/ sábado 30 de marzo de 2024

Nubarrones

Por Víctor Francisco Olguín Monroy

Tras el atentado terrorista perpetrado el pasado viernes 23 de marzo al interior del Crocus City Hall en Krasnogorsk, provincia de Moscú, tanto el vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, Dmitri Medvédev, como el recién reelecto presidente ruso, Vladimir Putin, externaron su determinación de emprender represalias “legítimas” contra los autores materiales y sus patrocinadores. Con 182 víctimas fatales contabilizadas hasta el momento, se trata del mayor operativo a gran escala contra objetivos civiles desde los asaltos al Teatro Dubrovka en el 2002 y un colegio en Beslán en el 2004, cuando entonces el Kremlin se encontraba en guerra contra el separatismo checheno en el Cáucaso Norte. Si bien, en esta ocasión el Estado Islámico se ha adjudicado la autoría del ataque en la sala de conciertos que se encontraba atiborrada, llama la atención la intensa jornada mediática que le antecedió.

El 9 de febrero, Vladimir Putin concedió una entrevista al periodista norteamericano y otrora presentador de la cadena Fox News, Carlson Tucker, en dicha entrevista, -de poco más de dos horas y millones de visualizaciones-, el mandatario ruso no solo reveló que los equipos de asesores de los presidentes William Clinton y George W. Bush hijo, se opusieron tajantemente a que Rusia formara parte de la renovada OTAN o “que Estados Unidos, Rusia y Europa desarrollaran conjuntamente un sistema de defensa antimisiles”, sino que “las reservas de dólares están disminuyendo” gracias a las “medidas restrictivas” impuestas por Washington contra “algunos países” y que “los países BRICS” ya eclipsan “la participación de los países del G7 en la economía mundial”.

El 16 de febrero, el Servicio Penitenciario Federal de Rusia anunció el fallecimiento del principal opositor político de Vladimir Putin, Alekséi Navalny, mientras cumplía una sentencia de 19 años en la colonia carcelaria IK-3 también conocida como “Lobo Polar”. La muerte de Navalny no solo provocó nuevas sanciones internacionales contra Moscú, sino también manifestaciones y arrestos de simpatizantes del activista de 47 años en varias ciudades rusas incluyendo la capital.

El 27 de febrero, el presidente francés, Emmanuel Macron, causó polémica cuando en la Conferencia de Apoyo a Ucrania celebrada en París y que congregó a más de una veintena de invitados, entre mandatarios europeos y delegados de Estados Unidos y Canadá, no descartó el envío de efectivos militares occidentales a Ucrania para repeler el avance de las fuerzas armadas rusas. Aunque reconoció que todavía “no hay consenso sobre el envío de tropas terrestres” de la Unión Europea o la OTAN, Macron se comprometió a hacer “todo lo posible para evitar que Rusia gane esta guerra” y anunció “cinco categorías de acción” que van desde “la ciberdefensa, la coproducción de armas y municiones en Ucrania, la defensa de los países amenazados directamente por Rusia y, en particular, Moldavia; la capacidad para apoyar a Ucrania en su frontera con Bielorrusia y en las operaciones de retirada de minas”.

El 18 de marzo, la Comisión Electoral Central de Rusia declaró vencedor a Vladimir Putin para ejercer como presidente para un quinto mandato con más del 87% de los votos computados. A decir del propio dirigente ruso, el conflicto ucraniano contribuyó a la abrumadora victoria del partido Rusia Unida: “Esto está relacionado con qué nos vemos obligados, en el sentido literal de la palabra, a defender con las armas en la mano los intereses de nuestros ciudadanos”.

El 21 de marzo, el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, adelantó que está en marcha la conformación de “dos cuerpos de ejército a nivel de toda Rusia y 30 agrupaciones militares, incluidas 14 divisiones y 16 brigadas” con el fin de sostener la ofensiva contra Ucrania y blindar el “flanco suroeste”. Ese mismo día, el general galo, Pierre Schill, aseguró en Le Monde “que Francia podría desplegar una división de 20.000 soldados en un plazo de 30 días para formar parte de una coalición aliada”.

Es este clima de tensiones entre bombardeos informativos y bombardeos a refinerías rusas y plantas eléctricas ucranianas, que irrumpe el Estado Islámico como un actor no invitado, como un agente disruptivo que amenaza con crear un segundo frente al interior de Rusia. De confirmarse el sello yihadista del EI en el tiroteo e incendio del Crocus City Hall en los próximos días, es muy probable que sea en respuesta al apoyo de Moscú a los regímenes de Siria, Afganistán y África Occidental. ¿Se trata entonces de desestabilizar el corazón de Rusia? ¿Escalará el conflicto ruso-ucraniano hasta el bajo vientre ruso de mayoría musulmana? Aún cuando no sobrevino el alzamiento de las poblaciones islámicas de la URSS tal como vaticinó la historiadora Hélène Carrere d´Encausse en 1978 en su obra L´Empire Éclaté, Rusia y su vasta periferia aún adolecen de añejas reivindicaciones étnicas, religiosas y fronterizas listas para ser explotadas

*Miembro de la Unidad de Estudio Rusia-Ucrania de COMEXI. Profesor de Relaciones Internacionales en la FES-Aragón (UNAM) y catedrático invitado del Centro de Estudios Superiores Navales (CESNAV).


