/ sábado 10 de agosto de 2024

Los brazos inmensos de la vida

Decía Baudelaire, poeta francés del siglo 19, que quien no sabe poblar su soledad tampoco sabe estar solo en medio de la muchedumbre. Y esto viene a cuento porque el escritor español cordobés Antonio Gala (1939-1923), sitúa a personajes de tres de sus novelas en un jardín personal, muy metafórico, de la casa sosegada que cada uno lleva consigo, y que les trata de amparar de las diarias intemperies, lo cual es cada vez más difícil- pero que, no obstante, sobre ese jardín o rincón personal anida la apariencia de tranquilidad que se llama costumbre y la ausencia de sacudidas vertiginosas que contiene la vida cotidiana.

Entre esas tapias abrigadoras, dice Gala, tranquiliza la certeza de que la mayor felicidad está siempre por venir, y de que la estabilidad que se transpira es el producto del más alto don del género humano. Pero para comprender el significado de la soledad que enriquece, los personajes de Gala tienen que salir al mundo para examinarse y perseguir su propio rastro; entender, por fin, sin la menor garantía de acierto ni de éxito visible, lo que significa la palabra YO. Para ello es preciso saltar fuera de las pequeñeces, de las convicciones heredadas, de las creencias apegadas al quehacer diario. Sus palabras nos permiten pensar: “Para vivir hay que abandonarse en brazos, en los brazos inmensos de la vida que es río desbordado, jungla salvaje; precisamente lo opuesto a los recortados macizos de un jardín o a la artificialidad domesticada de los setos y las bordaduras y las podas”.

Advierte Gala que el desorden exterior es más difícil de entender porque es más grande que nuestro corazón; por eso nos conformamos con entender el orden minúsculo del jardín cómodo, accesible, siempre a nuestra disposición y antojo. Y por ello asusta el temblor de sus paredes, las grietas y sus resquebrajamientos; por la edad, por los efectos que muchas veces cruzan nuestra mente como un trueno de adivinación.

La moraleja del autor es evidente: hay que salir de todo jardín, a ciegas o con los ojos bien abiertos, para poder toparse con uno mismo. Hay que salir de ese rincón personal, incluso del que todos llevamos a cuestas, “como salieron, expulsados o no, nuestros primeros padres del Edén: transformados en un hombre y una mujer racionales y libres, no en unos seres dóciles, indiferentes y mimados como animalitos de compañía. Hay que salir, antes o después, a comenzar la vida. Quizás más adelante, cuando nos hayamos convencido de quienes éramos, sea posible el regreso. Pero será entonces otro nuestro paso, otra nuestra mirada, otra, completamente otra, la letra de nuestra canción”. Palabras fieles y textuales de Antonio Gala, el escritor español.

Fundador de Notimex

Premio Primera Plana

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@gmail.com

Decía Baudelaire, poeta francés del siglo 19, que quien no sabe poblar su soledad tampoco sabe estar solo en medio de la muchedumbre. Y esto viene a cuento porque el escritor español cordobés Antonio Gala (1939-1923), sitúa a personajes de tres de sus novelas en un jardín personal, muy metafórico, de la casa sosegada que cada uno lleva consigo, y que les trata de amparar de las diarias intemperies, lo cual es cada vez más difícil- pero que, no obstante, sobre ese jardín o rincón personal anida la apariencia de tranquilidad que se llama costumbre y la ausencia de sacudidas vertiginosas que contiene la vida cotidiana.

Entre esas tapias abrigadoras, dice Gala, tranquiliza la certeza de que la mayor felicidad está siempre por venir, y de que la estabilidad que se transpira es el producto del más alto don del género humano. Pero para comprender el significado de la soledad que enriquece, los personajes de Gala tienen que salir al mundo para examinarse y perseguir su propio rastro; entender, por fin, sin la menor garantía de acierto ni de éxito visible, lo que significa la palabra YO. Para ello es preciso saltar fuera de las pequeñeces, de las convicciones heredadas, de las creencias apegadas al quehacer diario. Sus palabras nos permiten pensar: “Para vivir hay que abandonarse en brazos, en los brazos inmensos de la vida que es río desbordado, jungla salvaje; precisamente lo opuesto a los recortados macizos de un jardín o a la artificialidad domesticada de los setos y las bordaduras y las podas”.

Advierte Gala que el desorden exterior es más difícil de entender porque es más grande que nuestro corazón; por eso nos conformamos con entender el orden minúsculo del jardín cómodo, accesible, siempre a nuestra disposición y antojo. Y por ello asusta el temblor de sus paredes, las grietas y sus resquebrajamientos; por la edad, por los efectos que muchas veces cruzan nuestra mente como un trueno de adivinación.

La moraleja del autor es evidente: hay que salir de todo jardín, a ciegas o con los ojos bien abiertos, para poder toparse con uno mismo. Hay que salir de ese rincón personal, incluso del que todos llevamos a cuestas, “como salieron, expulsados o no, nuestros primeros padres del Edén: transformados en un hombre y una mujer racionales y libres, no en unos seres dóciles, indiferentes y mimados como animalitos de compañía. Hay que salir, antes o después, a comenzar la vida. Quizás más adelante, cuando nos hayamos convencido de quienes éramos, sea posible el regreso. Pero será entonces otro nuestro paso, otra nuestra mirada, otra, completamente otra, la letra de nuestra canción”. Palabras fieles y textuales de Antonio Gala, el escritor español.

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