/ martes 6 de agosto de 2024

México en la campaña electoral en estados unidos

Por Gustavo Adolfo Ramírez Paredes

De manera previsible, México está de nuevo en el centro del debate en el proceso electoral de Estados Unidos de este año. Y lo está no por buenas razones; sino porque para Donald Trump, candidato republicano, le trae dividendos políticos y se presenta como el único capaz de lidiar con su vecino. La exhibición de los problemas –algunos reales como el incremento de la inseguridad y la violencia en nuestro país- contribuye a esa imagen negativa.

Frente a una competencia que parecía cómoda para las aspiraciones del ex presidente, con Harris en la boleta, todo parece indicar que seremos testigos de una campaña altamente confrontada. La virtual candidata demócrata ha remontado, de manera sorprendente, el camino perdido por Biden, logrando el apoyo de un número suficiente de delegados a la Convención demócrata a realizarse entre el 19 y el 22 de agosto; sumando 310 millones de dólares en donaciones, el doble que Trump; entusiasmando a miles de voluntarios y moviendo las encuestas a su favor, hasta ahora, en estados bisagra, como Michigan, Wisconsin, Nevada y Arizona; o con un empate en Georgia. En desventaja se encuentra en Pensilvania y Carolina del Norte.

Ahora bien, conviene tratar de prever posibles escenarios en la relación bilateral México-Estados Unidos dependiendo de quién gane las elecciones. Si Trump consigue su reelección, el panorama será realmente preocupante porque en los últimos meses ya ha dejado ver cómo sería su presidencia: deportaciones masivas de migrantes mexicanos, impactando negativamente las remesas; operativos militares para detener a capos de la droga, lo cual se ha vuelto más creíble con la reciente captura de dos de ellos; presiones a empresas estadounidenses para relocalizar las cadenas de valor en su país, afectando las perspectivas del nearshoring en el nuestro; e imposición de aranceles a las exportaciones mexicanas. Además, ante la revisión del T-MEC, en 2026, la reforma judicial y la desaparición de órganos autónomos en nuestro país serían una luz roja. Aunado a que sus amenazas son serias, hay el antecedente de que lo que Trump exigió en su primer mandato mayormente fue cumplido, prácticamente a pie de la letra, por el gobierno mexicano actual. Y eso lo ha exhibido en varias ocasiones.

De ganar Harris, la virtual candidata demócrata, la relación bilateral no dejará de ser compleja o exenta de desencuentros. Lo que podría ser diferente a una posible segunda administración Trump es que, como ha sido con Biden, sería institucional y con un ánimo negociador. No obstante, aunque haya un enfoque de cooperación y se busquen acuerdos en materia de migración o seguridad, por ejemplo, en la revisión del T-MEC habría presiones por los reclamos de violación del mismo por parte de México en varios casos. Igualmente, el tema del narcotráfico obligará a tomar medidas más duras.

Como se puede observar, el futuro gobierno de Claudia Sheinbaum no tendrá una tarea fácil con nuestro vecino y principal socio económico. Frente a una agenda bilateral intensa y multitemática, con enorme retos y oportunidades, habrá que preguntarse cuál será su respuesta, ya que difícilmente se podrá negar la gravedad de los problemas que nos están enfrentando. Por el contario, en temas como el tráfico de armas de Estados Unidos a nuestro país, o el envío de fentanilo a aquél desde México, que ha matado a 70 mil estadounidenses por año, lo que debe aceptarse es un enfoque de corresponsabilidad.

Aunque en lo fundamental las relaciones entre nuestros dos países mantendrán su sólida interdependencia, apoyada entre otros aspectos por una profunda integración económica, el nuevo gobierno en México debe estar preparándose desde ahora para una nueva era que no será sencilla y le demandará energía e inteligencia. Esto implica diseñar una estrategia de política bilateral cuidadosa, que contenga objetivos muy claros, con conocimiento y habilidades para negociar frente a su poderoso vecino, que cuenta con una estructura de gobierno multinivel y diferentes poderes y actores. Esto obligará a abandonar la actual política exterior reactiva. Habrá que preguntarse si el equipo de la próxima administración que se encargará de la relación bilateral tendrá la capacidad para responder al desafío en puerta.

