/ domingo 25 de octubre de 2020

“No apoltronarse”

El provincial de una congregación religiosa con presencia en Chiapas me compartió, con dolor y preocupación, que varios de sus frailes se resistían para ir a esos lugares distantes, pobres y marginados, porque ya se habían acostumbrado a la comodidad de la ciudad. Otros dos provinciales no tuvieron sacerdotes disponibles para ir a parroquias que atendían allá, y su misión se cerró. Cuando a veces he expresado en algunos presbiterios la necesidad de apoyar, con personal misionero, a diócesis pobres del país, he encontrado oídos sordos y corazones indiferentes, a pesar de que sus obispos les brindan el permiso y los apoyos necesarios. Hay disponibilidad para desgastarse en la pastoral en comunidades pobres y lejanas de su propio territorio, pero resistencia y temor a ir a lugares lejanos y desconocidos.

No por presumir, pero, siendo joven sacerdote, disfruté mi ministerio en comunidades campesinas e indígenas. Como Vicario en Coatepec Harinas, atendiendo las regiones campesinas de Porfirio Díaz y Llano Grande, que con el tiempo fueron nuevas parroquias. Después Zacualpan, con una pobreza inolvidable, pues su población dependía del trabajo en una mina de plata, que estaba cerrada en esos años. Había que andar por barrancas y veredas, a caballo, en mula o a pie. Y luego, como párroco en San Andrés Cuexcontitlán, una comunidad indígena otomí muy marginada, donde a la pobreza se añadía mi desconocimiento de su cultura autóctona. Disfruté mucho esos años y los recuerdo con gratitud a Dios por esas oportunidades.

Sirviendo luego durante veinte años en la formación de futuros sacerdotes, era común que fuéramos con seminaristas a comunidades pobres, campesinas e indígenas, o a colonias urbanas marginadas, en apoyo evangelizador a las parroquias. Insistía a mi obispo que me diera permiso de ir como misionero, alguna temporada, a países centro o sudamericanos, pero nunca me lo concedió. Sólo me autorizó ir, durante un mes, a Riobamba, Ecuador, a conocer la experiencia pastoral de Mons. Proaño, tanto con los indígenas como en la formación sacerdotal. Me envió a una comunidad pobrísima de los Andes, a unos cuatro mil metros de altura, con un frío pavoroso y una realidad totalmente distinta a la mía. ¡Cuánto me sirvió!

Y cuando fui enviado como obispo a Chiapas, la pobreza de esa región no fue el mayor problema. Nunca olvido que procedo de una familia sencilla y campesina. En mi pueblo, durante mi infancia, no había luz eléctrica, agua en las casas, escuela primaria completa, sino lodo y barro, una carretera de terracería que, en tiempo de lluvia, era imposible transitar, y muchas otras limitaciones. ¡No hay por qué pretender grandezas!

PENSAR

Jesús nos dijo: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos: bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mt 28,19-20).

El Papa Francisco nos invita a “no apoltronarse en las formas cómodas y habituales de evangelización y testimonio de la caridad, y de abrir las puertas de nuestro corazón”.

ACTUAR

Que el Espíritu Santo nos ayude a seguir el ejemplo y el mandato de Jesús, para que, renunciando a la comodidad, la pereza, la indolencia, la apatía, la indiferencia, el miedo y el egoísmo, su Buena Nueva llegue por todas partes. Que asumamos, desde la vocación y situación personal, el reto de hacer, con nueva creatividad, algo más para que nuestro mundo sea un poco mejor.



Obispo Emérito de San Cristobal de las Casas



El provincial de una congregación religiosa con presencia en Chiapas me compartió, con dolor y preocupación, que varios de sus frailes se resistían para ir a esos lugares distantes, pobres y marginados, porque ya se habían acostumbrado a la comodidad de la ciudad. Otros dos provinciales no tuvieron sacerdotes disponibles para ir a parroquias que atendían allá, y su misión se cerró. Cuando a veces he expresado en algunos presbiterios la necesidad de apoyar, con personal misionero, a diócesis pobres del país, he encontrado oídos sordos y corazones indiferentes, a pesar de que sus obispos les brindan el permiso y los apoyos necesarios. Hay disponibilidad para desgastarse en la pastoral en comunidades pobres y lejanas de su propio territorio, pero resistencia y temor a ir a lugares lejanos y desconocidos.

No por presumir, pero, siendo joven sacerdote, disfruté mi ministerio en comunidades campesinas e indígenas. Como Vicario en Coatepec Harinas, atendiendo las regiones campesinas de Porfirio Díaz y Llano Grande, que con el tiempo fueron nuevas parroquias. Después Zacualpan, con una pobreza inolvidable, pues su población dependía del trabajo en una mina de plata, que estaba cerrada en esos años. Había que andar por barrancas y veredas, a caballo, en mula o a pie. Y luego, como párroco en San Andrés Cuexcontitlán, una comunidad indígena otomí muy marginada, donde a la pobreza se añadía mi desconocimiento de su cultura autóctona. Disfruté mucho esos años y los recuerdo con gratitud a Dios por esas oportunidades.

Sirviendo luego durante veinte años en la formación de futuros sacerdotes, era común que fuéramos con seminaristas a comunidades pobres, campesinas e indígenas, o a colonias urbanas marginadas, en apoyo evangelizador a las parroquias. Insistía a mi obispo que me diera permiso de ir como misionero, alguna temporada, a países centro o sudamericanos, pero nunca me lo concedió. Sólo me autorizó ir, durante un mes, a Riobamba, Ecuador, a conocer la experiencia pastoral de Mons. Proaño, tanto con los indígenas como en la formación sacerdotal. Me envió a una comunidad pobrísima de los Andes, a unos cuatro mil metros de altura, con un frío pavoroso y una realidad totalmente distinta a la mía. ¡Cuánto me sirvió!

Y cuando fui enviado como obispo a Chiapas, la pobreza de esa región no fue el mayor problema. Nunca olvido que procedo de una familia sencilla y campesina. En mi pueblo, durante mi infancia, no había luz eléctrica, agua en las casas, escuela primaria completa, sino lodo y barro, una carretera de terracería que, en tiempo de lluvia, era imposible transitar, y muchas otras limitaciones. ¡No hay por qué pretender grandezas!

PENSAR

Jesús nos dijo: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos: bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mt 28,19-20).

El Papa Francisco nos invita a “no apoltronarse en las formas cómodas y habituales de evangelización y testimonio de la caridad, y de abrir las puertas de nuestro corazón”.

ACTUAR

Que el Espíritu Santo nos ayude a seguir el ejemplo y el mandato de Jesús, para que, renunciando a la comodidad, la pereza, la indolencia, la apatía, la indiferencia, el miedo y el egoísmo, su Buena Nueva llegue por todas partes. Que asumamos, desde la vocación y situación personal, el reto de hacer, con nueva creatividad, algo más para que nuestro mundo sea un poco mejor.



Obispo Emérito de San Cristobal de las Casas



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