Se podría pensar que la música es eminentemente obra de la creación humana y que hablar de ella es aludir, en consecuencia, al hombre mismo y sin duda lo es, solo que la música no es un producto exclusivamente humano. El que el hombre produzca sonidos, los articule y con ellos elabore un mensaje artístico es un prodigio, pero la realidad es que la música preexiste y anticipa al ser humano porque es parte sustantiva de la esencia de la vida misma en el planeta y allende éste, como lo prueban las innumerables manifestaciones sonoras que desde el principio de los tiempos debieron haber existido. Milenios atrás así lo había anticipado Pitágoras, cuando denominó por primera vez “cosmos” al Universo, en tanto sinónimo de orden y adorno, lo “bellamente ordenado”. Ahora bien ¿cómo interpretar ese orden? De acuerdo con la visión pitagórica, a partir de los conceptos de límite y número, por ser éste el principio fundamental generador del que emana el orden que dispone, embellece y da sentido a la esencia que da vida al Universo: la armonía, porque nada es tan perfecto e infinito como ella, como lo comprueba la fascinante secuencia numérica de los armónicos que se producen, de forma espontánea e invariable en la Naturaleza, a partir de un tono fundamental. ¿Génesis de la vida cósmica?
Al paso de los siglos, Platón sucumbirá al sortilegio pitagórico, como lo evidencia su Timeo, y más tarde lo hará el Medioevo: en el siglo VI de nuestra era, al declarar Boecio que la armonía es el principio rector del Universo; hacia el siglo IX, Escoto Erígena al describir que la belleza del Universo es comparable al de una sinfonía polifónica y, para el siglo XI, Otloch en Ratisbona, al postular que a la armonía celeste solo podrían igualarla los intervalos musicales justos. Sin embargo, será la Catedral de Chartres la que hacia los siglos XII y XIII se constituya, en gran medida por el impulso del obispo Fulberto, en el espacio artístico-religioso por excelencia al encarnarse en la materialización de la más profunda y fascinante exaltación simbólica y alegórica del arte musical en relación con la ciencia hasta hoy conocida, pero había una poderosa razón: Chartres fue construida bajo la inspiración del pensamiento pitagórico y platónico para ser visualizada como la representación microcósmica del macrocosmos universal, originado y fundamentado en la armonía. Por eso toda su geometría constructiva es proporción y, en su búsqueda de la consonancia musical perfecta, toda ella alude a intervalos musicales (unísono, cuarta, quinta y octava) -el equivalente de la proporción geométrica continua que Platón definiera como la más bella de las relaciones matemáticas- e incorpora permanentemente estrellas de cinco puntas y pentagramas -su elemento originario, símbolo pitagórico por excelencia, pero también insignia sublime del amor y la belleza-.
Gracias a ello, proporción áurea, número de oro, interválica perfecta, música de las esferas, todas ellas a la vez, coincidirán con las relaciones astronómicas evidenciadas en la ubicación y orientación de los elementos de la estructura del edificio catedralicio, como en el caso de la constelación de Virgo, confirmando que no fue casualidad que hubiera múltiples construcciones religiosas medievales consagradas a la Virgen María, siendo la Catedral de Notre Dame en París, aquélla que fue cuna de la polifonía musical, el mejor y más vivo ejemplo de ello, pero Chartres no podía quedar atrás: una de las arcadas principales de su portada, mostrará a María encarnada como sede de la sabiduría y rodeada por el quadrivium, suma del saber medieval constituido por las cuatro ciencias matemáticas: aritmética, astronomía, geometría y música.
Para el siglo XIV otros vientos soplarán en Chartres, es el Renacimiento que está por arribar y con ello el crepúsculo de la obra francigenum, el estilo artístico que había nacido en el corazón del antiguo reino franco situado en la Ile de France y al que Vasari bautizó como gótico, a partir de sus primordios arquitectónicos en los monasterios cistercienses y en la Basílica de Saint-Denis y que perduraría hasta su plenitud en las catedrales de Reims, Colonia, León, Estrasburgo y, sobre todo, Notre Dame y Chartres: la catedral concebida como templo musical, cuya belleza era debida, según descripción de Roberte Grosse-téte en el siglo XIII, “a la simplicidad por la cual la luz va al unísono con la música, más armoniosamente vinculada a sí misma por la ratio de igualdad”. Luz que provenía del vitral: el más grande misterio de la alquimia, el más bello y paradigmático emblema del arte gótico.
Sí, la música ha estado presente desde el albor del Universo, porque allí donde haya una vibración, estará siempre contenido el germen musical. Por algo Uberto Zanolli, al explicar la estrecha relación entre Física y Música, lo declaró: “Por axioma, si admitimos que la música pertenece a la acústica y la acústica a la física, la física es música”. Y esto la ciencia lo sabe, cada vez con mayor contundencia ¿no acaso el Universo es un Universo vibratorio? ¿No acaso se ha demostrado que la vibración sonora se convierte en luz y que todo lo que existe posee frecuencia y ritmo?
En pocas palabras, estamos a punto de arribar y descubrir una nueva pero ya intuida concepción cósmica y, por tanto, del origen de la fysis: el Universo comprendido como un ente armónico, polirrítmico, polifrecuencial y, por tanto, musical.
bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli