/ martes 17 de agosto de 2021

Mis recuerdos de Ma. Elena Chapa Hernández

¿Quién es esa mujer? Iba y venía entre las bancas del Senado. Hablaba, gesticulaba, cerraba sus puños. Estaba en una rara campaña: convencer a sus colegas de no resistirse a promover e incentivar una política que reconociera que las mujeres son iguales y tienen derechos.

Así la conocí. Era 1994. Supe que había recorrido el país y hablado con todos los comités del Partido Revolucionario Institucional (PRI), tratando de dilucidar cómo y por qué sus militantes hombres se resistían y ponían obstáculos a sus compañeras.

En 2018, cuando recibió la medalla Elvia Carrillo Puerto, otorgada por el Senado de la República, recordó la palabra de Flora Tristán, de su obra Unión Obrera, de 1844: “Todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio contra las mujeres”, y propuso hacer planas de esa frase a sus escuchas, mayoría políticas activas, jefas, dirigentes: “Para que no se les olvide”.

Cuando era presidenta del Instituto Estatal de las Mujeres de Nuevo León, observé su firmeza y convicción en esa tarea. No era una demagoga en el campo. Era mandamás, como buena profesora.

Este año, compartiendo un chat en WhatsApp, advertía de la amenaza del retroceso en la agenda feminista; agenda, decía, que tenía que ser integral, para transformar en serio a la sociedad mexicana.

María Elena Chapa Hernández, reconocida como política, senadora, diputada federal, local, funcionaria, luchadora por la paridad real, me contó de su inmensa trayectoria, desde antes de ser visible como parlamentaria: profesora, filósofa, promotora de la salud, ensayista, analista de la educación, piedra angular del desarrollo humano y la democracia. Militante y partidaria, estaba convencida que, para avanzar, era esencial que las mujeres tuvieran una visión interdisciplinaria e intercultural.

Hablaba como las regias: directa, con chistoretes. Le gustaban los diminutivos, como “machito”. Un día me dijo que hay que aprender a hablar directamente con las mujeres, enseñarlas a hacer efectivos sus derechos. Y eso, “mijita”, no se hace repitiendo teorías, sino experiencias.

Admiraba su colección de cajitas que miré en su casa. Ella no dejaba de fumar. Siempre tenía un tono didáctico: “La política es un asunto de negociaciones y acuerdos, única manera de avanzar en la agenda legislativa y las políticas públicas”; no se puede vivir en la contienda. Fue 15 años legisladora. Se sabía al dedillo el proceso legislativo y conocía las jornadas larguísimas de discusión. “Hay que entrarle”, incitaba. Era la política concebida como la forma de ampliar los espacios de la democracia.

“Y, mira Sarucha —así me decía—, para hablar con los hombres, hay que tener conocimiento y memoria, saber bien sobre los acuerdos y mandatos internacionales”. No se le iba una. Decía: “Vale demandar esto y esto otro, como los presupuestos de género. Pero, ojo, nunca se puede olvidar que las mujeres tienen que resistir, aguantar y avanzar, sin flaqueza”.

Se sentía y se vivía como feminista plural. Era nerviosa, atrabancada, decidida, atributos que se confunden, porque se les cree solamente masculinos. Compartió con todas, estuvo en los acontecimientos más intrincados de la política de género y, hasta sus últimos días, mantuvo una actitud positiva. En el chat nos contó de sus idas y venidas al hospital, de sus tratamientos, sin un asomo de fatalidad. “Hay que seguirle”, recomendaba. Entre mujeres, todas caben, todas son importantes.

A su muerte, irreparable, se han expresado muchísimas personas, de todos los bandos, porque María Elena Chapa, esta neolonesa desobediente, no la arrendró nada. Escribía en periódicos, daba entrevistas y opinaba al día, sobre los yerros de este gobierno. Su legado: decir lo que hay que decir, a tiempo, fuerte y de frente, identificar quiénes son susceptibles de convencer, venciendo sus resistencias. Te vamos a extrañar Chapa querida.


