/ sábado 7 de septiembre de 2024

La moviola / “Beetlejuice, Beetlejuice” ¿”Beetlejuice”?

@lamoviola

Demasiado Burtoniano el asunto para ser de forma legítima Burtoniano. Muy centennial para que lo que era divertido funcione en su gozosa línea pedestre. O tal vez no funciona igual porque ya estamos medio madurones. El caso es que “Beetlejuice, Beetlejuice” (Tim Burton, o lo que queda de él, 2024) no tiene pizca de la rebeldía con la que el cineasta de 66 años irrumpía en un lejanísimo 1988 y sí se ve un conformismo narrativo que se nota desde hace años.

Abigarrada secuela que pretende abordar varias subtramas todas inútiles y que llega más de tres décadas después en la que lo único que está bien es el señor Keaton, comprueba que un virus infecta a la industria: hacen falta ideas y las pocas que aun sobreviven a esta era de corrección se les ha quitado su gozosa malicia.

La secuela de “Beetlejuice” es una comprobación de los tiempos que vivimos, industria antes que cine y poca valentía, además de un muy pensado descabezamiento del espíritu original. Sí, el fantasma es aún un viejo libidinoso pero ya se comporta con cierto temor al público, además de que usted perdonará, pero el chiste ya no funciona igual con la madurona Winona Ryder, que ya fue y regresó, algunas veces de ningún lado, que con la adolescente del 88, a punto de convertirse en una enfant terrible.

Quién sabe si cuando apareció a la que hoy nos debemos referir como la primera película, era lo que el público pedía, pero justo como no lo pedía funcionó y se convirtió en un clásico, colocó a Burton en los cuernos de la luna (de paso al casi desconocido Keaton y a la Ryder) y mostraba que aun en las garras de la industria había creatividad, Elfman es un ejemplo. Han pasado casi cuatro décadas, un par de salidas en falso para secuelas y el resultado es lo que uno esperaría. Ese es su principal problema.

El filme es un manual en ocasiones atropellado e infantilizado de lo Burtoniano, por momentos incluso parece un largo episodio de aquella caricatura basada en el filme, estrenada a finales de los 80, se esfuerza en su sentido del humor y por parecer incluso incorrecta, pero el resultado es una serie de gags, algunos sí muy efectivos y lo que vemos es lo que esperamos. Ni pizca del joven director que provoca con “La gran aventura de Pee-Wee Herman” en 1985 y que estaba lleno de demonios e inquietudes. Raro sería que el sistema no lo hubiera devorado a los 66 años. En fin.

“Lydia Deetz” (Winona Ryder) es una celebridad de medio pelo que conduce un programa donde incautos dicen haber visto fantasmas en su casa, cual la patética vampira, muy en el estilo de Burton, está traumada por la experiencia con “Beetlejuice” (eso sí, el genial Keaton) quien se le sobre todo cuando graba su patético show de televisión. Mantiene una relación con su productor, el clownesco “Rory” (Justin Theroux) y tiene una hija adolescente, “Astrid” (la infaltable Jenna Ortega, esa Wynona Ryder descafeinada), le sobrevive su madrastra “Delia” (Catherine O’Hara) y en medio de ansiolíticos le va la vida.

Por un accidente, su padre, “Charles” (Jefrey Jones), muere y en su funeral, “Astrid” conoce a un vecino medio Depsoniano, “Jeremy” (Arthur Conti). Esto traerá como consecuencia que “Lydia” se vea obligada a invocar a “Beetlejuice”, quien lucha por no ser encontrado por su ex esposa “Delores” (Monica Bellucci), porque además se cuenta parte del pasado del personaje, trama que invoca a una parodia del cine negro, pero que uno no sabe ni por qué ni por dónde entra esto, parte en la que hace su numerito William Dafoe, un detective que se burla de los clichés del género.

No, no hay un centro y sobra lo atropellado. Agujeros argumentales que pretenden resolver con humor como el asunto de la ausencia de “Barbara” y “Adam” (Geena Davis y Alec Baldwin), y todo ya visto, visto, visto por parte del director.

Lástima. La expectativa era alta. Pero no deja de ser signo de los tiempos que vivimos. Burton, pues hace un Burton y a estas alturas pierde espíritu. Por lo menos ya prometió que no ve en el futuro otra entrega.


