Las reacciones no se hicieron esperar. Tras la decisión de Donald Trump de mudar la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén. La decisión ha generado que el movimiento islamista Hamas llamara el pasado jueves a una nueva sublevación palestina, denominada como “intifada”, para protestar contra el reconocimiento por parte de Estados Unidos de Jerusalén como capital de Israel, al tiempo que varios grupos palestinos convocaban una huelga general.
La comunidad internacional no ha reconocido a Jerusalén como capital, una situación delicada e importante en el proceso de paz, porque en ella se localizan lugares sacralísimos de las tres religiones monoteístas más importantes: la católica, la judía y la musulmana, de ahí que fincar la capital de Israel justamente en esta ciudad aviva el conflicto palestino-israelí y hace imposible concluir el proceso de paz.
En respuesta al llamado de Hamas, el ejército israelí anunció por su parte un nuevo despliegue de apoyo militar a Cisjordania.
La decisión de Trump pondrá a la región “en un círculo de fuego”, advirtió el presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Incluso Arabia Saudita, aliada de Estados Unidos, criticó el acto y lo llamó “irresponsable”. El reconocimiento de Jerusalén ha generado el descontento de los líderes de la autoridad Palestina, entidad reconocida internacionalmente como la posible representación de un futuro estado palestino independiente.
Por supuesto que Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí, declaró: “el presidente Trump entrado para siempre en la historia de nuestra capital”. Sin embargo, dicha acción es una afrenta para mil 800 millones de musulmanes de 57 países que pertenecen a la Organización de la Conferencia Islámica, presidida por Turquía, así como para dos mil millones de cristianos y católicos, inclusive el papa Francisco ha manifestado su descontento y preocupación por esa medida tomada unilateralmente por el primer mandatario estadounidense. Asimismo, los principales aliados de Estados Unidos en la Unión Europea como el Reino Unido, Alemania y Francia, han expresado su repudio.
Solamente un individuo como Trump puede creer que su decisión es para contribuir a la paz de la región. Nada más lejos de ello. ¿Para qué trasladar la embajada de Tel Aviv a Jersusalén, que queda a menos de 65 kilómetros de distancia, cuando aún no se ha resuelto el conflicto palestino-israelí y la ciudad sagrada es el punto neurálgico para cualquier negociación? No olvidemos que, como dice el especialista en Medio Oriente, Alfredo Jalife Rame, la parte oriental de Jerusalén -la que está en disputa-, es donde se localizaba Alkutz, la capital de Palestina.
Pero a Trump, así arda el mundo,solo le importa su base. Gobierna para grupo de blancos resentidos y racistas. Al costo que sea, quiere cumplir con sus promesas de campaña. No ha podido con todas, como la derogación del Obama Care, así que se empeñará en consolidar las que le queden: terminar con el TLC, las ciudades santuarios, construir el muro, salirse del Acuerdo de París, lograr la reforma hacendaria, debilitar a la OTAN, más lo que se le ocurra, como el cambio de sede de su embajada en Israel.
La ONU ha convocado ya a una reunión extraordinaria del Comité de Seguridad para analizar la complicada situación en la región palestino-israelí, pues existen grandes amenazas de guerra. ¿Habrá quien pueda detener a Trump antes de que sea demasiado tarde?
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