/ sábado 17 de agosto de 2024

“La Generación Ansiosa”: ¿Qué tanto afectan las redes a los niños?

Un libro que, sin duda, ha generado debate y atraído enorme atención, es The Anxious Generation (La generación ansiosa), del psicólogo social e investigador, Jonathan Haidt, publicado hace un par de meses. La tesis central del libro es que a fines de la primera década de este siglo, la estructura y la lógica del entorno digital cambió gracias a la incorporación de algoritmos y otros mecanismos para modificar la forma en que accedemos y consumimos los contenidos en redes y plataformas sociodigitales, lo que ha contribuido a dañar la salud mental de los más jóvenes. Jóvenes de la llamada Generación Z, a la que Haidt llama la generación ansiosa y que le da título a su obra.

Haidt argumenta que el mayor impacto en el cambio del entorno digital se debe a la introducción y popularidad de los teléfonos inteligentes que contaban con la capacidad de incorporar los nuevos desarrollos tecnológicos para generar mayor engagement entre los usuarios y poder generar contenidos cada vez más a su medida. Esta tendencia, desde luego, no fue ajena a niños y jóvenes que tuvieron sus primeros acercamientos al mundo digital a través de estas nuevas tecnologías. Con base en una gran cantidad de estudios y de datos, fundamentalmente de casos en Estados Unidos, Haidt señala que el uso de estas tecnologías, cada vez más intrusivas y “a la medida” de los gustos de consumidores, se correlacionan con un notable incremento en las tasas de enfermedades mentales –depresión, ansiedad y lesiones autoinfligidas—en niños y adolescentes usuarios tempranos de redes y plataformas sociodigitales. Haidt no deja de subrayar que los mayores efectos negativos lo han sufrido las niñas y adolescentes a causa del consumo de contenidos orientados por una obsesiva cultura de la belleza física y de estándares estéticos que son sobre explotados comercialmente y frente a los que estos públicos constantemente se comparan y se presionan para poder alcanzar. Finalmente, Haidt señala que si bien en otros periodos de la historia moderna ha habido situaciones críticas que han generado ansiedad, miedos y depresión entre la población, el factor tecnológico actual, su desmedido alcance y penetración, la falta de adecuada comprensión por parte de familias y de regulación por parte de los gobiernos, hace que este momento sea especialmente preocupante. Haidt concluye con algunas recomendaciones –que ya había estado publicando en otros de sus textos—en donde insiste en llevar a cabo medidas desde restringir el uso de estas tecnologías a niños y jóvenes hasta abogar por regular algunos usos tecnológicos en los más jóvenes.

Con todo, su obra no ha estado libre de críticas. Por ejemplo, académicos que pertenecen a la red “Parenting Digital” (www.parenting.digital) , en el Reino Unido, señalan que el trabajo de Haidt se ha apresurado en sus conclusiones. Indican que los ejemplos que usa para probar su argumento descuidan los estudios que muestran que algunos de los efectos que señala no se han podido comprobar en todos los experimentos desarrollados en los últimos 10 años. Asimismo, señalan que establece relaciones causales directas entre un mayor uso de la tecnología por parte de niños y adolescentes, con mayorees tasas de enfermedades mentales en ellos, cuando la evidencia, en todo caso indica correlaciones entre estos aspectos, pero no una clara dirección de las causas y efectos. También señalan que Haidt generaliza sus explicaciones a partir de algunos casos específicos y concretos. Por último, estos académicos le objetan a Haidt no considerar explicaciones alternativas y ajustar la evidencia a su argumentación en ligar de mantener una cierta distancia crítica frente a una evidencia que, aún es poco concluyente.

Desde luego que el campo de los efectos en la comunicación –en donde podríamos colocar este trabajo de Haidt—ha sido siempre objeto de debate y disputa en términos de saber hasta dónde es posible estar seguro de ellos y qué impactos, positivos o negativos, son realmente medibles. El trabajo de Haidt, sin duda, tiene una larga trayectoria y se trata de un académico muy reconocido. Un efecto muy concreto de este trabajo –que ya se había adelantado en fragmentos publicados en diversos medios desde fines del año pasado—se pudo ver durante una audiencia en el Senado de Estados Unidos a inicios de este año en donde el dueño de META, Mark Zuckerberg, se vio obligado a pedir disculpas a grupos de madres y padres que le reclamaban su falta de control en sus plataformas por el daño causado a sus hijas.

Como sea, algo que los críticos de Haidt no pueden negar es que, en efecto, si bien no estamos seguros de la dirección de la causalidad, es claro que, de alguna forma, el tiempo excesivo y poco supervisado que los niños y niñas pasan en redes y plataformas sí les ayuda a moldear su forma de conocer, ver y comprender el mundo y les otorga ciertos patrones acerca de lo que es de moda, y a lo que se puede y debe aspirar. Los efectos, si bien nunca son iguales para todas y todos, si requieren de mayor discusión y debate.