¿Quién es esa mujer? Iba y venía entre las bancas del Senado. Hablaba, gesticulaba, cerraba sus puños. Estaba en una rara campaña: convencer a sus colegas de no resistirse a promover e incentivar una política que reconociera que las mujeres son iguales y tienen derechos.

Así la conocí. Era 1994. Supe que había recorrido el país y hablado con todos los comités del Partido Revolucionario Institucional (PRI), tratando de dilucidar cómo y por qué sus militantes hombres se resistían y ponían obstáculos a sus compañeras.

En 2018, cuando recibió la medalla Elvia Carrillo Puerto, otorgada por el Senado de la República, recordó la palabra de Flora Tristán, de su obra Unión Obrera, de 1844: “Todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio contra las mujeres”, y propuso hacer planas de esa frase a sus escuchas, mayoría políticas activas, jefas, dirigentes: “Para que no se les olvide”.

Cuando era presidenta del Instituto Estatal de las Mujeres de Nuevo León, observé su firmeza y convicción en esa tarea. No era una demagoga en el campo. Era mandamás, como buena profesora.

Este año, compartiendo un chat en WhatsApp, advertía de la amenaza del retroceso en la agenda feminista; agenda, decía, que tenía que ser integral, para transformar en serio a la sociedad mexicana.

María Elena Chapa Hernández, reconocida como política, senadora, diputada federal, local, funcionaria, luchadora por la paridad real, me contó de su inmensa trayectoria, desde antes de ser visible como parlamentaria: profesora, filósofa, promotora de la salud, ensayista, analista de la educación, piedra angular del desarrollo humano y la democracia. Militante y partidaria, estaba convencida que, para avanzar, era esencial que las mujeres tuvieran una visión interdisciplinaria e intercultural.

Hablaba como las regias: directa, con chistoretes. Le gustaban los diminutivos, como “machito”. Un día me dijo que hay que aprender a hablar directamente con las mujeres, enseñarlas a hacer efectivos sus derechos. Y eso, “mijita”, no se hace repitiendo teorías, sino experiencias.

Admiraba su colección de cajitas que miré en su casa. Ella no dejaba de fumar. Siempre tenía un tono didáctico: “La política es un asunto de negociaciones y acuerdos, única manera de avanzar en la agenda legislativa y las políticas públicas”; no se puede vivir en la contienda. Fue 15 años legisladora. Se sabía al dedillo el proceso legislativo y conocía las jornadas larguísimas de discusión. “Hay que entrarle”, incitaba. Era la política concebida como la forma de ampliar los espacios de la democracia.

“Y, mira Sarucha —así me decía—, para hablar con los hombres, hay que tener conocimiento y memoria, saber bien sobre los acuerdos y mandatos internacionales”. No se le iba una. Decía: “Vale demandar esto y esto otro, como los presupuestos de género. Pero, ojo, nunca se puede olvidar que las mujeres tienen que resistir, aguantar y avanzar, sin flaqueza”.

Se sentía y se vivía como feminista plural. Era nerviosa, atrabancada, decidida, atributos que se confunden, porque se les cree solamente masculinos. Compartió con todas, estuvo en los acontecimientos más intrincados de la política de género y, hasta sus últimos días, mantuvo una actitud positiva. En el chat nos contó de sus idas y venidas al hospital, de sus tratamientos, sin un asomo de fatalidad. “Hay que seguirle”, recomendaba. Entre mujeres, todas caben, todas son importantes.

A su muerte, irreparable, se han expresado muchísimas personas, de todos los bandos, porque María Elena Chapa, esta neolonesa desobediente, no la arrendró nada. Escribía en periódicos, daba entrevistas y opinaba al día, sobre los yerros de este gobierno. Su legado: decir lo que hay que decir, a tiempo, fuerte y de frente, identificar quiénes son susceptibles de convencer, venciendo sus resistencias. Te vamos a extrañar Chapa querida.


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