/ domingo 22 de septiembre de 2024

La ciencia de la bondad

Richard J. Davidson es profesor de psicología en la Universidad de Wisconsin- Madison en los Estados Unidos y cree que sentirse bien es algo que pueden aprenderse y, entre más se practica, podemos ser más felices.

De acuerdo con el doctor Davidson, esta habilidad se basa en una conexión de nuestras neuronas con acciones de bondad, empatía y preocupación por los demás. Como el ejercicio físico, si entrenamos lo suficiente, logramos mejores condiciones para llevar una existencia plena. Es decir, nuestro cerebro está conectado a emociones que promueven el bienestar de otros y, a partir de ello, resulta un aumento en nuestro bienestar.

Perseguir la felicidad suele considerarse un objetivo de vida noble al que vale la pena dedicarse de tiempo completo. Sin embargo, cuando lo trasladamos al diálogo público, se levantan críticas sobre la percepción de que se trata de algo banal y hasta demagógico. No obstante, de acuerdo con la historia, y con los descubrimientos de Davidson, la felicidad sería un ejercicio comunitario en el que podemos participar e intervenir con ganancias notables en lo personal y en lo social.

A lo largo de los siglos, filósofos y científicos han discutido sobre la nobleza humana. Por un lado, mentes brillantes han defendido que son las circunstancias las que terminan por envilecer a las personas, porque nacemos buenos; mientras otros, con menos optimismo, aseguran que no lo somos por naturaleza, sino que nos hacemos por consciencia. En cualquier caso, la realidad es que, así como somos capaces de lo peor, también lo somos de lo mejor, y eso podría estar determinado en la programación de esa máquina perfecta y desconocida aún que es nuestro cerebro.

Por ejemplo, Davidson descubrió que hay una diferencia importante entre sentir empatía y compasión. La primera es una emoción que nos ayuda a tratar de sentir lo que sienten otras personas, ponerse en los zapatos de otro, como reza un dicho; pero es la compasión la que nos mueve a tomar acciones y tener el compromiso de aliviar el sufrimiento de alguien más. A nivel cerebral, como podría esperarse, cada una activa una parte distinta en nuestra cabeza. La compasión, según las pruebas de laboratorio que llevó a cabo, fortalece esos valores y principios que estimamos importantes en una sociedad saludable e inteligente.

Con regularidad, confundimos la riqueza material con ese estado de satisfacción que definimos como estar felices. Es algo más complejo que tener resuelta la economía personal o familiar; pero es cierto que, si no se pueden satisfacer las necesidades básicas, es muy difícil poder edificar las siguientes fases de una comunidad solidaria.

El camino más efectivo para lograrlo es reducir la desigualdad y abrir las oportunidades lo más posible a la mayor cantidad de personas. Es promover una auténtica competencia en la que el talento, la perseverancia y el esfuerzo, sean lo que determine el progreso e incluso contemos con mecanismos que ayuden a quienes puedan rezagarse a estar en condiciones de vivir con lo suficiente y desde ahí crecer. Ese es, en resumen, un Estado de bienestar. Si eso ocurre, bueno, entonces la mayoría de las personas opina que se siente feliz, aunque en realidad científicamente lo que sucede es que han mejorado su condición individual para avanzar a un estado de compasión y ayudar a otros. La mayoría de las religiones y de las filosofías predican esto mismo, una curiosa coincidencia con la confirmación que ha hecho la ciencia acerca de nuestro funcionamiento cerebral.

Pienso que, en general, mantenemos los mismos valores y principios que nos conducen a comportarnos con compasión, independientemente de creencias y opiniones. Los vínculos afectivos que sostenemos desde la familia nos permiten establecer nuevas comunidades conforme avanzamos hacia otras etapas de la vida. Es, digamos, nuestra naturaleza como mexicanos y esa es una ventaja que no apreciamos lo suficiente en ocasiones, pero en la que está fundamentadas las mejores cualidades que tenemos como pueblo. No lo olvidemos.

