/ sábado 5 de octubre de 2024

Mi mamá y el sexo/ La sustancia y el miedo a envejecer

El miedo a envejecer y el deseo de envejecer con dignidad son dos razones para ver "La sustancia", una película de terror corporal y ciencia ficción que lleva al extremo esa crítica a que el cuerpo femenino sea considerado como un objeto y, más aún, un objeto con caducidad que se desecha después de cierta edad.

Demi Moore tiene 61 años. Su personaje, Elisabeth Sparkle, es la protagonista de esta historia. Una mujer que vivió de sus atributos físicos y, de cara a la tercera edad, enfrenta la realidad de una sociedad que desprecia el cuerpo femenino envejecido.

A pesar de que la protagonista está "de muy buen ver", como dirían las abuelas, Elisabeth desprecia su cuerpo porque ha perdido firmeza, fuerza y energía. En resumen: 60 no es lo mismo que 20.

Sin embargo, quien no ama su cuerpo, no se ama a sí mismo.

Amar el cuerpo

Aunque no estemos "de buen ver" o nos salgamos de aquello que los demás consideran "bello", la verdad es que debemos amar nuestro cuerpo (o en todo caso, aceptarlo), porque es el molde que habitamos y que nos contiene.

Amar y procurar ese chasis para que envejezca de manera saludable es a lo que debería referirse el "buen ver". A llevar los años, las décadas, de manera sana tanto física como mentalmente.

En "La sustancia", más allá de la crítica cinematográfica, cabe la reflexión de hacia dónde nos llevan las escenas cargadas de piel, sangre, dientes que se caen, uñas podridas, gluteos, intestinos, células. Algo así como ir más allá del desnudo.

La protagonista Elisabeth acepta adquirir una "sustancia" que le provocará una especie de división celular de la que se producirá otro cuerpo más joven. Algo como una mejor versión de ella misma. Es un nuevo cuerpo que podrá habitar por siete días, pero después deberá habitar su cuerpo viejo durante el mismo tiempo, antes de hacer el cambio.

Suena fácil respetar esa regla. Sin embargo, quien no ama su cuerpo envejecido, no querrá regresar a habitarlo. Así de simple.

Cuerpo viejo, mente joven

En la trama, la joven Elisabeth se hace llamar Sue y es protagonizada por Margaret Qualley. Ella apareció "Pobres Criaturas", otra película que también sirvió para una lección de educación sexual.

A Sue le toca exhibir a ese sector de la sociedad que reserva el éxito, las fiestas, el placer sexual y la riqueza solo para aquellos cuerpos jóvenes. Quizá por eso Sue se ve siempre tan feliz y radiante.

Aunque las reglas del uso de la sustancia son bastante claras, respecto a que son dos cuerpos, pero son la misma persona (o mente), piense que hay mentes que están tan divididas que hasta se hablan a sí mismas en tercera persona.

O sea, en nuestro diálogo interno nos hablamos como si fuéramos otra persona: "Angy tienes que comer más sano". En vez de decir: "Tengo que comer más sano". Eso le pasaba a Elisabeth. "Sue no respeta la regla". Y viceversa. "Elisabeth se la pasa viendo tele". En vez de aceptarse como la misma persona que se autoboicoteaba.

Al final, sin arruinarle la película, entenderemos que Elizabeth no se amaba a sí misma. Su cuerpo de más de 60 años estaba en perfectas condiciones para seguir viviendo una vida "feliz y radiante", en esa nueva etapa de su vida, pero ella prefería sentirse miserable.

Es más, si ella quería seguir viviendo una sexualidad activa y disfrutar del erotismo adulto, podía hacerlo. "Tiene con qué", otra frase de mi abuela. Y aunque no tengas con qué, tenemos derecho al placer, pero si no queremos gozar de ese derecho, ninguna "sustancia" nos ayudará a sentirnos mejor.

El miedo a envejecer y el deseo de envejecer con dignidad son dos razones para ver "La sustancia", una película de terror corporal y ciencia ficción que lleva al extremo esa crítica a que el cuerpo femenino sea considerado como un objeto y, más aún, un objeto con caducidad que se desecha después de cierta edad.

Demi Moore tiene 61 años. Su personaje, Elisabeth Sparkle, es la protagonista de esta historia. Una mujer que vivió de sus atributos físicos y, de cara a la tercera edad, enfrenta la realidad de una sociedad que desprecia el cuerpo femenino envejecido.

A pesar de que la protagonista está "de muy buen ver", como dirían las abuelas, Elisabeth desprecia su cuerpo porque ha perdido firmeza, fuerza y energía. En resumen: 60 no es lo mismo que 20.

Sin embargo, quien no ama su cuerpo, no se ama a sí mismo.

Amar el cuerpo

Aunque no estemos "de buen ver" o nos salgamos de aquello que los demás consideran "bello", la verdad es que debemos amar nuestro cuerpo (o en todo caso, aceptarlo), porque es el molde que habitamos y que nos contiene.

Amar y procurar ese chasis para que envejezca de manera saludable es a lo que debería referirse el "buen ver". A llevar los años, las décadas, de manera sana tanto física como mentalmente.

En "La sustancia", más allá de la crítica cinematográfica, cabe la reflexión de hacia dónde nos llevan las escenas cargadas de piel, sangre, dientes que se caen, uñas podridas, gluteos, intestinos, células. Algo así como ir más allá del desnudo.

La protagonista Elisabeth acepta adquirir una "sustancia" que le provocará una especie de división celular de la que se producirá otro cuerpo más joven. Algo como una mejor versión de ella misma. Es un nuevo cuerpo que podrá habitar por siete días, pero después deberá habitar su cuerpo viejo durante el mismo tiempo, antes de hacer el cambio.

Suena fácil respetar esa regla. Sin embargo, quien no ama su cuerpo envejecido, no querrá regresar a habitarlo. Así de simple.

Cuerpo viejo, mente joven

En la trama, la joven Elisabeth se hace llamar Sue y es protagonizada por Margaret Qualley. Ella apareció "Pobres Criaturas", otra película que también sirvió para una lección de educación sexual.

A Sue le toca exhibir a ese sector de la sociedad que reserva el éxito, las fiestas, el placer sexual y la riqueza solo para aquellos cuerpos jóvenes. Quizá por eso Sue se ve siempre tan feliz y radiante.

Aunque las reglas del uso de la sustancia son bastante claras, respecto a que son dos cuerpos, pero son la misma persona (o mente), piense que hay mentes que están tan divididas que hasta se hablan a sí mismas en tercera persona.

O sea, en nuestro diálogo interno nos hablamos como si fuéramos otra persona: "Angy tienes que comer más sano". En vez de decir: "Tengo que comer más sano". Eso le pasaba a Elisabeth. "Sue no respeta la regla". Y viceversa. "Elisabeth se la pasa viendo tele". En vez de aceptarse como la misma persona que se autoboicoteaba.

Al final, sin arruinarle la película, entenderemos que Elizabeth no se amaba a sí misma. Su cuerpo de más de 60 años estaba en perfectas condiciones para seguir viviendo una vida "feliz y radiante", en esa nueva etapa de su vida, pero ella prefería sentirse miserable.

Es más, si ella quería seguir viviendo una sexualidad activa y disfrutar del erotismo adulto, podía hacerlo. "Tiene con qué", otra frase de mi abuela. Y aunque no tengas con qué, tenemos derecho al placer, pero si no queremos gozar de ese derecho, ninguna "sustancia" nos ayudará a sentirnos mejor.