/ sábado 30 de marzo de 2024

La Moviola / Godzilla y Kong: El nuevo imperio o el genocidio cultural

Dos opciones se enfrentan, de manera muy desigual, esta semana en la cartelera. Por un lado, el monstruoso Blockbuster que pertenece al llamado Monsterverse, “Godzilla y Kong: El nuevo imperio” (Adam Wingard, 2024), quinta entrega de la irregular franquicia, que para ser honestos tuvo buenos inicios pero la codicia les ha ganado y han traicionado lo que era una buena idea, unir a los dos colosos cinematográficos, en entregas donde un CGI de tercera sustituye un buen guión.

La otra oferta es más modesta en cuanto a publicidad y más sólida si de cine puro y duro hablamos: El sabor de la vida (La pasión de Doddin Bouffant, Tran Anh Hung, Francia, 2024). Una historia de sensaciones y sentimientos que desbordan con sensualidad además de elegancia los sentidos del espectador con un ritmo además pausado, casi poético, que se toma su tiempo pero en todo momento provoca una sensualidad y erotismo fílmico con sus colores, texturas y sutilezas.

En el primer caso, la nueva entrega, la quinta en 10 años del Monsterverse, el asunto es darle atole con el dedo al espectador en una historia, es un decir, que une a los dos monstruos ya muy adecentados, para combatir una amenaza que los puede destruir y de paso a la Tierra. “Kong”, decide hacer alianza con el dinosaurio, que todavía estaba ahí, y vencer a un grupo de macacos que siguen a su líder sin chistar –en serio de eso se trata. Como parte del coro están la “Dra. Ilene” (Rebecca Hall), “Trapper” (Dan Stevens, en pos de estereotipo macho, bribón pero amable muy hollywoodense), el freeke “Bernie” (Brian Tyree Henry), la hija de “Ilene”, “Jia” (Kaylee Hottle), que es la escuincla metiche que no falla en esta expediciones fílmicas, pero que en esta ocasión nos hacen creer que forma parte del desarrollo de la trama aunque la presencia de los actores sólo sirva para ahorrar ratos de un mediocre CGI.

En “Godzilla y Kong: El nuevo imperio”, el genocidio cultural fílmico se nota no sólo en el sobrevalorado homenaje visual de los clásicos cincuenteros y sesenteros japoneses sino en la obsesión de destruir cuanto emblema cultural y social se le ponga enfrente a las creaturas. Una obsesión gringa banal que no les falla. Monumentos de patrimonio mundial, pirámides, puentes caen a la menor provocación. Es cierto que esa es la vocación sobre todo del dinosaurio, pero parece que a Hollywood le emociona y le dan especial placer estas escenas. Genocidio cultural porque el cine mainstream toma de otras culturas ideas para darle su corte de franquicia millonaria hueco. No hay un sólo atisbo de inteligencia en un guión que disque prepara al público para la batalla final que al final es atole con el dedo.

Cine hecho para un público muy adocenado a la narrativa más complaciente y para trasnochados chavorrucos que ven en pantalla sus ya lejanas fantasías infantiles, que es ahora en lo que se ha convertido el cine de franquicia.

Me urge ver un buen Blockbuster.

Otra cosa es “El sabor de la vida”. Cine en su sentido más puro, las imágenes sobre todo nos transportan a un mundo de sensaciones de placer, de una sutileza erótica y sensual. Es un claro ejemplo de cómo una discreta buena película, con todo y que en Cannes tuvo premio a la dirección, puede ser un puente cultural.

“Dodin” (Benoît Magimel), es un prestigiado chef francés que a finales del siglo XIX, goza de celebridad pero en su cocina, mientras con pasión inventa platillos que son el agasajo de príncipes y mandatarios y de paso de sus amigos gorrones.

Por más de 20 años, lo ha asistido “Eugenié” (Juliette Binoche, en pos de Juliette Binoche, para placer del espectador), quien conoce y le adivina los secretos de su arte. Entre los dos y en medio de irresistibles planos secuencias de preparación de manjares, se siente una sutil provocación sensual, sexual y erótica que “Eugenié” medio rompe pero prefiere mantener cierta distancia. Aparece una aún no adolescente “Pauline” (Bonnie Chagneau Raboire), para ayudar en la cocina y quien parece dejarse seducir por el arte culinario con discreción y sorpresa , en contraste con la mediocre asistente “Viollete” (Gallatea Bellugi) a quien le da lo mismo comer lo que sea.

“Dodin” y “Eugenié”, viven en medio del placer y la sensualidad. Quieren desbordarse pero nunca lo hacen del todo. De algún modo, los mantiene y da sazón los secretos que conservan.

Cine que apela a los sentidos y a la inteligencia. En serio, si usted tiene un poco de sensibilidad esta es la opción, si no, vaya a ver CGI mal hecho y deje morir un poco más su capacidad crítica. Su independencia intelectual.


