La inminente llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha desatado muchas y grandes preocupaciones, inquietudes y hasta angustias. Pero por lo que toca a México, no hay razón para esos estados de ánimo. Porque la verdad, la verdad, no hay diferencias reales y sustantivas entre Trump, Biden, Obama, los dos Bush, Clinton, Nixon, Carter, Johnson o Kennedy.
El jefe del imperio es el jefe del imperio, sin que importe mucho el nombre de la persona. Con cualquiera de ellos México ha tenido problemas. Y con cualquier otro también los tendría. La cuestión no es quién mande allá, sino quién manda acá.
Porque con los neoliberales en el poder en México, Estados Unidos podía y pudo hacer lo que le daba la gana. En rigor no tenía que imponer nada. Le bastaba con ordenar. Y acá los cipayos, prestos, obedecían. Y con más ganas si, adicionalmente, se llenaban los bolsillos.
Pero con la llegada al poder de la Cuarta Transformación (4T) la cosa cambió absolutamente. Ahora el gobierno mexicano no se arrodilla y no corre solícito a complacer al antiguo amo. Ahora se le hace frente y se aprestan el acero y el bridón, como dice el himno nacional.
Además, hasta en las malas noticias siempre hay algo bueno. El retorno de Trump a la Casa Blanca ha servido para recordarle al pueblo mexicano que Estados Unidos es el enemigo histórico, el mayor enemigo histórico de la nación azteca. Digamos que Trump reverdece y hace florecer el sentimiento anti imperialista siempre presente, desde hace dos siglos, en la mente y el corazón de la mayoría de los modernos pobladores de Anáhuac.
Y así, la 4T se prepara para enfrentar las amenazas de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas a Estados Unidos. Y a los amagos de expulsión de cientos de miles de migrantes indocumentados.
Ahora los chantajes, presiones y amenazas de Washington no funcionan como antes, durante la negra noche neoliberal de los De la Madrid, los Salinas, los Zedillo, los Fox, los Calderón y los Peña Nieto.
Es muy improbable, desde luego, que las amenazas arancelarias y migratorias de Trump se hagan realidad. Pero si así fuere, no sería por mucho tiempo ni tendría consecuencias significativas. Los yanquis perderían más que los mexicanos.
Sea como sea, hay que preparar la defensa del país. Hay tiempo y voluntad. Y para ello se cuenta con el apoyo del pueblo. Y contra este poder no hay fuerza extranjera, ni criolla, que pueda imponerse.
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