo personaliza; que es particular. ¿A qué huele Paris? ¿A qué huele Nueva York? ¿A qué huele Madrid? ¿A qué huele Monterrey? ¿A qué huele Mérida o Puebla o Querétaro…? ¿A qué huele Oaxaca?...

Cuando nos acercan un platillo en casa o en cualquier lugar en donde habremos de comer, lo primero que ocurre es el deleite del manjar a la vista, enseguida el aroma… antes de probarlo disfrutamos sus ingredientes hechos fórmula química que nos deleita al olfato. “¡Mmmm… huele riquísimo!” decimos… y enseguida va pa dentro.

O cuando se cata el vino, lo primero que ocurre es que la copa del néctar se acerca a la nariz y desde ahí se percibe su aroma intenso, profundo, emotivo, ya dulzón y afrutado o intenso y firme. El vino generoso se delata a sí mismo desde el momento en que lo olemos y sabemos que uno de los grandes descubrimientos del ser humano desde tiempos inmemoriales es el vino.

¿A qué huele el ser humano? ¿A qué huele la piel humana viva? Depende. Con frecuencia uno tiene un aroma particular que no percibimos porque –y ya está comprobado- el olfato es el sentido que más rápidamente se acostumbra a todo tipo de olores.

No huele lo mismo una persona –hombre o mujer- que son gente de trabajo arduo, en el campo, quizá, o en la fábrica o en el taller y en la oficina… Con frecuencia a sudor… resultado del trabajo

duro. O ¿a qué huele el ser humano de la combi, el Metro, o incluso nuestro vehículo particular?

El ser humano con frecuencia huele a ser humano con sudores, con falta de aseo, con ausencia de cuidados o, incluso con todos esos cuidados pero se perciben aromas particulares que no nos son agradables del todo y que hay que mejorar…

¿Y cómo mejorar el aroma del ser humano para causar una buena impresión a quienes nos rodean, a nuestra gente, a nuestros cuatas-cuates, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros colegas, a la ser amada?

Para hacer que nos reciban con una sonrisa de oreja a oreja y se acerquen y nos digan al oído: ¡Qué bien hueles! el ser humano inventó algo maravilloso, algo genial, algo que sale de su deseo de hacer sentir bien y sentirse bien consigo. El ser humano, desde la pre-pre historia inventó ese elemento que nos dota de tranquilidad, seguridad, alivio y pasión loca: el perfume.

Eso es: el perfume. Un descubrimiento o invento que surge de las ganas de oler bien, bonito, sabroso, cachondón, emotivo, sin límites de espacio o tiempo.

Hay perfume para todos los tipos de persona, para lo que es su personalidad o su intención. Hay perfumes para oler “bonito” o “sabroso” o “aceptable” o “apasionado”: “Mírame, tómame, pero no me pidas una explicación”. Para todo. Nada mejor que oler bien, con discreción y sabroso.

A saber, esto viene desde la Edad de Piedra, cuando –según los libros- los hombres quemaban maderas aromáticas y resinas que desprenden un olor agradable para complacer con humo a sus divinidades. Esta forma aromática, a través del humo, quemando maderas o inciensos, “per fumum” en latín, dará lugar al término “perfume”.

Pero eran perfumes etéreos que se expandían por el viento. Pero la inquietud estaba ahí, y poco a poco el mismo ser humano desarrolló la idea de capturar los aromas complacientes.

En Mesopotamia, en torno al año 3,500 a.C., los sumerios crean ungüentos y perfumes. Según una tablilla cuneiforme encontrada en Mesopotamia (hacia el año 1200 a.C.), los primeros perfumistas de la historia serían mujeres que creaban perfumes con mezclas de flores y plantas como la mirra y bálsamos.

En paralelo se desarrolla la civilización egipcia y hay constancia de la elaboración de perfumes a partir de esencias naturales: el nardo, el azafrán, el gálbano, el opopanax y el ânti, una resina aromática que se utiliza en rituales religiosos. También en China e India hicieron de la perfumería un arte excepcional y una necesidad humana.

