Rubén Beltrán y Alejandra López de Alba
No hay defensa para Vladimir Putin. La información sobre Rusia en los últimos días ha girado en dos planos: por un lado, el camino a su reelección confirmó la existencia, señalan, de un proceso electoral viciado de múltiples defectos y, reiteran, es el resultado de un conglomerado de prácticas estatales desviadas dirigidas a controlar el desarrollo de la jornada electoral.
Al final, la contundencia del resultado llevó a no pocos analistas y escritores de importantes medios occidentales a rescatar los indicios que muestran que el presidente ruso goza de una gran popularidad y que los buenos resultados de la economía de guerra que ha comandado le han granjeado la buena voluntad de la población que lo encuentra, en su mayoría, como el hombre fuerte apto para asegurar el buen camino de la Madre Patria.
Por otro lado, justo en la cresta de ese momento de reflexión se precipitó el atentado de Crocus-Hall que llevó a analistas a recular y encontrar una nueva fisura en la Rusia de Putin. El régimen no es tan poderoso, señalaron apresurados. El terrorismo del Estado Islámico generó un nuevo “momento Prigozhin”; entre reivindicaciones y especulaciones de falsas banderas, se recuerda la venganza jurada que llega desde Siria e Iraq, Rusia y su Cáucaso son el viejo talón de Aquiles de Rusia. No hay victoria para Putin; regresemos a su reelección. Es importante reflexionar sobre los muchos elementos que este proceso electoral tendrá para el futuro del conflicto con Ucrania y para la seguridad global. Aquí reflexionamos sobre algunos.
La anhelada implosión del régimen ruso no está a la vuelta de la esquina. Las elecciones mostraron a un Putin fuerte. Más allá de los deseos de Occidente y las señales que se han creído ver, como con el episodio de aparente insurrección de Prigozhin o algunas protestas por la muerte de Alexei Navalny, en el terreno se ha demostrado que Putin sigue ostentando el poder, y no solamente a través de la fuerza.
Sí, Putin es muy popular. Información publicada por Levada, una encuestadora independiente rusa, muestra los altísimos índices de popularidad de Putin: alrededor del 80% en lo que va del año, y por encima del 70% desde 2022. Statista, una organización occidental de procesamiento de datos, con información similar, replica que la popularidad de Putin en Rusia es superior al 70% desde 2022. Estos datos, además, son reconocidos y recogidos por los análisis más serios aparecidos en el New York Times y en The Economist, a los que nadie puede calificar de prorusos.
La oposición, que intentó varias estrategias, aun cuando marca puntos, no tiene los números. El sistema electoral ruso está plagado de barreras que bloquean el acceso de candidatos independientes y favorecen la posición del Estado. Y sí hay esfuerzos para eliminar a los críticos más duros. No obstante, incluso utilizando las cifras que prestigiosos medios occidentales han publicado sobre los cálculos de fraude, resulta que Vladimir Putin obtuvo entre el 60 y el 73% de los votos.
Otros datos de Statista muestran que la participación popular en esta elección alcanzó el 77.4%, superior al registrado en la elección de 1991 – la primera democrática tras la caída de la Unión Soviética y en la que los rusos eligieron a Boris Yeltsin- en la que participó 74.7% de la población. En las elecciones entre aquella histórica y la de 2024, el promedio de participación ha sido de alrededor del 67%. Esto muestra que, con todas las imperfecciones de su sistema electoral, Vladimir Putin no es un gobernante ilegítimo para los rusos.
Si bien la victoria de Putin “estaba cantada” y no sorprende a nadie, esta se da en un momento clave de la guerra y Vladimir Vladimirovich sale fortalecido en lo interno. Se podrá cuestionar su forma de gobernar, pero no la legitimidad de la que goza entre los rusos. No será el presidente de todos, pero sí el presidente de la mayoría.
Es por esto por lo que lo más importante de esta jornada no fue el resultado, sino lo que vendrá después. Putin ha logrado enfrentar los retos más importantes de un Occidente que ha tratado de descarrilar la ofensiva rusa. Rusia ha transformado su economía en una economía de guerra que ha podido hacer frente al formidable alud de sanciones. Rusia ya no depende de Occidente. Putin fortalecido y legitimado no dará marcha atrás.
Mientras Occidente duda y enfrenta importantes cuestionamientos sobre el continuado financiamiento y apoyo de diversos tipos para mantener la defensa de Ucrania, y el flujo de armas, equipamiento y dinero se debilita, las posiciones rusas en Ucrania se mantendrán. Cuanto más, mientras en Occidente ya no hay respaldo político y popular a la defensa de Ucrania, esta reelección de Putin le acaba de dar el refrendo requerido para mantenerse firme.
En este sentido, y aunque se sostiene el rechazo absoluto a la violación al derecho internacional que implica la invasión a Ucrania, la reelección de Putin obliga a reflexionar sobre cómo seguir adelante. Poblar las esferas informativas occidentales de reportes y editoriales descalificando la elección rusa no cambia la popularidad de Putin en Rusia ni el mandato popular que los rusos le acaban de referendar, con las implicaciones explícitas y tácitas de votar por él en medio de una “operación especial”. Putin no tiene incentivos domésticos ni internacionales para cambiar su posición y, por el contrario, esta reelección podría profundizar sus convicciones. La guerra no se resuelve con editoriales contra Putin. La guerra no se ganará, no militarmente. La guerra se tiene que negociar.
Putin está listo para un esfuerzo de larga duración. La fatiga que muestra Occidente y los episodios de insurrecciones, tomas de palacios legislativos y candidaturas presidenciales de personas consideradas antidemocráticas en las democracias más fuertes del mundo son los mejores aliados de Vladimir Vladimirovich. Mientras líderes occidentales escalan el tono y lanzan admoniciones difíciles de cumplir en ruta a la Cumbre de la OTAN, Putin, con su reelección, se sabe apoyado. Un panorama complejo se avecina, y en Occidente estamos fallando en comprender cómo detener el conflicto.
*Ambos autores son asociados COMEXI y miembros de la Unidad de Estudio y Reflexión Rusia+.