Constantemente exploramos la relación entre la vida actual y las redes sociales, así como las profundas transformaciones que ha traído la web 2.0 y el crecimiento acelerado de la tecnología, desde el surgimiento de las redes de blogging y microblogging hasta el dominio del video corto; desde el perfeccionamiento de equipos cada vez más sofisticados y capaces de mejorar la calidad de la imagen, el video o el procesamiento, hasta la irrupción generalizada de la inteligencia artificial, que crece a velocidades inusitadas. En esta relación hay incontables mejoras para las comunicaciones y del desarrollo técnico, pero también, debemos admitir, aspectos negativos que se están masificando.
Uno de los más preocupantes es el efecto nocivo para la salud mental que trae consigo la constante inmersión en las redes sociales, sobre todo entre adolescentes y jóvenes que han crecido en ambientes cien por ciento digitales, donde sus identidades y relaciones están fuertemente reguladas por ese tipo de interacciones. Con todo, lo que vemos en las redes no deja de ser un modelo narrativo controlado de realidades performáticas. Lo importante en las redes no es el “ser”, sino el “parecer”, y en este sentido, los mensajes adquieren características de ocultamiento, son, en última instancia, una máscara, un telón.
Lo que se comparte en redes sociales no es la realidad, pero parece que no importa cuántas veces repitamos esto, ni siquiera que la mayoría de los usuarios estén convencidos de ello; los efectos sobre la autoestima, la paz y las relaciones sociales no dejan de sentirse. Y es que el ideal del yo se ha vuelto cada vez más salvaje. Si ya era complicado de por sí tener arquetipos ideales representados por las estrellas de cine o música, cuando el ideal es el igual se pone en crisis la identidad. Y es que la distancia entre el yo y el ideal de la “estrella perfecta y multimillonaria” podría resultar una comparación superflua, pero no lo es tanto cuando, por ejemplo, los jóvenes se comparan a sí mismos con personas de su edad, su misma condición social, educación o ubicación geográfica.
Se ha demostrado suficientemente que las redes sociales tienden a afectar la autoestima negativamente, enfrentando a los usuarios a compararse con vidas siempre “mejores” que la suya, a mirar personas que han cumplido los sueños que tiene, que tienen el cuerpo que desea, que son reconocidos y amados o tienen suficiente dinero para malgastar y vivir de fiesta. Aunque detrás de esos discursos la realidad no siempre corresponde con la ficción, eso no reduce su efecto en las conciencias. Las redes son el universo de la microficción, modelos narrativos inventados que, a consecuencia, ponen la realidad en crisis y desajustan la percepción que las personas tienen de sí mismas.
La situación se agrava cuando no se controla el tiempo en pantalla. El cansancio que produce la conexión y el neuroticismo del scrolling, incrementan la ansiedad y el estrés. En la mayoría de los teléfonos inteligentes, el exceso de notificaciones nos mantiene constantemente atentos a la pantalla, inclusive en momentos donde se espera atención plena al aquí y el ahora, como en los espacios escolares o laborales, con la familia, amigos o la pareja, en el cine o conduciendo un automóvil. La constante pérdida de conexión con el entorno genera fatiga mental, desensibiliza y produce oleadas de ansiedad ante la interacción virtual.
Los riesgos que trae el exceso de conexión virtual se relacionan con la pérdida de sentido del mundo analógico o físico, la falta de aceptación de la imperfección de la vida real y de las relaciones cotidianas, convirtiendo la pantalla en el lente con el que se entiende el entorno; esto conduce a su sobresimplificación y nos vuelve más vulnerables a los discursos dogmáticos o que buscan manipularnos, no solo en términos políticos, sino también y sobre todo ante el consumismo exacerbado que promueven las redes sociales.
En este panorama, los llamados dumb phones son una tendencia creciente. Se trata de un regreso a los viejos modelos de telefonía que únicamente presentan funciones básicas como llamadas y mensajes de texto, pero que promueven la desconexión de las redes e internet con la intención de reducir los efectos negativos del tiempo excesivo en pantalla y sus consecuencias para la salud mental. Aunque muchos creen que es una opción viable, no parece que se trate de una alternativa realista a gran escala. Lo que sí es urgente es crear modelos educativos y de difusión que permitan replantear nuestra relación con el mundo digital, promuevan el uso mesurado de las redes en nombre del autocuidado y permitan reforzar el pensamiento crítico.
Hilo de telaraña. El Nobel de Medicina de este año es para Victor Ambros y Gary Ruvkun, quienes descubrieron los microARN, mismos que se encargan de regular la expresión génica y cuyo estudio da cuenta del desarrollo de las enfermedades.