En la Biblia se dice que incienso y mirra acompañan al oro en el regalo de los Reyes Magos a Jesús de Nazaret por su nacimiento; que la hermana de Lázaro unge los pies de Jesús con perfume. El valor simbólico del nardo en la época de Jesús está ahí.

Al paso del tiempo el ser humano fue creando las esencias que la naturaleza le prodigaba, todo para oler bien, para no ser repudiado por el aroma personal, para ocultar ese mismo aroma personal y para esconder que durante semanas no se habían bañado con agua y estropajos.

A Europa los perfumes llegaron por Gracia e Italia y de ahí se expandieron. Se funda el grupo de perfumistas, llamados “ungüentarii”. Componían perfumes en tres formatos: sólido, con un solo ingrediente; líquido, a base de flores y especias; y en polvo, resultado de triturar y pulverizar pétalos que aromatizaban con especias.

En Alemania la familia Mülhens comercializaba un perfume con el nombre de Farina, pero tras una sentencia que le impedía usarlo, decidió usar el antiguo número de su casa, 4711, que actualmente es la marca más antigua que todavía se usa.

En adelante, con ayuda de la química y a partir de aromas naturales se crearían perfumes de gran calado: Chanel 5 (porque fueron cinco las pruebas de Ernest Beaux hasta conseguir el deseado por Coco Chanel); Givenchy que se creó para Audrey Hepburn… Poiret, Worth, Lanvin, Nina Ricci y Patou (“el perfume más caro del mundo”). Nacen también las “eaux de toilette” masculinas y claro, perfumes exclusivos para varones. Y tantos perfumes como deseos incumplidos.

Y todo esto para oler bien. Sabrosón. Ricachón. Deleitosas y caramelosas. Porque fuera de que en general los seres humanos olemos a eso mismo, algunos se pasan de humanos: simple y sencillamente el aroma que emite el ser humano no es así como para presumir en las galaxias.

Los olores avivan recuerdos y despiertan el apetito, tanto el culinario como el sexual. Generan la sensación de amor, energía, felicidad, asombro, paz, sensualidad e incluso poder.

Y como describe Patrick Suskind en “El Perfume” su novela terrible: La necesidad de los seres humanos de estar en la búsqueda de la identidad personal; es decir de encontrar aquello que nos conducirá llenar nuestras vidas, a sentirnos plenos, y nada mejor que “El perfume”, aunque lo terrible de su búsqueda empaña el descubrimiento del mejor aroma de la humanidad.

“… Pos ¿qué te crees que por tu amor yo voy a soltar el llanto? Ya estarás jabón de olor, ni que perfumaras tanto”… “Son tus perjúmenes, mujer los que me sulibeyan; los que me sulibeyan, son tus perjúmenes, mujer”

El olfato es uno de los cinco sentidos del ser humano del que menos se habla o se discute. Quizá porque se da por hecho que funciona bien y que por lo mismo no requiere mayores atenciones. Y cuando desempeña toda su potencia, se perciben aromas de todos colores, sabores e intensidades.

Es un sentido del cuerpo nada discriminatorio y muy democrático. Nos alerta del estado de la situación en el entorno: para bien o para mal. Con frecuencia, en el campo, se perciben los aromas que traen ‘el silbido de sus aires’…

Es el olor incomparable de las hierbas frescas y crecientes, la floresta que deslumbra por su colorido, el aroma de las flores de distinto tono e intención. Porque eso es: las flores son mal intencionadas y nos lanzan el aroma particular de cada una, de distinto calado e intensidad, para seducirnos. Aromas amables, a veces dulces, a veces intensos, o a veces, incluso, inaguantables.

