@lamoviola
Dos estrenos coinciden en estos días en el azaroso mundo audiovisual mexicano. Uno de ellos en cines y el otro en plataforma. Niña sola (Javier Ávila, 2019), primer caso, documental mexicano que encaja en una desafortunada coyuntura nacional, a pesar de una evidente trascendencia como testimonio social de estos tiempos y el largometraje ficción de evasión Sexo, pudor y lágrimas 2 (Alonso Íñiguez, 2021). Segunda parte del Blockbuster mexicano dirigido y escrito en aquel entonces por Antonio Serrano, basado en una obra de teatro de éxito.
En el primer caso, dos puntos convergen para contar la historia del feminicidio de Cintia y la búsqueda de justicia de su madre, Arcelia y Berta, hermana mayor de la chica asesinada en 2016, ante la indiferencia de las autoridades en Tijuana, Baja California. Por un lado, el relato melodramático, reflexivo, pausado, doloroso y sereno, pero nunca resignado, de una tragedia social y cultural, por otra parte, un testimonio visual de descomposición y decadencia, que vía la fotografía de Alejandro Guzmán, traslada al espectador a escenarios de desolación y de franco terror: calles abandonadas, fábricas con trabajadores inmersos en su rutina, casas de barrios populares. Un conejo que ve a la cámara como mudo testigo del horror. Lenguaje e imagen se funden con sencillez, pero contundencia.
Niña sola, es el testimonio exclusivo de dos mujeres, víctimas de un sistema social incrustado en la sociedad mexicana. Sus protagonistas, Arcelia y Berta, reflexionan sobre sus propias vidas y la violencia como sistema. Si Huesos en el desierto, la investigación del de ya fallecido Sergio García Ramírez, revelaba la complicidad del poder como elemento sustancial del feminicidio en Ciudad Juárez, Chihuahua, Niña sola se enfoca sobre todo a una crónica social en voz de las víctimas. Llama la atención, que a pesar de ser el punto de vista de dos mujeres, y Cintia como una presencia que permea todo, la dirección corra a cargo del treintañero Ávila.
Niña sola, es un testimonio de vulnerabilidad y fortaleza, de dolor y reconstrucción pero con preguntas que se abren y que no se alcanzan a cerrar, igual que las heridas de las protagonistas. Es la cara del cine nacional, que desnuda a un México que transita al cinismo y la indiferencia.
El otro lado de la moneda, se encuentra en Sexo, pudor y lágrimas 2, la condechización del relato mexicano, la colonización cultural del universo Didi, para presentar personajes inmersos en un microcosmos único de sitcom con humor noventero.
Si la obra de Serrano, en un principio tuvo éxito a finales de los ochenta y noventa, y la película logró llevar a la clase media mexicana al cine, en esta ocasión, desde el streaming, muestra un filme más complaciente que disruptivo. Y la geografía donde se desenvuelven los personajes, funciona como poderoso testimonio de una vacuidad a veces simpática.
El filme, encuentra su fortaleza o salvación en algunos diálogos, pero sobre todo en el esfuerzo del elenco, que se comporta con nobleza y oficio, ante lo estéril.
Ya no es pues, en el entendido de lo que pasaba hace dos décadas, una comedia de planteamientos, sino de situaciones.
Niña sola, fuerte, dolorosa, sincera. Sexo pudor y lágrimas 2, ¡me da igual!