Con sendas canciones, convertidas en obras maestras de la militancia musical, John Lennon y Jim Morrison (Give peace a chance y Unknow soldier), enmarcaron con precisión poética, la única y verdadera esperanza de la raza humana: vivir en paz. Nuestro año del siglo XXI, se han caracterizado por ser, sin embargo, convulsos, violentos, destructivos (en lo material, psíquico y social) para demostrar, de manera vergonzosa, que muy, muy poco hemos aprendido de la historia. Que nos empecinamos en la ruta de la polarización (sinónimo de ignorancia) y la necedad, para dar sustento a procesos de recíproca negación a la existencia.
El dudoso papel de fondo y sustento que significan las principales religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo, islamismo y sintoísmo) que no obstante propalar el amor al prójimo, el respeto a la vida, la promoción de la tolerancia, la convivencia y en general, la constante búsqueda de la paz, a partir de forma exclusiva del análisis de los resultados, han sido un estrepitoso fracaso. Unos y otros seguidores y líderes, se afanan e incuso mueren, en el absurdo y dictatorial intento por imponer sin más sus sistemas de creencias. Muestras cotidianas, por infortunio, las tenemos todos los días, en todo el mundo. Y esto, no es una exageración.
Obras sustanciales como Tres mil años de guerra, del historiador Jonathan Holslag, constatan lo que nos cuesta reconocer: hemos transcurrido nuestra existencia como especie humana, mucho más tiempo en guerra que en paz. Los argumentos, de manera consistente, aluden a retóricas vacías a propósito de pretendidos destinos celestiales, supuestas misiones encomendadas por entes abstractos y destinos redentores a ser cumplidos por la fuerza. Ahora mismo, el conflicto armado entre Israel y Hamas, tiene una irresoluble base religiosa. No muy distante de ese argumento, se encuentra la invasión de Rusia a Ucrania. Otros casos similares, los observamos en los procesos bélicos que se viven en varis partes de África. Sobre todo en el norte del Continente.
Las buenas noticias para cada una de las fuerzas enfrentadas, en cualquier conflicto y en cualquier etapa, se reducen a difundir (y exagerar) los daños causados al enemigo: sea en pérdidas humanas –combatientes o población inocente, da igual, destrucción física de carreteras, escuelas, hospitales y a veces, instalaciones militares. Estas no pueden ser buenas noticias para nadie: ¿cuánto tiempo va a transcurrir para edificar casa y demás construcciones reducidas a escombros durante la guerra? Peor aún: ¿cuánto tiempo va pasar para, medianamente normalizar la vida cotidiana? Nadie lo sabe, pero lo que sí sabemos todos, es cuándo y cómo, comenzó la barbarie.
Por más que prevalezca o predomine en nuestro debate una actitud mediática (limitada) una visión (de corto alcance) en el escenario político que se vive en nuestro país, de ninguna forma estamos exentos de ese creciente y expansivo ambiente de polarización y probable confrontación. Tenemos suficiente con la disfunción de la Seguridad Pública en amplias zonas del país, producto por cierto de ese ambiente social y psíquico de crispación. Por eso, la única buena noticia que podríamos recibir hoy es: la guerra terminó. Las demás noticias, contribuyen a la falsa y, por tanto, ilusoria postura de que se “va ganando” la guerra. ¿Qué hemos ganado e incluso, que vamos a ganar con la guerra?
@JOPso