/ sábado 20 de julio de 2024

Inteligencia Artificial y educación

En los últimos años se ha vuelto recurrente escuchar que el mundo está cambiando muy rápido, mientras que la forma en que seguimos educando a nuestras infancias y juventudes sigue siendo muy semejante a como lo hemos hecho en décadas si no es que en siglos. Para muchos, la solución a este “atraso” se encuentra en la tecnología, sobre todo en la revolución que ha supuesto el despliegue público de cada vez más programas, modelos y aplicaciones que tienen su base en la Inteligencia Artificial (IA).

La educación, desde el principio, tiene un profundo propósito: ayudar al alumnado a adquirir la disciplina, herramientas y habilidades necesarias para aprender –y seguirlo haciendo a lo largo de la vida— a través de la creatividad y la conciencia sobre el mundo. En esta tarea, la tecnología puede ser una gran aliada. Sin embargo, también he comenzado a encontrar cada vez más discusiones y publicaciones en extremo optimistas de una tecnología, como es el caso de la IA, a la que por sí sola se le otorga el lugar de mediadora central del proceso de enseñanza-aprendizaje y abiertamente claman por mantener a los docentes como meros “facilitadores” en este proceso.

En estas discusiones sobre la IA en la educación, encuentro, entre otras, tres ideas que se promueven con gran entusiasmo que, si bien tienen aspectos indudablemente positivos, se deben ponderar con mayor cuidado, pues también presentan aspectos de riesgo de los que no se habla. Primero, la idea de que la IA puede generar un “aprendizaje a la medida”. Aquí se habla de que la IA nos ayudaría a detectar y analizar formas y patrones de aprendizaje de tal modo que se podrían implementar modelos personalizados; o sea, dar a cada estudiante el contenido del curso “a su medida y ritmo” y que ello, a su vez, generaría mayor involucramiento y compromiso de los estudiantes. Muy bien. Lo que no se dice es que estos modelos van a requerir docentes capaces de atender y supervisar estudiantes en diferentes niveles y ritmos en un mismo curso y modificando objetivos a la medida también. ¿Cuántas variantes del mismo curso pueden ser supervisadas por un docente humano con la calidad de tiempo que permita, desde luego, retroalimentaciones y acompañamientos significativos?

Segundo, y casi como continuación lógica de la primera idea, se habla del desarrollo de AI para “asistir a los profesores” en la atención al estudiantado con disponibilidad de tiempo ilimitada. Estos asistentes virtuales serían capaces de orientar al estudiantado en los temas y objetivos del curso, con lo que no sólo algunas de mis preguntas anteriores quedan respondidas, sino que se implica mayor tiempo disponible del profesorado –pues ya la tecnología personaliza el curso y atiende toda duda. Muy bien. Lo que no se dice es que para que esto sea realmente funcional, la IA requiere una enorme carga de datos sobre el alumnado, sus “ritmos diversos”, sus intereses particulares, el curso y sus variantes. Y aquí las preguntas no sólo son quién carga estos datos –seguro, la respuesta está en otra IA central desde la administración--, sino quién supervisa la privacidad de los datos sensibles del alumnado que determinan sus “ritmos diferentes”, fortalezas, y debilidades.

Tercero, y de nuevo relacionado con las ideas anteriores, se habla de una IA que ya califique automáticamente y con retroalimentación imparcial. Esto supone, desde luego, otro ahorro de tiempo para el profesorado. Muy bien. Lo que no se dice es que la imparcialidad de la retroalimentación dependerá de la calidad de los datos con que se alimente la IA, ni tampoco se habla de que los riesgos de “alucinaciones” en las respuestas que nos da hoy en día cualquier programa de IA generativa –que sería el recomendado para esta tarea. Un problema es, ¿quién revisa estas “retroalimentaciones imparciales" para evitar las alucinaciones de la IA si no los mismos profesores que se iban a ahorrar tiempo? Un problema más serio es el riesgo de la total simulación del proceso de enseñanza-aprendizaje: un alumnado usando la IA para hacer sus tareas y trabajos y otra IA del profesorado que los califica.

Estas tres propuestas no suponen meros “facilitadores”, sino súper-docentes. Sin duda, cada vez alumnos y alumnas están recurriendo al uso de IA generativa para desarrollar sus trabajos y que, por lo que se ve, esto es sólo el comienzo, por lo que desde las instituciones educativas se debe reaccionar de forma creativa, prudente, responsable y, sobre todo, realista. En este sentido, sí es necesario desarrollar enfoques educativos más activos, más autónomos y más co-responsables en donde los docentes cuenten con más competencias y conocimientos técnicos y se mantengan actualizados, al tiempo que el alumnado pueda desarrollar mejor sus competencias técnicas, paralelamente a su pensamiento crítico y analítico, su ética y su responsabilidad. La oportunidad de la tecnología es muy positiva, pero debemos discutir muy bien sus alcances y límites y, sobre todo, tener muy presente que en el proceso de enseñanza-aprendizaje, la tecnología no puede ser la mediadora central, ni los profesores simples “facilitadores” ultra-exigidos. El propósito de la educación, como señalé anteriormente, es mucho más profundo y, por tanto, los roles de docente humano y alumnado, insustituibles.

