A lo largo de décadas, en América Latina se ha dado una tendencia a homologar formas de gobierno, esquemas económicos, impulso a la democracia y diferentes alternativas que en ocasiones facilitan la identidad entre países y en otras, nos llevan a compartir incluso defectos.
En la actualidad, salvo naciones como Uruguay y Paraguay, los diferentes países latinoamericanos hemos ido inclinándonos hacia la izquierda, principalmente guiados por el llamado Foro de Sao Paulo, impulsado desde 1990, por el reciente ganador por tercera vez de la Presidencia de Brasil, Luiz Inacio “Lula” da Silva y el ya fallecido dictador cubano, Fidel Castro.
En definitiva, no se trata de modelos de izquierda idénticos entre sí, ya que algunos, como Bolivia, han adoptado esquemas económicos más eficaces, en tanto que otros como Venezuela, han desbarrancado auténticamente a sus niveles de vida, llegando a tener índices inflacionarios que con frecuencia superan el millón por ciento, llegando a puntos en que ya ni agua potable consiguen.
Lo mismo pasa con el respeto a la democracia, habiendo ejemplos como el de Chile, que tanto en el pasado tuvo al frente del gobierno a la socialista Michelle Bachelet, actual alta comisionada de Naciones Unidas por los Derechos Humanos, ahora tiene como presidente a un muy joven representante de la izquierda, Gabriel Boric, quien también se ha mostrado progresista y respetuoso de la democracia.
Cada nación latinoamericana que ha optado por gobiernos de izquierda, ha tenido su propia forma de ejercerlos e interpretarlos, lo que ha llevado tanto a tener auténticas tiranías, como la que se vive en Nicaragua, con Daniel Ortega como un presidente que encarcela a candidatos opositores para no correr el más mínimo riesgo de perder el cargo.
Otro caso que empezaba a acercarse a tales niveles, es el del que fue presidente de Perú, Pedro Castillo, quien el pasado 8 de diciembre, pretendió disolver el Congreso, para incrementar su poder, algo para lo que no tuvo apoyo, ni de su partido, ni de las Fuerzas Armadas, por lo que de inmediato se giró orden de aprehensión en su contra, ante lo que buscó conseguir asilo en México, a través de la embajada de nuestro país en Lima.
Al respecto, nuestro mandatario, invocó la tradición de asilo por parte de nuestra política exterior, aunque esta se ha limitado a casos de víctimas de gobiernos autoritarios y no se ha enfocado a brindar protección a aquellos que pretenden adoptar tales modelos, como pretendió hacer Pedro Castillo, en Perú, a quien le bastó menos de un año en la Silla Presidencial, para que ya pesaran sobre él acusaciones de corrupción.
Hay que tener presente, que el caso de Pedro Castillo no ha sido único, ante lo que en los seis años recientes, un total de seis expresidentes peruanos han terminado en prisión, sin importar que fueran de derecha o izquierda, pero sí su facilidad para desviar fondos públicos.
Por ahora, al mandatario peruano, no le quedan muchas opciones para abandonar, ni la prisión, ni su país, mientras en México no deja de insistirse en ofrecerle un asilo que no acabará de ser para él.
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