/ martes 30 de enero de 2024

Ni con bombo y platillo

Soy una convencida del valor sanitario, económico y humano de las vacunas. Junto con los antibióticos, la ventaja que nos ofrecen las vacunas para prevenir enfermedades transmisibles por agentes biológicos como virus o bacterias, ha sido el avance tecnológico que más ha impactado la vida de las personas.

Vacunar a los pequeños en su primer año de vida no solamente asegura su supervivencia durante la infancia, sino que reduce los gastos y compromisos de tiempo de toda la familia al evitar convalecencias recurrentes y discapacidades. Los adultos nos debemos vacunar también, sobre todo pasando los 60 años, cuando nuestro cuerpo comienza a olvidar la memoria inmunológica de la infancia.

Por las mismas razones y sin importar la edad, hay que vacunarse contra riesgos asociados al trabajo como el tétanos, contra agentes biológicos novedosos como el COVID, o que cambian cada año, como la influenza estacional.

Es por esta convicción que en los últimos años colaboré para el diseño de dos infraestructuras críticas que permitirían que México recuperara su autosuficiencia para la producción de vacunas, por lo menos en situación de emergencia.

Uno de estos proyectos es la Aceleradora de Negocios Biotecnológicos Hidalgo-UNAM que está en vías de construcción y cuyo objetivo es dotar a nuestro país de la capacidad de producción de vacunas y otros medicamentos biotecnológicos para ser utilizados en ensayos clínicos.

El otro proyecto es el diseño de una planta de producción de vacunas con capacidad para fabricar hasta 100 millones de dosis al año. Ambos proyectos cumplen los más altos estándares internacionales y vienen acompañados de un plan financiero que les asegura su rentabilidad.

Una característica más de estos proyectos es que desde su concepción se integraron mecanismos para facilitar la vinculación entre los científicos y la industria, con el objetivo de acortar el tiempo que le lleva actualmente a los proyectos universitarios llegar al mercado.

El tercer elemento indispensable para lograr la anhelada autosuficiencia es el intelectual, el conocimiento novedoso de nuestros científicos que debe ser fomentado, financiado y acompañado de manera sistemática durante todo el camino para que pueda llegar al paciente.

Para lograr esto se requiere de una política nacional integral que sume todos los aspectos de una compleja pero vital cadena de valor. Esta política deberá integrar a la educación superior para la formación de personal altamente especializado, la investigación científica, el desarrollo y protección de nuevas tecnologías, mecanismos que faciliten la transferencia de dichas tecnologías del laboratorio a la industria, así como instrumentos administrativos, fiscales y económicos que permitan su comercialización nacional e internacional de forma competitiva.

Menos que esto resultará en proyectos futiles, de bajo valor e incapaces de superar la gran cantidad de barreras que actualmente existen en nuestro país para proyectos innovadores. No importa con cuanto bombo y platillo los anuncien.

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