Dos opciones se enfrentan, de manera muy desigual, esta semana en la cartelera. Por un lado, el monstruoso Blockbuster que pertenece al llamado Monsterverse, “Godzilla y Kong: El nuevo imperio” (Adam Wingard, 2024), quinta entrega de la irregular franquicia, que para ser honestos tuvo buenos inicios pero la codicia les ha ganado y han traicionado lo que era una buena idea, unir a los dos colosos cinematográficos, en entregas donde un CGI de tercera sustituye un buen guión.

La otra oferta es más modesta en cuanto a publicidad y más sólida si de cine puro y duro hablamos: El sabor de la vida (La pasión de Doddin Bouffant, Tran Anh Hung, Francia, 2024). Una historia de sensaciones y sentimientos que desbordan con sensualidad además de elegancia los sentidos del espectador con un ritmo además pausado, casi poético, que se toma su tiempo pero en todo momento provoca una sensualidad y erotismo fílmico con sus colores, texturas y sutilezas.

En el primer caso, la nueva entrega, la quinta en 10 años del Monsterverse, el asunto es darle atole con el dedo al espectador en una historia, es un decir, que une a los dos monstruos ya muy adecentados, para combatir una amenaza que los puede destruir y de paso a la Tierra. “Kong”, decide hacer alianza con el dinosaurio, que todavía estaba ahí, y vencer a un grupo de macacos que siguen a su líder sin chistar –en serio de eso se trata. Como parte del coro están la “Dra. Ilene” (Rebecca Hall), “Trapper” (Dan Stevens, en pos de estereotipo macho, bribón pero amable muy hollywoodense), el freeke “Bernie” (Brian Tyree Henry), la hija de “Ilene”, “Jia” (Kaylee Hottle), que es la escuincla metiche que no falla en esta expediciones fílmicas, pero que en esta ocasión nos hacen creer que forma parte del desarrollo de la trama aunque la presencia de los actores sólo sirva para ahorrar ratos de un mediocre CGI.

En “Godzilla y Kong: El nuevo imperio”, el genocidio cultural fílmico se nota no sólo en el sobrevalorado homenaje visual de los clásicos cincuenteros y sesenteros japoneses sino en la obsesión de destruir cuanto emblema cultural y social se le ponga enfrente a las creaturas. Una obsesión gringa banal que no les falla. Monumentos de patrimonio mundial, pirámides, puentes caen a la menor provocación. Es cierto que esa es la vocación sobre todo del dinosaurio, pero parece que a Hollywood le emociona y le dan especial placer estas escenas. Genocidio cultural porque el cine mainstream toma de otras culturas ideas para darle su corte de franquicia millonaria hueco. No hay un sólo atisbo de inteligencia en un guión que disque prepara al público para la batalla final que al final es atole con el dedo.

Cine hecho para un público muy adocenado a la narrativa más complaciente y para trasnochados chavorrucos que ven en pantalla sus ya lejanas fantasías infantiles, que es ahora en lo que se ha convertido el cine de franquicia.

Me urge ver un buen Blockbuster.

Otra cosa es “El sabor de la vida”. Cine en su sentido más puro, las imágenes sobre todo nos transportan a un mundo de sensaciones de placer, de una sutileza erótica y sensual. Es un claro ejemplo de cómo una discreta buena película, con todo y que en Cannes tuvo premio a la dirección, puede ser un puente cultural.

“Dodin” (Benoît Magimel), es un prestigiado chef francés que a finales del siglo XIX, goza de celebridad pero en su cocina, mientras con pasión inventa platillos que son el agasajo de príncipes y mandatarios y de paso de sus amigos gorrones.

Por más de 20 años, lo ha asistido “Eugenié” (Juliette Binoche, en pos de Juliette Binoche, para placer del espectador), quien conoce y le adivina los secretos de su arte. Entre los dos y en medio de irresistibles planos secuencias de preparación de manjares, se siente una sutil provocación sensual, sexual y erótica que “Eugenié” medio rompe pero prefiere mantener cierta distancia. Aparece una aún no adolescente “Pauline” (Bonnie Chagneau Raboire), para ayudar en la cocina y quien parece dejarse seducir por el arte culinario con discreción y sorpresa , en contraste con la mediocre asistente “Viollete” (Gallatea Bellugi) a quien le da lo mismo comer lo que sea.

“Dodin” y “Eugenié”, viven en medio del placer y la sensualidad. Quieren desbordarse pero nunca lo hacen del todo. De algún modo, los mantiene y da sazón los secretos que conservan.

Cine que apela a los sentidos y a la inteligencia. En serio, si usted tiene un poco de sensibilidad esta es la opción, si no, vaya a ver CGI mal hecho y deje morir un poco más su capacidad crítica. Su independencia intelectual.