Por Gustavo Adolfo Ramírez Paredes

De manera previsible, México está de nuevo en el centro del debate en el proceso electoral de Estados Unidos de este año. Y lo está no por buenas razones; sino porque para Donald Trump, candidato republicano, le trae dividendos políticos y se presenta como el único capaz de lidiar con su vecino. La exhibición de los problemas –algunos reales como el incremento de la inseguridad y la violencia en nuestro país- contribuye a esa imagen negativa.

Frente a una competencia que parecía cómoda para las aspiraciones del ex presidente, con Harris en la boleta, todo parece indicar que seremos testigos de una campaña altamente confrontada. La virtual candidata demócrata ha remontado, de manera sorprendente, el camino perdido por Biden, logrando el apoyo de un número suficiente de delegados a la Convención demócrata a realizarse entre el 19 y el 22 de agosto; sumando 310 millones de dólares en donaciones, el doble que Trump; entusiasmando a miles de voluntarios y moviendo las encuestas a su favor, hasta ahora, en estados bisagra, como Michigan, Wisconsin, Nevada y Arizona; o con un empate en Georgia. En desventaja se encuentra en Pensilvania y Carolina del Norte.

Ahora bien, conviene tratar de prever posibles escenarios en la relación bilateral México-Estados Unidos dependiendo de quién gane las elecciones. Si Trump consigue su reelección, el panorama será realmente preocupante porque en los últimos meses ya ha dejado ver cómo sería su presidencia: deportaciones masivas de migrantes mexicanos, impactando negativamente las remesas; operativos militares para detener a capos de la droga, lo cual se ha vuelto más creíble con la reciente captura de dos de ellos; presiones a empresas estadounidenses para relocalizar las cadenas de valor en su país, afectando las perspectivas del nearshoring en el nuestro; e imposición de aranceles a las exportaciones mexicanas. Además, ante la revisión del T-MEC, en 2026, la reforma judicial y la desaparición de órganos autónomos en nuestro país serían una luz roja. Aunado a que sus amenazas son serias, hay el antecedente de que lo que Trump exigió en su primer mandato mayormente fue cumplido, prácticamente a pie de la letra, por el gobierno mexicano actual. Y eso lo ha exhibido en varias ocasiones.

De ganar Harris, la virtual candidata demócrata, la relación bilateral no dejará de ser compleja o exenta de desencuentros. Lo que podría ser diferente a una posible segunda administración Trump es que, como ha sido con Biden, sería institucional y con un ánimo negociador. No obstante, aunque haya un enfoque de cooperación y se busquen acuerdos en materia de migración o seguridad, por ejemplo, en la revisión del T-MEC habría presiones por los reclamos de violación del mismo por parte de México en varios casos. Igualmente, el tema del narcotráfico obligará a tomar medidas más duras.

Como se puede observar, el futuro gobierno de Claudia Sheinbaum no tendrá una tarea fácil con nuestro vecino y principal socio económico. Frente a una agenda bilateral intensa y multitemática, con enorme retos y oportunidades, habrá que preguntarse cuál será su respuesta, ya que difícilmente se podrá negar la gravedad de los problemas que nos están enfrentando. Por el contario, en temas como el tráfico de armas de Estados Unidos a nuestro país, o el envío de fentanilo a aquél desde México, que ha matado a 70 mil estadounidenses por año, lo que debe aceptarse es un enfoque de corresponsabilidad.

Aunque en lo fundamental las relaciones entre nuestros dos países mantendrán su sólida interdependencia, apoyada entre otros aspectos por una profunda integración económica, el nuevo gobierno en México debe estar preparándose desde ahora para una nueva era que no será sencilla y le demandará energía e inteligencia. Esto implica diseñar una estrategia de política bilateral cuidadosa, que contenga objetivos muy claros, con conocimiento y habilidades para negociar frente a su poderoso vecino, que cuenta con una estructura de gobierno multinivel y diferentes poderes y actores. Esto obligará a abandonar la actual política exterior reactiva. Habrá que preguntarse si el equipo de la próxima administración que se encargará de la relación bilateral tendrá la capacidad para responder al desafío en puerta.