/ lunes 26 de noviembre de 2018

Nosotrxs | El nuevo aeropuerto y el viejo país

La ya larga historia de desatinos y quebrantos del malogrado Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAICM) no tiene que ver sólo con aviones, ni con mecánica de suelos, ni con lagos, ni con contratos, ni refrendos o consultas y marchas. En realidad, la verdadera dimensión de esta historia consiste en reflejar el estado que guardan nuestro espacio público y la forma en cómo gobernamos sus asuntos y decisiones: expresión de un viejo país donde dicho espacio y decisiones están capturadas por la operación de un régimen político ya en crisis.

En los extremos de esta historia, tenemos a un gobierno saliente que nunca explicó pública y suficientemente bien por qué decidió construirlo allí y así. En el otro extremo, tenemos a un gobierno entrante que tampoco ha logrado explicar pública y suficientemente bien por qué se opone a que se construya allí y así. Para la opinión pública o publicada, una postura parece ocultar negocios, mientras que la otra parece ocultar intenciones. En medio, tenemos una sociedad atónita, mayoritariamente indiferente y minoritariamente vociferante. Mala combinación para un país que se supone sigue esforzándose por construirse una democracia presentable y digna de semejante denominación.

Un ciento de miles de millones de pesos ya derogados y otro tanto comprometido o en obligación de pagarse; decenas de miles de personas a cuyos empleos, ingresos y eventuales liquidaciones nadie sabe qué les va a pasar; una obra de ingeniería monumental, propiedad de la Nación, cuyo fin nadie acierta a identificar, en síntesis: una política pública que ni es política, ni es pública. Un ejemplo de lo que no debe pasar en un país que tenga algo de respeto por su gente, sus dineros y sus decisiones. Ya ni para qué referir el respeto y el debido ejercicio de sus instituciones.

Así, el verdadero drama no es el aeropuerto que se quiere echar a volar, sino el viejo país donde está aterrizando. Un país cuyo régimen político dejó de funcionar: que todo mundo dice que quiere cambiar, pero casi nadie sabe cómo hacerlo.

Lo que en realidad estamos presenciando es otra vez el hartazgo y el fin de una manera de hacer las cosas que ya no encontramos como legítima y correcta. Ni de un lado, ni del otro de los contrincantes. Y frente a ello, la exigencia de un país donde las cosas se hagan adecuadamente bien y conforme al sistema jurídico que nos hemos decidido dar para respetar, o de alguno otro que decidamos democrática y democratizadoramente reformar para, insisto, respetar.

Por lo pronto, nos queda visibilizar nuestras desgracias, hacer los diagnósticos y plantear las rutas alternativas de solución y construcción. Hay que ser honestos, radicales y propositivos. La coyuntura, llena de desafíos y contradicciones es de destrucción o deconstrucción. La decisión es nuestra, como siempre, pero ahora más urgente si reconocemos que el poder somos Nosotrxs.

Integrante de Nosotrxs y presidente del Instituto para la Democracia de Proximidad, SC

@NosotrxsMX

La ya larga historia de desatinos y quebrantos del malogrado Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAICM) no tiene que ver sólo con aviones, ni con mecánica de suelos, ni con lagos, ni con contratos, ni refrendos o consultas y marchas. En realidad, la verdadera dimensión de esta historia consiste en reflejar el estado que guardan nuestro espacio público y la forma en cómo gobernamos sus asuntos y decisiones: expresión de un viejo país donde dicho espacio y decisiones están capturadas por la operación de un régimen político ya en crisis.

En los extremos de esta historia, tenemos a un gobierno saliente que nunca explicó pública y suficientemente bien por qué decidió construirlo allí y así. En el otro extremo, tenemos a un gobierno entrante que tampoco ha logrado explicar pública y suficientemente bien por qué se opone a que se construya allí y así. Para la opinión pública o publicada, una postura parece ocultar negocios, mientras que la otra parece ocultar intenciones. En medio, tenemos una sociedad atónita, mayoritariamente indiferente y minoritariamente vociferante. Mala combinación para un país que se supone sigue esforzándose por construirse una democracia presentable y digna de semejante denominación.

Un ciento de miles de millones de pesos ya derogados y otro tanto comprometido o en obligación de pagarse; decenas de miles de personas a cuyos empleos, ingresos y eventuales liquidaciones nadie sabe qué les va a pasar; una obra de ingeniería monumental, propiedad de la Nación, cuyo fin nadie acierta a identificar, en síntesis: una política pública que ni es política, ni es pública. Un ejemplo de lo que no debe pasar en un país que tenga algo de respeto por su gente, sus dineros y sus decisiones. Ya ni para qué referir el respeto y el debido ejercicio de sus instituciones.

Así, el verdadero drama no es el aeropuerto que se quiere echar a volar, sino el viejo país donde está aterrizando. Un país cuyo régimen político dejó de funcionar: que todo mundo dice que quiere cambiar, pero casi nadie sabe cómo hacerlo.

Lo que en realidad estamos presenciando es otra vez el hartazgo y el fin de una manera de hacer las cosas que ya no encontramos como legítima y correcta. Ni de un lado, ni del otro de los contrincantes. Y frente a ello, la exigencia de un país donde las cosas se hagan adecuadamente bien y conforme al sistema jurídico que nos hemos decidido dar para respetar, o de alguno otro que decidamos democrática y democratizadoramente reformar para, insisto, respetar.

Por lo pronto, nos queda visibilizar nuestras desgracias, hacer los diagnósticos y plantear las rutas alternativas de solución y construcción. Hay que ser honestos, radicales y propositivos. La coyuntura, llena de desafíos y contradicciones es de destrucción o deconstrucción. La decisión es nuestra, como siempre, pero ahora más urgente si reconocemos que el poder somos Nosotrxs.

Integrante de Nosotrxs y presidente del Instituto para la Democracia de Proximidad, SC

@NosotrxsMX