Por: Carlos Manuel López-Portillo Maltos
Vivimos en un mundo convulso, de cambio y cuestionamientos continuos. En los últimos 20 años la humanidad y el planeta han sufrido de cambios radicales, principalmente en las áreas de tecnología, información y salud. Lo que alguna vez consideramos imposible o ficción se ha convertido en realidad a través de herramientas con un impresionante potencial de expansión e innovación.
Asimismo, las sociedades han sufrido importantes transformaciones durante estas décadas. La globalización llegó y con ello trajo retos diversos que implicaron adaptaciones y aprendizajes necesarios. Más allá de ello, la lucha de clases continúa y los modelos económicos y políticos cada vez encuentran mayor resistencia y desgaste.
México es un pueblo fascinante, lleno de matices y claroscuros que a lo largo de la historia han definido su personalidad y carácter. Elementos tales como la cultura, la tradición, la comida, la familia, la política, la religión, la sociedad y un sinfín de aspectos más han trazado la complejidad y la esencia de su territorio y de sus habitantes. Pero, ¿desde dónde podemos abordar y situar la presencia de esta nación dentro de un mundo en constante movimiento?
Los desafíos que ha traído consigo la implementación de las democracias modernas, así como la apertura global antes mencionada, han causado nuevos enfoques en todas las esferas. En efecto, el país tiene numerosas cuestiones internas por resolver, como lo son la pobreza, la corrupción, la marginación y la injusta repartición de riqueza que notablemente impera. Pese a ello, la esperanzadora visión de la sociedad mexicana hacia un futuro en busca de desarrollo y una mejor forma de vida podría dar como resultado un país con hambre de progreso, de oportunidades e ilusiones, siempre y cuando se canalice de la forma adecuada. No obstante, tendrá que enfrentar las resacas de un mundo en crisis y carente de paz, además de afrontar a sus propios demonios.
Es ahí donde la reflexión sobre el lugar que México ocupa en el mundo cobra sentido. Sí, tenemos muchos pendientes que resolver en casa, pero el planeta no se detendrá a esperarnos y el progreso de muchas naciones continuará. El considerar que “la mejor política exterior es la política interna” es un craso error que podría desdibujar el liderazgo azteca en el plano internacional y dejar sepultados muchos de los avances que el país ha logrado en dicho ámbito.
Nos encontramos frente a un nuevo orden mundial, lo queramos ver o no, en donde ya no existe la Guerra Fría como la conocíamos pero perdura a través de otras expresiones (cibernéticas, por ejemplo); en donde los bloques económicos no garantizan el éxito de los países; en donde el Estado nación ha transmutado a un ente ocasionalmente superado por actores no convencionales como el crimen organizado y el terrorismo; en donde las alianzas son finitas dependiendo de los intereses; en donde la guerra ya se hace desde cientos de kilómetros a través de drones y robots, con un riesgo de aniquilamiento masivo alto; en donde las grandes corporaciones multinacionales asemejan a una indomable fuerza imperialista; en donde se reinventan y vuelven los nacionalismos exacerbados disfrazados de liderazgos de extrema derecha e izquierda radical; en donde el abismo entre ricos y pobres cada vez es mayor e insostenible; y en donde las manifestaciones multitudinarias buscan cambios y catarsis sin tener un rumbo claro.
En resumen: el sistema Neo-Westfaliano es un paradigma cambiante. Un sistema que tiene nuevos actores en el reparto, no solamente el Estado nación (debilitado): actores no convencionales, conflictos internos y la transformación de la soberanía. Organizaciones multinacionales, no gubernamentales, religiosas y comerciales entran a escena dando una dinámica distinta a las interacciones y equilibrios de poder. Dentro de un mundo con mayor comunicación global y mejor interconectividad, dichos actores emergen como nuevas fuerzas que interactúan para cumplir sus objetivos e intereses.
Henry Kissinger ya lo predijo, el reto más profundo que tendrán las naciones en el siglo XXI, será el cómo transformar y reconstruir un sistema internacional compartido que regido por el balance, pese a las notorias divergencias en las perspectivas históricas, los conflictos violentos, la proliferación tecnológica y el extremismo ideológico.
México continuará luchando por la ardua tarea de forjar y mantener una nación digna de existir dentro del orden mundial moderno. El logro de ello dependerá, en su mayor parte, de la capacidad y el desempeño que tengan los propios mexicanos y los principales tomadores de decisiones, en búsqueda de un país mejor. Vendrán nuevas generaciones con las cuales deberán estar comprometidas para dejar en sus manos la responsabilidad de conservar la evolución, la tolerancia, el respeto y la dignidad distintiva del pueblo mexicano. Queda un inmenso camino por recorrer, muchas experiencias por vivir y muchas cosas por hacer.
El año 2020 será un parteaguas para definir si realmente México se concibe como el gigante que es.
Asociado COMEXI