Desde finales del siglo XVII hasta nuestros días, Inglaterra se ha caracterizado por ser un país con estabilidad y gobernabilidad. Previo a esto, no obstante, el país de Winston Churchill, John Maynard Keynes y los Beatles se vio inmerso recurrentemente en brutales guerras civiles durante 600 años.
Desde la Conquista Normanda en 1066 hasta la Revolución Gloriosa de 1688-89, Inglaterra solía sumirse en una guerra civil casi cada cincuenta años. En términos coloquiales, estaríamos hablando de un Juego de Tronos en esteroides.
En un artículo para la revista Daedalus, Francis Fukuyama –a quien algunos no termina por gustar, pero que no deja de ser un politólogo al que hay que leer– argumenta que este ciclo de violencia intestina terminó por dos condiciones políticas primordiales, a saber: a) la acumulación gradual de leyes y el respeto a éstas por parte de los principales actores políticos en Inglaterra, y b) la consolidación de un estado Inglés fuerte así como de un sentido de identidad nacional. Esto lleva a Fukuyama a sostener que son los factores normativos la clave para alcanzar arreglos políticos estables y duraderos –dicho sea de paso, no sería una ociosidad una tesis de posgrado para ver qué tanto explica esto al México posrevolucionario.
Es frecuente escuchar, y con razón, que una guerra civil –o cualquier conflicto, en general– requiere de una salida política. Sin embargo, la expresión “una salida política” se torna menos abstracta cuando se señalan sus características concretas: ¿Una negociación?, ¿cuotas de representación?, ¿acuerdos entre las élites?, o ¿dinero y otras prebendas a una facción para que se calme la cosa?
En cualquier caso, para Fukuyama resultan insuficientes las explicaciones basadas en la elección racional, según las cuales los acuerdos políticos son resultado de conflictos estancados –stalemated conflicts– en los que las facciones en pugna reconocen que un acuerdo político es su segundo o tercer mejor resultado posible –frente a su objetivo inicial: una victoria rotunda a su favor.
Adicionalmente a esto, el autor señala dos cuestiones esenciales para una salida política de largo plazo: a) la creencia –y el compromiso– entre las facciones del valor de una Constitución y de la importancia de la legalidad, y b) instituciones que tienen un cierto grado de autonomía frente a las facciones políticas en competencia. Puesto diferente, es fundamental que los actores políticos acuerden y se ciñan a esos acuerdos, preferentemente enmarcados en una Constitución política –aunque sabemos que hay reglas del juego informales. De lo contrario, los acuerdos políticos no pasarán de ser treguas temporales en medio de una competencia política prolongada.
En suma, Fukuyama termina diciendo –en apariencia una verdad de Perogrullo– que no puede haber una democracia estable sin un compromiso normativo con la democracia y el estado de derecho. Y, por otra parte, no puede haber un Estado estable a menos que exista una comprensión compartida de la identidad nacional que, a su vez, sustente la legitimidad de un Estado sólido.
Discanto: El filósofo chino Zhuang Zi nos da pistas de por qué la oposición en México perdió la pasada elección de manera estrepitosa: “¿Cómo podré hablar del hielo al pájaro de estío si está retenido en su estación? ¿Cómo podré hablar con el sabio acerca de la vida, si es prisionero de su doctrina?”.
Senior Advisor en Miranda Partners