El presente año será destacadamente electoral a nivel mundial con el mayor número de procesos en la historia reciente del planeta, con comicios en 76 naciones, entre los que destacan la India, la Unión Europea, Estados Unidos, Indonesia, Pakistán, Brasil, Bangladesh, Rusia, Turquía y, por supuesto, México. En nuestro caso se trata del proceso más grande que se haya vivido, con más de 20 mil cargos en disputa, entre los que sobresalen 9 gubernaturas y la Presidencia de la República.
Nuestro país formará parte de los Estados que se verán obligados a vivir lo que los tiempos electorales imponen: el desarrollo de las campañas, la organización de los comicios y la calificación de estos. Cada uno con sus propias características, el nuestro sumergido en un permanente clima de crispación política, dividido prácticamente en dos polos: uno, el que ejerce el poder de forma arrasadora y, el otro, un bloque opositor que busca recuperar el terreno que alguna vez ocupó en la vida pública.
Por primera ocasión es altamente probable que una mujer sea quien dirija los destinos de la nación, un hecho sin duda histórico que representará la culminación de una lucha que tuvo un momento crucial en 1953, cuando en el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines se aprobó una reforma constitucional que permitió a la mujer gozar de la plenitud de sus derechos, entre ellos la posibilidad de acudir a las urnas, cosa que sucedió dos años más tarde, en 1955.
Setenta y un años después de esta transformación que fue ejemplo a nivel mundial, todo parece indicar que ha llegado el momento de que una mujer porte la banda presidencial el próximo primero de octubre, cuando habrá culminado el proceso electoral en el que hoy estamos inmersos, vendrán al menos 9 meses de intensos debates, confrontaciones y luchas intestinas entre las diferentes fuerzas políticas del país.
Los objetivos del partido gobernante, de Morena y aliados, son claves: mantener la Presidencia de la República, incrementar su número de gobiernos estatales, que hoy alcanza 23 estados, y recuperar la mayoría calificada en las dos cámaras legislativas para poder impulsar las reformas constitucionales que en esta administración no se logró concretar.
Por su parte, la oposición tiene el enorme desafío de evitar fracturas internas, alcanzar la unidad e impulsar una candidatura presidencial que sea lo suficientemente astuta para seducir a los electores que aún no han decidido el sentido de su voto y que podrían definir los resultados el próximo dos de junio.
Si bien en lo económico la situación del país parece transitar sin los sobresaltos que muchos auguraban, quizá el mayor reto que se enfrenta es la inseguridad que priva en prácticamente todos los rincones del país; es un hecho frente al cual ninguno de los recientes gobiernos ha encontrado la fórmula que permita frenar el crecimiento de los grupos criminales que impactan prácticamente todas las actividades económicas y han venido a transformar la vida de los ciudadanos.
Estemos preparados para vivir intensos meses de confrontaciones y acusaciones entre grupos políticos. Quizá ésta sea una de las características propias de los procesos electorales tanto en México como en el mundo, con la salvedad de que en el caso de nuestro país, la polarización que ha sido la característica esencial en estos cinco años de gobierno y todo indica que su intensidad está muy lejos de ceder.