/ jueves 4 de febrero de 2021

La escoba y la Constitución

Durante su segundo gobierno el presidente brasileño Getulio Vargas (fallecido en 1954), estando en boga las llamadas “cruzadas morales”, solía aparecer en público o en los medios de comunicación de la época con una escoba entre sus manos, y barriendo la inmoralidad. Se trataba de la moralización de la política distinguiendo en los asuntos públicos entre “honestos” y “corruptos”, pero centrando las acusaciones de corrupción en los gobiernos, especialmente en los anteriores. Y alguien le dijo a Vargas que se hacía mucho polvo barriendo así. ¿Polvo corrupto? Traigo a cuento lo anterior porque se acaba de conmemorar otro aniversario de la promulgación de la Constitución vigente desde el 5 de febrero de 1917. ¿Pero en rigor qué se celebra? La verdad es que un texto adulterado por tantas reformas que apenas si dejan ver la versión original, por lo menos en lo substancial.

En efecto, una Constitución no muere sino que se transforma en realidad social y política, jurídica. Si quedan ideales constitucionales pendientes de realizar, como es el caso de México, es porque es imperativo barrer intereses sociales corruptos e inmorales. No es una falla de la Constitución sino un impedimento social corrompido, que hay que eliminar. Porque en el fondo del problema nuestro ideal constitucional del 17 no ha sido agotado en la realidad histórica de México. Por ejemplo, en materia de educación o de la llamada rectoría económica del Estado o de la división de poderes, hay aun muchas lagunas pendientes; lo que se pone de manifiesto con la desigualdad económica, con las deficiencias en la impartición de Justicia o con la grave crisis educativa en que no se transmite verdaderos y genuinos valores nacionales. El pregón constitucional es uno, la campana que llama a misa suena fuerte, pero los educandos siguen navegando en un mar de contradicciones, dudas y sin un timón que los lleve a buen puerto. El polvo de la corrupción (alteraciones en la idea educativa básica) ha llegado hasta las aulas, lo que se acrecienta con la pandemia y el reto enorme de la educación virtual. ¿Qué queda? ¿Adecuar la Constitución a los nuevos tiempos? No es este el problema, porque por encima de esa “novedad temporal” hay algo incumplido en la formación del carácter del mexicano, en su cultura que salvo excepciones no acierta a darnos el temple moral requerido. La educación no es sólo información. ¿Una nueva Constitución, a instancias de la insistencia de muchos? El hecho indiscutible es que no festejamos sino una Constitución adulterada. Mejor sería aunque fuera paso a paso, devolverle a la Constitución del 17 en cada aniversario algo de su peso original; no barrerlo todo, sino barrer poco a poco. No hacer polvo con la escoba sino depurar; porque hoy se festeja o conmemora a quien ya no es lo que debería ser. Lo que en el fondo es una inmoralidad. El manido discurso de que la Constitución debe estar al día con la nueva realidad social parte de una premisa falsa. La problemática social de México no ha cambiado, se ha acrecentado. El alma moral de la Constitución del 17 no está presente, porque se halla extraviada. Y haga usted una prueba, coteje el texto original con lo que ha sucedido después. Compare y vea si es tan difícil cumplir con el original ideario constitucional del 17. El maestro Ignacio Burgoa decía que se ha confundido cambiar la ropa constitucional por la persona constitucional. No se niega una adecuación conveniente. Barrer no es destruir ni substituir.

PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho.raulcarranca

Durante su segundo gobierno el presidente brasileño Getulio Vargas (fallecido en 1954), estando en boga las llamadas “cruzadas morales”, solía aparecer en público o en los medios de comunicación de la época con una escoba entre sus manos, y barriendo la inmoralidad. Se trataba de la moralización de la política distinguiendo en los asuntos públicos entre “honestos” y “corruptos”, pero centrando las acusaciones de corrupción en los gobiernos, especialmente en los anteriores. Y alguien le dijo a Vargas que se hacía mucho polvo barriendo así. ¿Polvo corrupto? Traigo a cuento lo anterior porque se acaba de conmemorar otro aniversario de la promulgación de la Constitución vigente desde el 5 de febrero de 1917. ¿Pero en rigor qué se celebra? La verdad es que un texto adulterado por tantas reformas que apenas si dejan ver la versión original, por lo menos en lo substancial.

En efecto, una Constitución no muere sino que se transforma en realidad social y política, jurídica. Si quedan ideales constitucionales pendientes de realizar, como es el caso de México, es porque es imperativo barrer intereses sociales corruptos e inmorales. No es una falla de la Constitución sino un impedimento social corrompido, que hay que eliminar. Porque en el fondo del problema nuestro ideal constitucional del 17 no ha sido agotado en la realidad histórica de México. Por ejemplo, en materia de educación o de la llamada rectoría económica del Estado o de la división de poderes, hay aun muchas lagunas pendientes; lo que se pone de manifiesto con la desigualdad económica, con las deficiencias en la impartición de Justicia o con la grave crisis educativa en que no se transmite verdaderos y genuinos valores nacionales. El pregón constitucional es uno, la campana que llama a misa suena fuerte, pero los educandos siguen navegando en un mar de contradicciones, dudas y sin un timón que los lleve a buen puerto. El polvo de la corrupción (alteraciones en la idea educativa básica) ha llegado hasta las aulas, lo que se acrecienta con la pandemia y el reto enorme de la educación virtual. ¿Qué queda? ¿Adecuar la Constitución a los nuevos tiempos? No es este el problema, porque por encima de esa “novedad temporal” hay algo incumplido en la formación del carácter del mexicano, en su cultura que salvo excepciones no acierta a darnos el temple moral requerido. La educación no es sólo información. ¿Una nueva Constitución, a instancias de la insistencia de muchos? El hecho indiscutible es que no festejamos sino una Constitución adulterada. Mejor sería aunque fuera paso a paso, devolverle a la Constitución del 17 en cada aniversario algo de su peso original; no barrerlo todo, sino barrer poco a poco. No hacer polvo con la escoba sino depurar; porque hoy se festeja o conmemora a quien ya no es lo que debería ser. Lo que en el fondo es una inmoralidad. El manido discurso de que la Constitución debe estar al día con la nueva realidad social parte de una premisa falsa. La problemática social de México no ha cambiado, se ha acrecentado. El alma moral de la Constitución del 17 no está presente, porque se halla extraviada. Y haga usted una prueba, coteje el texto original con lo que ha sucedido después. Compare y vea si es tan difícil cumplir con el original ideario constitucional del 17. El maestro Ignacio Burgoa decía que se ha confundido cambiar la ropa constitucional por la persona constitucional. No se niega una adecuación conveniente. Barrer no es destruir ni substituir.

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