A los 9 años, el niño Dominique fue hospitalizado por un golpe en la cabeza. Estamos situados en 1962, en la zona rural del noroeste de Francia. Lo que le pasó no debería pasarle a ningún menor de edad. Pasaba hace casi 60 años y sigue pasando: fue agredido sexualmente.
Un enfermero (que muy seguramente ya murió) lo violó y el pequeño Dominique no pudo contarle a nadie, mucho menos a su propio padre que era un hombre bastante violento.
Cinco años después, en plena adolescencia, con 14 años cumplidos, el ahora septuagenario cuenta que lo obligaron a participar en una violación grupal. “Me agarraron del cuello y me dijeron: ‘Te vas a desvirgar’”.
A la violencia, más violencia. Lo amenazaron para que no contara nada. Y los abusos sexuales de los que fue víctima como varón, en su infancia y adolescencia, ahora se ventilan en un juicio sin precedentes.
Junto con otros 50 acusados, Dominique está siendo juzgado por haber drogado a su esposa para que fuera abusada sexualmente por más de 80 desconocidos, durante 10 años.
Este electricista jubilado —aparentemente buen esposo, padre estricto y abuelo amoroso— fue descubierto en 2020. Lo reportaron por estar espiando, con su celular, por debajo de las faldas de una mujer.
Cuál fue la sorpresa de las autoridades que, al confiscar el teléfono, encontraron una galeria con cientos de fotografías y videos pornográficos donde se veía a su ahora ex esposa Gisèle, completamente inconsciente, siendo víctima de actos de abuso sexual.
El inicio de la perversión
A pesar de que Dominique formó una familia con Gisèle, con tres hijos y 50 años de matrimonio, resulta que una persona trastocada en su sexualidad que no ha recibido la atención oportuna será más vulnerable a desarrollar conductas atípicas y de alto riesgo.
Si a eso le sumamos que, a los 60 años, somos más conscientes de la muerte como algo inminente, pueden surgir comportamientos extremos, como querer hacer lo que no se ha hecho antes.
En el caso de Dominique, comenzó a pedirle a su pareja que hicieran prácticas swinger, a lo que ella se negó. Él compensó con pornografía y eventualmente cayó en un sitio de citas que ya ha sido cancelado por las autoridades francesas, pues justo a través de esa plataforma, el ahora inculpado contactó a los hombres que violaron a su esposa.
“No busqué a nadie, ellos mismos vinieron en mi busca. Me preguntaron y dije que sí. Ellos aceptaron. Ellos vinieron. No esposé a nadie para que viniera a mi casa”. Esta es la declaración que hizo Dominique, luego de aceptarse culpable y señalar que los otros involucrados también deben asumir la responsabilidad de sus actos.
Disculpa pública
“Mantengo que soy un violador, como todos los acusados en esta sala. Todos sabían del estado (inconsciente de Gisèle), antes de su llegada. Lo sabían todo, no pueden decir lo contrario”.
Esta declaración facilita que los demás inculpados presenten argumentos tan pueriles como decir que pariticiparon de una “violación involutaria”. ¿Qué es eso? Todos los involucrados tienen entre 26 y 74 años. A esas edades, claro que ya sabes qué es una violación.
Hay un inculpado que incluso se aventó la puntada de decir que para él una violación sexual solo se puede dar en la calle (en un callejón oscuro y frío). Entonces para él, estar penetrando el cuerpo de una mujer inconsciente, en su propia cama, mientras era videograbado por el marido, no le parecía atípico.
Otra excusa que se ha escuchado entre los 51 hombres que están siendo juzgados es que pensaban que estaban participando de una fantasía sexual de la pareja sexagenaria y que Gisèle había dado su consentimiento para que las cosas ocurrieran así, en una especie de juego sexual de una pareja swinger.
¡Hágame, usted, el chX$% favor!
Este inculpado jamás habló con Gisèle para que ella, en sus cinco sentidos, confirmara su aprobación en semejante práctica. ¿Entonces por qué al verla inconsciente, drogada, asumía que el esposo era el dueño de su cuerpo y que eso era suficiente para tocarla?
Es por eso que el testimonio de Dominique es tan importante, porque incluso declaró que las videograbaciones le servían para garantizar que no sería denunciado por estos hombres.
Aunque decir “soy culpable y pido perdón”, parece poco frente a semejantes actos, vale comentar que la disculpa pública forma parte del proceso de reparación del daño a víctimas de abuso sexual.
“Soy culpable de lo que he hecho. Espero que mi mujer, mis hijos, mis nietos y la señora M. puedan perdonarme. Me arrepiento de lo que he hecho, pido perdón aunque no sea perdonable”.
Que pidan perdón. Que tomen terapia. Y que este caso sirva para entender cómo podemos desmontar estas violencias de masculinidad tóxica que afecta a todas, todos y todes.