/ martes 7 de mayo de 2019

Luis Maldonado Venegas in memoriam

En un lapso de sólo cuatro días el país perdió dos figuras políticas de primer orden y yo en lo personal, a dos muy queridos amigos. Apenas la semana pasada dedicaba mi colaboración al fallecimiento de María de los Ángeles Moreno y hoy, con profunda pena, escribo estas líneas en memoria de Luis Maldonado Venegas cuyo intempestivo deceso impactó dolorosamente a la comunidad política e intelectual de México.

Veracruzano de origen y universal de vocación, Luis Maldonado reunía los más variados talentos y aptitudes a los que acompañaba con un talante siempre afable y caballeroso. Dueño de una cultura enciclopédica y una portentosa memoria, sus inclinaciones académicas las compartía con gran sentido social. Promovió, perteneció y dirigió múltiples asociaciones, como el Colegio Mexicano de Abogados; la Academia Mexicana de Derecho Internacional; la Legión de Honor de México, cuyo Consejo Directivo presidió; la Academia Nacional de Historia; el Instituto Mexicano de Cultura; el Fideicomiso Horizonte Siglo XXI; el Patronato del Museo de la Revolución Mexicana; el Instituto Mexicano de Ciencias y Humanidades; y la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Precisamente hace unos cuantos días participó destacadamente en la celebración del 186 aniversario de esta muy prestigiada sociedad de la que fue presidente y cuya gestión tuvo un amplio reconocimiento.

Siempre preocupado por la memoria histórica, estaba trabajando en proyectos vinculados con la revisión de los acontecimientos acaecidos con motivo de la llegada de los conquistadores españoles, a quinientos años de su arribo a las costas de lo que hoy es nuestro país. Ese mismo interés intelectual lo condujo a crear diversas instituciones museísticas en Puebla, donde además de haber sido un eficaz Secretario de Gobierno, su paso como titular de la Secretaría de Educación dejó una profunda huella.

Tuve la fortuna de conocer a Luis hace varias décadas y de compartir sus inquietudes y preocupaciones en el ámbito político y académico. Nuestra relación personal se intensificó en los últimos meses durante los cuales compartimos tareas en la Secretaría de Educación Pública. Ahí creció mi admiración por su enorme capacidad de trabajo, su profundo conocimiento del medio educativo tanto desde el punto de vista teórico, como práctico, su fino tacto diplomático y su descomunal habilidad para la negociación política.

Luis Maldonado desplegaba sus talentos con naturalidad, sin presunciones, sin hacer sentir su superioridad intelectual a sus interlocutores; era capaz de resumir con claridad el contenido de largas intervenciones, muchas de ellas confrontadas, para luego proponer una síntesis que permitiera avanzar hacia el encuentro de una posición concertada. Cuando se percataba de que se ahondaban las diferencias entre quienes participaban en la negociación, encontraba la forma de enfriar el debate y trasladar su discusión a otro momento; con sin igual maestría empleaba los argumentos de la contraparte para demostrar que en realidad favorecían la postura propia.

Podía disertar extensamente narrando experiencias personales que sostenían de modo prácticamente irrebatible la razón de sus dicho, aderezando la exposición con elementos provenientes de su sólida formación jurídica forjada en la Escuela Libre de Derecho y, cuando la deliberación se perdía entre vericuetos insustanciales o poco pertinentes al punto sobre el que se pretendía llegar a un acuerdo, desenmarañaba con precisión los planteamientos confusos y enfocaba el tema de modo que las cuestiones por resolver volvieran a su cauce. Si la diferencia giraba en torno de un vocablo que para una parte resultaba adecuado y para la otra inaceptable, su excepcional y siempre acertado dominio del idioma, le permitía encontrar soluciones semánticas alternas que acercaran a las parte.

Solía hallar con rapidez el meollo del asunto y resaltaba el hecho de que si en el fondo existía un acuerdo, la expresión formal era asequible a través de sucesivas aproximaciones lingüísticas que finalmente permitieran satisfacer a todos. Verlo operar en ese terreno era una verdadera delicia y su accionar constituía una inapreciable lección de negociación política.

Por eso en el terreno de la política profesional se desenvolvía como pez en el agua. Siempre congruente y fiel a un ideario nacionalista y de profundo compromiso social actuó a los más altos niveles de dirección de dos partidos políticos. Fue legislador en ambas cámaras federales y tanto en la de diputados, como en el Senado de la República se desempeñó con singular acierto. En la administración pública federal tuvo a su cargo delicadas responsabilidades entre las que destacan la Subsecretaría de Desarrollo Social, la Dirección General de Gobierno de la Secretaría General de Gobernación y, al momento de su sentida partida, la Jefatura de Oficina del Secretario de Educación Pública. Descanse en paz este excepcional mexicano.

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