En los últimos años se ha vuelto recurrente escuchar que el mundo está cambiando muy rápido, mientras que la forma en que seguimos educando a nuestras infancias y juventudes sigue siendo muy semejante a como lo hemos hecho en décadas si no es que en siglos. Para muchos, la solución a este “atraso” se encuentra en la tecnología, sobre todo en la revolución que ha supuesto el despliegue público de cada vez más programas, modelos y aplicaciones que tienen su base en la Inteligencia Artificial (IA).

La educación, desde el principio, tiene un profundo propósito: ayudar al alumnado a adquirir la disciplina, herramientas y habilidades necesarias para aprender –y seguirlo haciendo a lo largo de la vida— a través de la creatividad y la conciencia sobre el mundo. En esta tarea, la tecnología puede ser una gran aliada. Sin embargo, también he comenzado a encontrar cada vez más discusiones y publicaciones en extremo optimistas de una tecnología, como es el caso de la IA, a la que por sí sola se le otorga el lugar de mediadora central del proceso de enseñanza-aprendizaje y abiertamente claman por mantener a los docentes como meros “facilitadores” en este proceso.

En estas discusiones sobre la IA en la educación, encuentro, entre otras, tres ideas que se promueven con gran entusiasmo que, si bien tienen aspectos indudablemente positivos, se deben ponderar con mayor cuidado, pues también presentan aspectos de riesgo de los que no se habla. Primero, la idea de que la IA puede generar un “aprendizaje a la medida”. Aquí se habla de que la IA nos ayudaría a detectar y analizar formas y patrones de aprendizaje de tal modo que se podrían implementar modelos personalizados; o sea, dar a cada estudiante el contenido del curso “a su medida y ritmo” y que ello, a su vez, generaría mayor involucramiento y compromiso de los estudiantes. Muy bien. Lo que no se dice es que estos modelos van a requerir docentes capaces de atender y supervisar estudiantes en diferentes niveles y ritmos en un mismo curso y modificando objetivos a la medida también. ¿Cuántas variantes del mismo curso pueden ser supervisadas por un docente humano con la calidad de tiempo que permita, desde luego, retroalimentaciones y acompañamientos significativos?

Segundo, y casi como continuación lógica de la primera idea, se habla del desarrollo de AI para “asistir a los profesores” en la atención al estudiantado con disponibilidad de tiempo ilimitada. Estos asistentes virtuales serían capaces de orientar al estudiantado en los temas y objetivos del curso, con lo que no sólo algunas de mis preguntas anteriores quedan respondidas, sino que se implica mayor tiempo disponible del profesorado –pues ya la tecnología personaliza el curso y atiende toda duda. Muy bien. Lo que no se dice es que para que esto sea realmente funcional, la IA requiere una enorme carga de datos sobre el alumnado, sus “ritmos diversos”, sus intereses particulares, el curso y sus variantes. Y aquí las preguntas no sólo son quién carga estos datos –seguro, la respuesta está en otra IA central desde la administración--, sino quién supervisa la privacidad de los datos sensibles del alumnado que determinan sus “ritmos diferentes”, fortalezas, y debilidades.

Tercero, y de nuevo relacionado con las ideas anteriores, se habla de una IA que ya califique automáticamente y con retroalimentación imparcial. Esto supone, desde luego, otro ahorro de tiempo para el profesorado. Muy bien. Lo que no se dice es que la imparcialidad de la retroalimentación dependerá de la calidad de los datos con que se alimente la IA, ni tampoco se habla de que los riesgos de “alucinaciones” en las respuestas que nos da hoy en día cualquier programa de IA generativa –que sería el recomendado para esta tarea. Un problema es, ¿quién revisa estas “retroalimentaciones imparciales" para evitar las alucinaciones de la IA si no los mismos profesores que se iban a ahorrar tiempo? Un problema más serio es el riesgo de la total simulación del proceso de enseñanza-aprendizaje: un alumnado usando la IA para hacer sus tareas y trabajos y otra IA del profesorado que los califica.

Estas tres propuestas no suponen meros “facilitadores”, sino súper-docentes. Sin duda, cada vez alumnos y alumnas están recurriendo al uso de IA generativa para desarrollar sus trabajos y que, por lo que se ve, esto es sólo el comienzo, por lo que desde las instituciones educativas se debe reaccionar de forma creativa, prudente, responsable y, sobre todo, realista. En este sentido, sí es necesario desarrollar enfoques educativos más activos, más autónomos y más co-responsables en donde los docentes cuenten con más competencias y conocimientos técnicos y se mantengan actualizados, al tiempo que el alumnado pueda desarrollar mejor sus competencias técnicas, paralelamente a su pensamiento crítico y analítico, su ética y su responsabilidad. La oportunidad de la tecnología es muy positiva, pero debemos discutir muy bien sus alcances y límites y, sobre todo, tener muy presente que en el proceso de enseñanza-aprendizaje, la tecnología no puede ser la mediadora central, ni los profesores simples “facilitadores” ultra-exigidos. El propósito de la educación, como señalé anteriormente, es mucho más profundo y, por tanto, los roles de docente humano y alumnado, insustituibles.