Por Víctor Francisco Olguín Monroy

Tras el atentado terrorista perpetrado el pasado viernes 23 de marzo al interior del Crocus City Hall en Krasnogorsk, provincia de Moscú, tanto el vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, Dmitri Medvédev, como el recién reelecto presidente ruso, Vladimir Putin, externaron su determinación de emprender represalias “legítimas” contra los autores materiales y sus patrocinadores. Con 182 víctimas fatales contabilizadas hasta el momento, se trata del mayor operativo a gran escala contra objetivos civiles desde los asaltos al Teatro Dubrovka en el 2002 y un colegio en Beslán en el 2004, cuando entonces el Kremlin se encontraba en guerra contra el separatismo checheno en el Cáucaso Norte. Si bien, en esta ocasión el Estado Islámico se ha adjudicado la autoría del ataque en la sala de conciertos que se encontraba atiborrada, llama la atención la intensa jornada mediática que le antecedió.

El 9 de febrero, Vladimir Putin concedió una entrevista al periodista norteamericano y otrora presentador de la cadena Fox News, Carlson Tucker, en dicha entrevista, -de poco más de dos horas y millones de visualizaciones-, el mandatario ruso no solo reveló que los equipos de asesores de los presidentes William Clinton y George W. Bush hijo, se opusieron tajantemente a que Rusia formara parte de la renovada OTAN o “que Estados Unidos, Rusia y Europa desarrollaran conjuntamente un sistema de defensa antimisiles”, sino que “las reservas de dólares están disminuyendo” gracias a las “medidas restrictivas” impuestas por Washington contra “algunos países” y que “los países BRICS” ya eclipsan “la participación de los países del G7 en la economía mundial”.

El 16 de febrero, el Servicio Penitenciario Federal de Rusia anunció el fallecimiento del principal opositor político de Vladimir Putin, Alekséi Navalny, mientras cumplía una sentencia de 19 años en la colonia carcelaria IK-3 también conocida como “Lobo Polar”. La muerte de Navalny no solo provocó nuevas sanciones internacionales contra Moscú, sino también manifestaciones y arrestos de simpatizantes del activista de 47 años en varias ciudades rusas incluyendo la capital.

El 27 de febrero, el presidente francés, Emmanuel Macron, causó polémica cuando en la Conferencia de Apoyo a Ucrania celebrada en París y que congregó a más de una veintena de invitados, entre mandatarios europeos y delegados de Estados Unidos y Canadá, no descartó el envío de efectivos militares occidentales a Ucrania para repeler el avance de las fuerzas armadas rusas. Aunque reconoció que todavía “no hay consenso sobre el envío de tropas terrestres” de la Unión Europea o la OTAN, Macron se comprometió a hacer “todo lo posible para evitar que Rusia gane esta guerra” y anunció “cinco categorías de acción” que van desde “la ciberdefensa, la coproducción de armas y municiones en Ucrania, la defensa de los países amenazados directamente por Rusia y, en particular, Moldavia; la capacidad para apoyar a Ucrania en su frontera con Bielorrusia y en las operaciones de retirada de minas”.

El 18 de marzo, la Comisión Electoral Central de Rusia declaró vencedor a Vladimir Putin para ejercer como presidente para un quinto mandato con más del 87% de los votos computados. A decir del propio dirigente ruso, el conflicto ucraniano contribuyó a la abrumadora victoria del partido Rusia Unida: “Esto está relacionado con qué nos vemos obligados, en el sentido literal de la palabra, a defender con las armas en la mano los intereses de nuestros ciudadanos”.

El 21 de marzo, el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, adelantó que está en marcha la conformación de “dos cuerpos de ejército a nivel de toda Rusia y 30 agrupaciones militares, incluidas 14 divisiones y 16 brigadas” con el fin de sostener la ofensiva contra Ucrania y blindar el “flanco suroeste”. Ese mismo día, el general galo, Pierre Schill, aseguró en Le Monde “que Francia podría desplegar una división de 20.000 soldados en un plazo de 30 días para formar parte de una coalición aliada”.

Es este clima de tensiones entre bombardeos informativos y bombardeos a refinerías rusas y plantas eléctricas ucranianas, que irrumpe el Estado Islámico como un actor no invitado, como un agente disruptivo que amenaza con crear un segundo frente al interior de Rusia. De confirmarse el sello yihadista del EI en el tiroteo e incendio del Crocus City Hall en los próximos días, es muy probable que sea en respuesta al apoyo de Moscú a los regímenes de Siria, Afganistán y África Occidental. ¿Se trata entonces de desestabilizar el corazón de Rusia? ¿Escalará el conflicto ruso-ucraniano hasta el bajo vientre ruso de mayoría musulmana? Aún cuando no sobrevino el alzamiento de las poblaciones islámicas de la URSS tal como vaticinó la historiadora Hélène Carrere d´Encausse en 1978 en su obra L´Empire Éclaté, Rusia y su vasta periferia aún adolecen de añejas reivindicaciones étnicas, religiosas y fronterizas listas para ser explotadas

*Miembro de la Unidad de Estudio Rusia-Ucrania de COMEXI. Profesor de Relaciones Internacionales en la FES-Aragón (UNAM) y catedrático invitado del Centro de Estudios Superiores Navales (CESNAV).