La no intervención, término acuñado en la política exterior mexicana, deriva del pensamiento jurídico, político y diplomático para aplicarse en la áspera y compleja realidad. La no intervención es tan simple, toda proporción guardada, como decir que no me incumbe lo que pasa o pase en la casa de mi vecino. No se niega una correlación de intereses, pero siempre aparece y priva, debe privar, el de mayor peso moral y social. Suponer lo contrario sería ignorar la libertad y dignidad de los miembros y personas humanas, tanto del vecino en su propia casa -amo y señor de ella- como de las de uno ya que tal persona humana vive y convive en una sociedad cuyas reglas o principios básicos son fundamentales para la completitud o realización cabal de nuestro destino. Por ello el vecino y uno -nosotros- conformamos una unidad que aparte de distinguirse por su singularidad se expresa por lo humano.
Procedo a explicarme. Si yo ignoro a mi vecino me estoy ignorando a mí mismo. Se trata de la humanidad que me orilla moralmente, también jurídica y políticamente, a respetar las decisiones de cada una de esas partes, habida cuenta de que otra cosa irrumpiría en el espacio de una libertad (dignidad) consubstancial a nuestro destino social y moral y por ende político en el más elevado sentido de la palabra. Hugo Grocio sostiene en el Leviathan la idea de un Derecho Natural algo así como cósmico o universal (la expresión es mía) que se reduce y sintetiza, si cabe el término, en una idea muy sencilla (sencilla complejidad), a saber, la libertad, insisto, de trazar el contorno de una libertad que únicamente incumbe a quien la concibe. Lo cual el gran Francisco de Vitoria, genial maestro universitario salmantino, vio como un Derecho Natural consubstancial a todo el mundo perceptible, trazando la ruta de la no intervención. Por esto no se puede analizar tan “fácilmente” un asunto que viste el ropaje de la legalidad pero con pliegues, repito una vez más, que llegan a lo cósmico o universal. Lo dicho lo estudió de Vitoria con singular profundidad y estilo poético en el caso de nuestros pueblos indígenas. En consecuencia la no intervención introducida en la diplomacia mexicana por Genaro Estrada tiene raíces que no se pueden soslayar o ignorar. Y a mi juicio lo que ha sucedido en Perú, país con enormes similitudes con México (compartimos virreyes y episodios de lucha a favor de la libertad) ha de servir para actuar con cautela y conocimiento. Sobre todo teniendo al frente la ferocidad consabida de un capitalismo que no oculta su apetito consumista y colonialista.
PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM
PREMIO UNIVERSIDAD NACIONAL
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