A juzgar por cómo se les califica cuando se van, los mexicanos nunca hemos tenido un buen gobierno.
Se admite con reluctancia que ha habido algunos mejores que otros; se afirma con entusiasmo que los peores son los que más abundan.
El problema con los gobiernos es que son como los partidos de futbol, hay que jugarlos para saber cómo terminan. No hay pitonisería ni bola de cristal que permitan asegurar puntualmente como van a actuar, cuales piensan – si es que se arriesgan alguna vez a realizar ese peligroso ejercicio – cuál de los futuros disponibles es el ideal para el país.
Nada sirve para prejuzgar. Y la información más inútil de todas son las promesas de campañas. Todos los candidatos que en el mundo han sido, en todas las latitudes, tienen como premisa de promoción que las promesas de campaña son como las piñatas: se hacen para romperse.
Añada usted a eso que los políticos, como los toros, no tienen palabra de honor. Y obtendrá, si quiere hacerse una idea de cómo va a resultar un nuevo gobierno, una serie de lances a toro pasado. Lo único válido es lo que ya ocurrió y, si me permiten mezclar mis metáforas, palo dado ni Dios lo quita.
Entonces, todo lo que se escriba o diga en estos momentos en cuanto lo que va a ser o no la administración que se prepara es pura especulación.
Algunas envidiablemente eruditas y/o perspicaces, pero con la misma validez que el dinero villista.
Harán bien quienes vean, escuchen y lean las declaraciones del virtual presidente electo y sus virtuales colaboradores que lo que están procesando es política-ficción y que, si acaso, tendrán acceso a confiables elementos de juicio dentro de dos o tres años.
Las relaciones entre el gobierno y el pueblo son como el flamboyán…
Y es que, como asegura la sabiduría popular del amor y el matrimonio, las relaciones de los nuevos gobiernos y los gobernados son como el flamboyán, primero las flores y después las vainas. Y si el gobierno en formación tiene, como es el caso, su más amplia base en las clases menos privilegiadas, el ramillete de flores contendrá las generosidades más extravagantes. No son mentiras, pero tampoco son verdades; son “ programas “. Y pueden concretarse o no. Y si aterrizan, en una cuasi infinita gradación de coberturas.
Conste que lo que queda dicho no va contra nadie y contra nada, especialmente no contra el optimismo y la esperanza de que, finalmente, las cosas cambien dramáticamente para bien.
Mi único interés es que se está formando un coro griego para alabar proyectos indiscriminadamente. Y yo no sé cantar.
Buenos días. Buena suerte.
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