/ jueves 1 de agosto de 2024

¿Luchando contra el tedio?

Twitter: @cons_gentil

Además de los viajes, el tiempo libre y las actividades recreativas, hay algo que también suele ser inevitable en las épocas de vacaciones largas (y en nuestra vida diaria): esto es el aburrimiento. Ese factor tan aparentemente común en la vida humana y que al mismo tiempo parecemos evitar con todas nuestras fuerzas.

Y es que el tedio es tan natural para los seres vivos que incluso los animales pueden sentirlo, lo cual significa que probablemente existe un propósito detrás de él. Sin embargo, las vidas apresuradas que hoy vivimos parecen ser creadas meticulosamente para evitarlo. El filósofo Schopenhauer decía que los mayores enemigos de la felicidad eran el aburrimiento y el dolor. Y aunque la tendencia humana de intentar evitar el tedio se ha visto acentuada durante las últimas décadas, la realidad es que existe una serie de factores positivos a rescatar de los momentos (o épocas) de tedio en nuestras vidas.

El aburrimiento no es sólo una emoción adaptativa sino que es vital: gracias a sus facultades relacionadas de contemplación, soledad y quietud, es esencial para la vida de la mente y la vida espiritual, igual que lo es para el arte y la ciencia en igual medida.

El no tenerle miedo a aburrirse es no tener miedo de nuestra vida interior, una forma de valor moral fundamental para atreverse a ser plenamente humano (algo que no todos estamos dispuestos a hacer la mayor parte del tiempo).

Hemos llegado a creer que el aburrimiento no forma parte de la vida natural del ser humano, sino que puede evitarse mediante una búsqueda de acción suficientemente vigorosa. Sin embargo, en el clásico de 1930 The Conquest of Happiness, el filósofo británico Bertrand Russell señala que una vida demasiado llena de estimulación es una vida agotadora, en la que se necesitan estímulos cada vez más fuertes para producir la emoción que se ha llegado a considerar parte esencial del placer.

Esto resultaría en el que al hacer esfuerzos tan grandes por ocupar cada segundo de nuestro tiempo libre o hacer de nuestros días lo más productivos posibles estaríamos acostumbrado a nuestro cerebro a una dosis poco saludable de estímulos para sentirse satisfecho. Estaríamos arriesgándonos a dejar de sentir el asombro de las pequeñas cosas y el apreciar la calma y la quietud que ayudan a regular nuestro sistema nervioso.

Y a pesar de que no parezca así, el tedio es un estado de ánimo activo y no pasivo. Es una desesperación que no nos deja quietos y nos mantiene en una constante búsqueda de estímulos y actividades que lo eliminen. Es por eso que este estado de ánimo que ya es fuerte sólo parece ser adecuadamente eliminado con una carga incluso más fuerte de actividades y estímulos. Y es de esta forma que lo distinguimos de la apatía, un estado de ánimo en el que no tenemos ningún deseo ni voluntad de nada. Un estado de total inacción, a diferencia del tedio.

Y a pesar de que es agradable tener estímulos placenteros para ocupar nuestro tiempo, es importante recordar que el no tener actividades para llenarlo constantemente no debería de ser un motivo de vergüenza. Al contrario, ya que el tener espacios de contemplación y reflexión es esencial para alcanzar nuestro desarrollo pleno como seres humanos. Y el no tenerlos (o buscarlos) significaría reducir y privar de espacios saludables para nuestra mente.


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Además de los viajes, el tiempo libre y las actividades recreativas, hay algo que también suele ser inevitable en las épocas de vacaciones largas (y en nuestra vida diaria): esto es el aburrimiento. Ese factor tan aparentemente común en la vida humana y que al mismo tiempo parecemos evitar con todas nuestras fuerzas.

Y es que el tedio es tan natural para los seres vivos que incluso los animales pueden sentirlo, lo cual significa que probablemente existe un propósito detrás de él. Sin embargo, las vidas apresuradas que hoy vivimos parecen ser creadas meticulosamente para evitarlo. El filósofo Schopenhauer decía que los mayores enemigos de la felicidad eran el aburrimiento y el dolor. Y aunque la tendencia humana de intentar evitar el tedio se ha visto acentuada durante las últimas décadas, la realidad es que existe una serie de factores positivos a rescatar de los momentos (o épocas) de tedio en nuestras vidas.

El aburrimiento no es sólo una emoción adaptativa sino que es vital: gracias a sus facultades relacionadas de contemplación, soledad y quietud, es esencial para la vida de la mente y la vida espiritual, igual que lo es para el arte y la ciencia en igual medida.

El no tenerle miedo a aburrirse es no tener miedo de nuestra vida interior, una forma de valor moral fundamental para atreverse a ser plenamente humano (algo que no todos estamos dispuestos a hacer la mayor parte del tiempo).

Hemos llegado a creer que el aburrimiento no forma parte de la vida natural del ser humano, sino que puede evitarse mediante una búsqueda de acción suficientemente vigorosa. Sin embargo, en el clásico de 1930 The Conquest of Happiness, el filósofo británico Bertrand Russell señala que una vida demasiado llena de estimulación es una vida agotadora, en la que se necesitan estímulos cada vez más fuertes para producir la emoción que se ha llegado a considerar parte esencial del placer.

Esto resultaría en el que al hacer esfuerzos tan grandes por ocupar cada segundo de nuestro tiempo libre o hacer de nuestros días lo más productivos posibles estaríamos acostumbrado a nuestro cerebro a una dosis poco saludable de estímulos para sentirse satisfecho. Estaríamos arriesgándonos a dejar de sentir el asombro de las pequeñas cosas y el apreciar la calma y la quietud que ayudan a regular nuestro sistema nervioso.

Y a pesar de que no parezca así, el tedio es un estado de ánimo activo y no pasivo. Es una desesperación que no nos deja quietos y nos mantiene en una constante búsqueda de estímulos y actividades que lo eliminen. Es por eso que este estado de ánimo que ya es fuerte sólo parece ser adecuadamente eliminado con una carga incluso más fuerte de actividades y estímulos. Y es de esta forma que lo distinguimos de la apatía, un estado de ánimo en el que no tenemos ningún deseo ni voluntad de nada. Un estado de total inacción, a diferencia del tedio.

Y a pesar de que es agradable tener estímulos placenteros para ocupar nuestro tiempo, es importante recordar que el no tener actividades para llenarlo constantemente no debería de ser un motivo de vergüenza. Al contrario, ya que el tener espacios de contemplación y reflexión es esencial para alcanzar nuestro desarrollo pleno como seres humanos. Y el no tenerlos (o buscarlos) significaría reducir y privar de espacios saludables para nuestra mente.