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Richard J. Davidson es profesor de psicología en la Universidad de Wisconsin- Madison en los Estados Unidos y cree que sentirse bien es algo que pueden aprenderse y, entre más se practica, podemos ser más felices.

De acuerdo con el doctor Davidson, esta habilidad se basa en una conexión de nuestras neuronas con acciones de bondad, empatía y preocupación por los demás. Como el ejercicio físico, si entrenamos lo suficiente, logramos mejores condiciones para llevar una existencia plena. Es decir, nuestro cerebro está conectado a emociones que promueven el bienestar de otros y, a partir de ello, resulta un aumento en nuestro bienestar.

Perseguir la felicidad suele considerarse un objetivo de vida noble al que vale la pena dedicarse de tiempo completo. Sin embargo, cuando lo trasladamos al diálogo público, se levantan críticas sobre la percepción de que se trata de algo banal y hasta demagógico. No obstante, de acuerdo con la historia, y con los descubrimientos de Davidson, la felicidad sería un ejercicio comunitario en el que podemos participar e intervenir con ganancias notables en lo personal y en lo social.

A lo largo de los siglos, filósofos y científicos han discutido sobre la nobleza humana. Por un lado, mentes brillantes han defendido que son las circunstancias las que terminan por envilecer a las personas, porque nacemos buenos; mientras otros, con menos optimismo, aseguran que no lo somos por naturaleza, sino que nos hacemos por consciencia. En cualquier caso, la realidad es que, así como somos capaces de lo peor, también lo somos de lo mejor, y eso podría estar determinado en la programación de esa máquina perfecta y desconocida aún que es nuestro cerebro.

Por ejemplo, Davidson descubrió que hay una diferencia importante entre sentir empatía y compasión. La primera es una emoción que nos ayuda a tratar de sentir lo que sienten otras personas, ponerse en los zapatos de otro, como reza un dicho; pero es la compasión la que nos mueve a tomar acciones y tener el compromiso de aliviar el sufrimiento de alguien más. A nivel cerebral, como podría esperarse, cada una activa una parte distinta en nuestra cabeza. La compasión, según las pruebas de laboratorio que llevó a cabo, fortalece esos valores y principios que estimamos importantes en una sociedad saludable e inteligente.

Con regularidad, confundimos la riqueza material con ese estado de satisfacción que definimos como estar felices. Es algo más complejo que tener resuelta la economía personal o familiar; pero es cierto que, si no se pueden satisfacer las necesidades básicas, es muy difícil poder edificar las siguientes fases de una comunidad solidaria.

El camino más efectivo para lograrlo es reducir la desigualdad y abrir las oportunidades lo más posible a la mayor cantidad de personas. Es promover una auténtica competencia en la que el talento, la perseverancia y el esfuerzo, sean lo que determine el progreso e incluso contemos con mecanismos que ayuden a quienes puedan rezagarse a estar en condiciones de vivir con lo suficiente y desde ahí crecer. Ese es, en resumen, un Estado de bienestar. Si eso ocurre, bueno, entonces la mayoría de las personas opina que se siente feliz, aunque en realidad científicamente lo que sucede es que han mejorado su condición individual para avanzar a un estado de compasión y ayudar a otros. La mayoría de las religiones y de las filosofías predican esto mismo, una curiosa coincidencia con la confirmación que ha hecho la ciencia acerca de nuestro funcionamiento cerebral.

Pienso que, en general, mantenemos los mismos valores y principios que nos conducen a comportarnos con compasión, independientemente de creencias y opiniones. Los vínculos afectivos que sostenemos desde la familia nos permiten establecer nuevas comunidades conforme avanzamos hacia otras etapas de la vida. Es, digamos, nuestra naturaleza como mexicanos y esa es una ventaja que no apreciamos lo suficiente en ocasiones, pero en la que está fundamentadas las mejores cualidades que tenemos como pueblo. No lo olvidemos.

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