Mauricio D. Aceves
La estabilidad global no puede ser comprendida sin Medio Oriente, del mismo modo que la estabilidad regional es incompresible sin el Líbano. Los enfrentamientos a lo largo de la franja sur del Líbano y alcanzando Beirut, han agudizado una crisis humanitaria preexistente y un nuevo flujo de desplazamientos forzados. De acuerdo con la OCHA, 211 mil personas han sido desplazadas; mientras que la OIM registra el desplazamiento interno de más de 833 mil personas.
Se espera que enfrentamientos entre Hezbolláh y las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) persistan; actualmente no existen condiciones para establecer negociaciones mientras se desarrolla una espiral que se suma a escenarios en curso en Palestina, Irak, Israel, Siria, Sudán, Irán y Yemen. El panorama geopolítico pone a prueba la capacidad intrarregional para desescalar situaciones críticas, que envuelven participaciones de actores no estatales e influencias externas. Por su parte, los resultados de las elecciones en Estados Unidos serán determinantes, así como también lo serán las fluctuaciones de gobernanza internas del Líbano e Israel, del mismo modo que la recalibración de la red de apoyos militares, diplomáticos y económicos del ecosistema geopolítico internacional.
Al interior del Líbano, las dificultades internas previas han sido catalizadas a partir de las tensiones y ataques directos registradas en las últimas semanas. Derivados de ataques de las FDI, el país tiene un número limitado de puntos terrestres de entrada, un solo aeropuerto civil internacional y dos puertos en operación. Mientras que, existe acceso restringido a áreas afectadas por conflictos, dificultando el acceso de ayuda humanitaria—de por sí afectadas por procedimientos aduaneros que ralentizan la importación de suministros—, así como escaza disponibilidad de combustibles. Se trata de un conjunto de elementos que sugieren un agravamiento de la situación humanitaria con implicaciones inter-generacionales.
La continuidad del conflicto provoca dos aislamientos con implicaciones históricas. En el Líbano, la pérdida de infraestructura, el ascenso de liderazgos paramilitares, la percepción de riesgo derivado del conflicto, inducen un aislamiento físico que genera dependencia geográfica a un número limitado de puntos de acceso, que alguna vez fueron articuladores del comercio entre occidente y oriente. Por su parte, la agudización de crisis humanitarias en Palestina y en el Líbano, inducen el aislamiento diplomático y político para el gobierno de Israel, frenando un proceso de distención marcada por los Acuerdos de Abraham, mientras que también provoca una pérdida de apoyos por parte de occidente y condenas unilaterales, en foros como Naciones Unidas o dentro de mecanismos—como ocurrió en la reciente cumbre de los BRICS en Kazán—. No obstante, una nueva administración de Donald Trump puede virar este curso.
El sobrecalentamiento del conflicto y el incremento del pulso regional exporta las diferentes implicaciones del conflicto, ya sea a través de crisis humanitarias, inestabilidades políticas, económica y aquellas que nutren una narrativa militarista y armamentista—en una región clave para las cadenas de suministro y la seguridad energética global—, así como la propia internacionalización del conflicto.