El chiste es que nada pasa desapercibido para el olfato del ser humano. Incluso los aromas que nos causan repudio como también los aromas que nos producen placer, delicia, pasión, locura, y ganas de ser uno mismo y todos al mismo tiempo.

María Félix, la sonorense estrella del firmamento artístico (sic) que vivió largas temporadas fuera de México y al que regresaba de tiempo en tiempo desde París, que es donde estaba su residencia, advirtió que apenas llegar al entonces Distrito Federal “la ciudad huele feo; apesta…”. Y no lo decía en tono de desprecio, sino en tono de lamento, porque a fin de cuentas quería mucho a este país y sobre todo a esta ciudad en donde vivió a su propio aire.

Pero, bueno, no toda la Ciudad de México huele ‘fuerte’, ni todo tiene la misma vegetación, floresta, y costumbres de sus habitantes. Hay zonas muy descuidadas en su aseo callejero, hay otras que se cuidan de no estar en condición de repelencia y hay otras que huelen a bonito.

¿A qué huele cada ciudad que conocemos? Cada una de ellas tiene su aroma que lo personaliza; que es particular. ¿A qué huele Paris? ¿A qué huele Nueva York? ¿A qué huele Madrid? ¿A qué huele Monterrey? ¿A qué huele Mérida o Puebla o Querétaro…? ¿A qué huele Oaxaca?...

Cuando nos acercan un platillo en casa o en cualquier lugar en donde habremos de comer, lo primero que ocurre es el deleite del manjar a la vista, enseguida el aroma… antes de probarlo disfrutamos sus ingredientes hechos fórmula química que nos deleita al olfato. “¡Mmmm… huele riquísimo!” decimos… y enseguida va pa dentro.

O cuando se cata el vino, lo primero que ocurre es que la copa del néctar se acerca a la nariz y desde ahí se percibe su aroma intenso, profundo, emotivo, ya dulzón y afrutado o intenso y firme. El vino generoso se delata a sí mismo desde el momento en que lo olemos y sabemos que uno de los grandes descubrimientos del ser humano desde tiempos inmemoriales es el vino.

¿A qué huele el ser humano? ¿A qué huele la piel humana viva? Depende. Con frecuencia uno tiene un aroma particular que no percibimos porque –y ya está comprobado- el olfato es el sentido que más rápidamente se acostumbra a todo tipo de olores.

No huele lo mismo una persona –hombre o mujer- que son gente de trabajo arduo, en el campo, quizá, o en la fábrica o en el taller y en la oficina… Con frecuencia a sudor… resultado del trabajo

duro. O ¿a qué huele el ser humano de la combi, el Metro, o incluso nuestro vehículo particular?

El ser humano con frecuencia huele a ser humano con sudores, con falta de aseo, con ausencia de cuidados o, incluso con todos esos cuidados pero se perciben aromas particulares que no nos son agradables del todo y que hay que mejorar…

¿Y cómo mejorar el aroma del ser humano para causar una buena impresión a quienes nos rodean, a nuestra gente, a nuestros cuatas-cuates, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros colegas, a la ser amada?

Para hacer que nos reciban con una sonrisa de oreja a oreja y se acerquen y nos digan al oído: ¡Qué bien hueles! el ser humano inventó algo maravilloso, algo genial, algo que sale de su deseo de hacer sentir bien y sentirse bien consigo. El ser humano, desde la pre-pre historia inventó ese elemento que nos dota de tranquilidad, seguridad, alivio y pasión loca: el perfume.

Eso es: el perfume. Un descubrimiento o invento que surge de las ganas de oler bien, bonito, sabroso, cachondón, emotivo, sin límites de espacio o tiempo.

Hay perfume para todos los tipos de persona, para lo que es su personalidad o su intención. Hay perfumes para oler “bonito” o “sabroso” o “aceptable” o “apasionado”: “Mírame, tómame, pero no me pidas una explicación”. Para todo. Nada mejor que oler bien, con discreción y sabroso.