Un libro que, sin duda, ha generado debate y atraído enorme atención, es The Anxious Generation (La generación ansiosa), del psicólogo social e investigador, Jonathan Haidt, publicado hace un par de meses. La tesis central del libro es que a fines de la primera década de este siglo, la estructura y la lógica del entorno digital cambió gracias a la incorporación de algoritmos y otros mecanismos para modificar la forma en que accedemos y consumimos los contenidos en redes y plataformas sociodigitales, lo que ha contribuido a dañar la salud mental de los más jóvenes. Jóvenes de la llamada Generación Z, a la que Haidt llama la generación ansiosa y que le da título a su obra.

Haidt argumenta que el mayor impacto en el cambio del entorno digital se debe a la introducción y popularidad de los teléfonos inteligentes que contaban con la capacidad de incorporar los nuevos desarrollos tecnológicos para generar mayor engagement entre los usuarios y poder generar contenidos cada vez más a su medida. Esta tendencia, desde luego, no fue ajena a niños y jóvenes que tuvieron sus primeros acercamientos al mundo digital a través de estas nuevas tecnologías. Con base en una gran cantidad de estudios y de datos, fundamentalmente de casos en Estados Unidos, Haidt señala que el uso de estas tecnologías, cada vez más intrusivas y “a la medida” de los gustos de consumidores, se correlacionan con un notable incremento en las tasas de enfermedades mentales –depresión, ansiedad y lesiones autoinfligidas—en niños y adolescentes usuarios tempranos de redes y plataformas sociodigitales. Haidt no deja de subrayar que los mayores efectos negativos lo han sufrido las niñas y adolescentes a causa del consumo de contenidos orientados por una obsesiva cultura de la belleza física y de estándares estéticos que son sobre explotados comercialmente y frente a los que estos públicos constantemente se comparan y se presionan para poder alcanzar. Finalmente, Haidt señala que si bien en otros periodos de la historia moderna ha habido situaciones críticas que han generado ansiedad, miedos y depresión entre la población, el factor tecnológico actual, su desmedido alcance y penetración, la falta de adecuada comprensión por parte de familias y de regulación por parte de los gobiernos, hace que este momento sea especialmente preocupante. Haidt concluye con algunas recomendaciones –que ya había estado publicando en otros de sus textos—en donde insiste en llevar a cabo medidas desde restringir el uso de estas tecnologías a niños y jóvenes hasta abogar por regular algunos usos tecnológicos en los más jóvenes.

Con todo, su obra no ha estado libre de críticas. Por ejemplo, académicos que pertenecen a la red “Parenting Digital” (www.parenting.digital) , en el Reino Unido, señalan que el trabajo de Haidt se ha apresurado en sus conclusiones. Indican que los ejemplos que usa para probar su argumento descuidan los estudios que muestran que algunos de los efectos que señala no se han podido comprobar en todos los experimentos desarrollados en los últimos 10 años. Asimismo, señalan que establece relaciones causales directas entre un mayor uso de la tecnología por parte de niños y adolescentes, con mayorees tasas de enfermedades mentales en ellos, cuando la evidencia, en todo caso indica correlaciones entre estos aspectos, pero no una clara dirección de las causas y efectos. También señalan que Haidt generaliza sus explicaciones a partir de algunos casos específicos y concretos. Por último, estos académicos le objetan a Haidt no considerar explicaciones alternativas y ajustar la evidencia a su argumentación en ligar de mantener una cierta distancia crítica frente a una evidencia que, aún es poco concluyente.

Desde luego que el campo de los efectos en la comunicación –en donde podríamos colocar este trabajo de Haidt—ha sido siempre objeto de debate y disputa en términos de saber hasta dónde es posible estar seguro de ellos y qué impactos, positivos o negativos, son realmente medibles. El trabajo de Haidt, sin duda, tiene una larga trayectoria y se trata de un académico muy reconocido. Un efecto muy concreto de este trabajo –que ya se había adelantado en fragmentos publicados en diversos medios desde fines del año pasado—se pudo ver durante una audiencia en el Senado de Estados Unidos a inicios de este año en donde el dueño de META, Mark Zuckerberg, se vio obligado a pedir disculpas a grupos de madres y padres que le reclamaban su falta de control en sus plataformas por el daño causado a sus hijas.

Como sea, algo que los críticos de Haidt no pueden negar es que, en efecto, si bien no estamos seguros de la dirección de la causalidad, es claro que, de alguna forma, el tiempo excesivo y poco supervisado que los niños y niñas pasan en redes y plataformas sí les ayuda a moldear su forma de conocer, ver y comprender el mundo y les otorga ciertos patrones acerca de lo que es de moda, y a lo que se puede y debe aspirar. Los efectos, si bien nunca son iguales para todas y todos, si requieren de mayor discusión y debate.