@lamoviola

Demasiado Burtoniano el asunto para ser de forma legítima Burtoniano. Muy centennial para que lo que era divertido funcione en su gozosa línea pedestre. O tal vez no funciona igual porque ya estamos medio madurones. El caso es que “Beetlejuice, Beetlejuice” (Tim Burton, o lo que queda de él, 2024) no tiene pizca de la rebeldía con la que el cineasta de 66 años irrumpía en un lejanísimo 1988 y sí se ve un conformismo narrativo que se nota desde hace años.

Abigarrada secuela que pretende abordar varias subtramas todas inútiles y que llega más de tres décadas después en la que lo único que está bien es el señor Keaton, comprueba que un virus infecta a la industria: hacen falta ideas y las pocas que aun sobreviven a esta era de corrección se les ha quitado su gozosa malicia.

La secuela de “Beetlejuice” es una comprobación de los tiempos que vivimos, industria antes que cine y poca valentía, además de un muy pensado descabezamiento del espíritu original. Sí, el fantasma es aún un viejo libidinoso pero ya se comporta con cierto temor al público, además de que usted perdonará, pero el chiste ya no funciona igual con la madurona Winona Ryder, que ya fue y regresó, algunas veces de ningún lado, que con la adolescente del 88, a punto de convertirse en una enfant terrible.

Quién sabe si cuando apareció a la que hoy nos debemos referir como la primera película, era lo que el público pedía, pero justo como no lo pedía funcionó y se convirtió en un clásico, colocó a Burton en los cuernos de la luna (de paso al casi desconocido Keaton y a la Ryder) y mostraba que aun en las garras de la industria había creatividad, Elfman es un ejemplo. Han pasado casi cuatro décadas, un par de salidas en falso para secuelas y el resultado es lo que uno esperaría. Ese es su principal problema.

El filme es un manual en ocasiones atropellado e infantilizado de lo Burtoniano, por momentos incluso parece un largo episodio de aquella caricatura basada en el filme, estrenada a finales de los 80, se esfuerza en su sentido del humor y por parecer incluso incorrecta, pero el resultado es una serie de gags, algunos sí muy efectivos y lo que vemos es lo que esperamos. Ni pizca del joven director que provoca con “La gran aventura de Pee-Wee Herman” en 1985 y que estaba lleno de demonios e inquietudes. Raro sería que el sistema no lo hubiera devorado a los 66 años. En fin.

“Lydia Deetz” (Winona Ryder) es una celebridad de medio pelo que conduce un programa donde incautos dicen haber visto fantasmas en su casa, cual la patética vampira, muy en el estilo de Burton, está traumada por la experiencia con “Beetlejuice” (eso sí, el genial Keaton) quien se le sobre todo cuando graba su patético show de televisión. Mantiene una relación con su productor, el clownesco “Rory” (Justin Theroux) y tiene una hija adolescente, “Astrid” (la infaltable Jenna Ortega, esa Wynona Ryder descafeinada), le sobrevive su madrastra “Delia” (Catherine O’Hara) y en medio de ansiolíticos le va la vida.

Por un accidente, su padre, “Charles” (Jefrey Jones), muere y en su funeral, “Astrid” conoce a un vecino medio Depsoniano, “Jeremy” (Arthur Conti). Esto traerá como consecuencia que “Lydia” se vea obligada a invocar a “Beetlejuice”, quien lucha por no ser encontrado por su ex esposa “Delores” (Monica Bellucci), porque además se cuenta parte del pasado del personaje, trama que invoca a una parodia del cine negro, pero que uno no sabe ni por qué ni por dónde entra esto, parte en la que hace su numerito William Dafoe, un detective que se burla de los clichés del género.

No, no hay un centro y sobra lo atropellado. Agujeros argumentales que pretenden resolver con humor como el asunto de la ausencia de “Barbara” y “Adam” (Geena Davis y Alec Baldwin), y todo ya visto, visto, visto por parte del director.

Lástima. La expectativa era alta. Pero no deja de ser signo de los tiempos que vivimos. Burton, pues hace un Burton y a estas alturas pierde espíritu. Por lo menos ya prometió que no ve en el futuro otra entrega.