A saber, esto viene desde la Edad de Piedra, cuando –según los libros- los hombres quemaban maderas aromáticas y resinas que desprenden un olor agradable para complacer con humo a sus divinidades. Esta forma aromática, a través del humo, quemando maderas o inciensos, “per fumum” en latín, dará lugar al término “perfume”.

Pero eran perfumes etéreos que se expandían por el viento. Pero la inquietud estaba ahí, y poco a poco el mismo ser humano desarrolló la idea de capturar los aromas complacientes.

En Mesopotamia, en torno al año 3,500 a.C., los sumerios crean ungüentos y perfumes. Según una tablilla cuneiforme encontrada en Mesopotamia (hacia el año 1200 a.C.), los primeros perfumistas de la historia serían mujeres que creaban perfumes con mezclas de flores y plantas como la mirra y bálsamos.

En paralelo se desarrolla la civilización egipcia y hay constancia de la elaboración de perfumes a partir de esencias naturales: el nardo, el azafrán, el gálbano, el opopanax y el ânti, una resina aromática que se utiliza en rituales religiosos. También en China e India hicieron de la perfumería un arte excepcional y una necesidad humana.

En la Biblia se dice que incienso y mirra acompañan al oro en el regalo de los Reyes Magos a Jesús de Nazaret por su nacimiento; que la hermana de Lázaro unge los pies de Jesús con perfume. El valor simbólico del nardo en la época de Jesús está ahí.

Al paso del tiempo el ser humano fue creando las esencias que la naturaleza le prodigaba, todo para oler bien, para no ser repudiado por el aroma personal, para ocultar ese mismo aroma personal y para esconder que durante semanas no se habían bañado con agua y estropajos.

A Europa los perfumes llegaron por Gracia e Italia y de ahí se expandieron. Se funda el grupo de perfumistas, llamados “ungüentarii”. Componían perfumes en tres formatos: sólido, con un solo ingrediente; líquido, a base de flores y especias; y en polvo, resultado de triturar y pulverizar pétalos que aromatizaban con especias.

En Alemania la familia Mülhens comercializaba un perfume con el nombre de Farina, pero tras una sentencia que le impedía usarlo, decidió usar el antiguo número de su casa, 4711, que actualmente es la marca más antigua que todavía se usa.

En adelante, con ayuda de la química y a partir de aromas naturales se crearían perfumes de gran calado: Chanel 5 (porque fueron cinco las pruebas de Ernest Beaux hasta conseguir el deseado por Coco Chanel); Givenchy que se creó para Audrey Hepburn… Poiret, Worth, Lanvin, Nina Ricci y Patou (“el perfume más caro del mundo”). Nacen también las “eaux de toilette” masculinas y claro, perfumes exclusivos para varones. Y tantos perfumes como deseos incumplidos.

Y todo esto para oler bien. Sabrosón. Ricachón. Deleitosas y caramelosas. Porque fuera de que en general los seres humanos olemos a eso mismo, algunos se pasan de humanos: simple y sencillamente el aroma que emite el ser humano no es así como para presumir en las galaxias.

Los olores avivan recuerdos y despiertan el apetito, tanto el culinario como el sexual. Generan la sensación de amor, energía, felicidad, asombro, paz, sensualidad e incluso poder.

Y como describe Patrick Suskind en “El Perfume” su novela terrible: La necesidad de los seres humanos de estar en la búsqueda de la identidad personal; es decir de encontrar aquello que nos conducirá llenar nuestras vidas, a sentirnos plenos, y nada mejor que “El perfume”, aunque lo terrible de su búsqueda empaña el descubrimiento del mejor aroma de la humanidad.

“… Pos ¿qué te crees que por tu amor yo voy a soltar el llanto? Ya estarás jabón de olor, ni que perfumaras tanto”… “Son tus perjúmenes, mujer los que me sulibeyan; los que me sulibeyan, son tus perjúmenes, mujer”

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