Indudablemente la pandemia de Covid-19 ha puesto en crisis a varios pilares del sistema económico mexicano. Uno de éstos es el turismo. Por ahora y durante mucho tiempo no será fácil ni deseable ni aconsejable realizar viajes de paseo fuera de la propia localidad.
Autobuses, aviones, hoteles, restaurantes, bares, cruceros y centros de espectáculos son el perfecto caldo de cultivo del coronavirus. Si produce miedo salir al mercado, foco de encuentro de unas cuantas personas, sólo hay que imaginarse el terror que producirá una reunión de muchas decenas de miles de personas en un estadio deportivo, una plaza de toros o una sala de conciertos.
También ha entrado en crisis la migración laboral internacional. Países expulsores y receptores mutarán sus ideas y sentimientos en la materia. La migración, como el turismo, son, objetivamente, los vehículos centrales en la expansión de gérmenes y brotes epidémicos.
Y lo mismo puede afirmarse del comercio internacional. Habrá que comerciar sólo mercancías y bienes necesarios. La pandemia ha significado un duro golpe al consumismo. Sobre todo al más desaforado, exótico e irracional.
Todo esto implicará un retorno al localismo, es decir, a la producción y comercio locales y cercanos. Como la producción en casa y en talleres pequeños. Esto ya es palpable con el fenómeno conocido, sobre todo en el sector de los servicios, como home-office.
Menos desplazamientos laborales, menos turismo, menos consumismo, menos migración y menos comercio internacional harán necesaria una gigantesca reconversión económica planetaria.
Y ésta, desde luego, tendrá que ser orientada por el Estado y no por los intereses económicos privados. ¿Más médicos, enfermeras y hospitales o más hoteles de gran lujo? ¿Más producción y comercio locales o más importaciones? ¿Más agua potable o más fraccionamientos de lujo? ¿Más dependencia económica del extranjero o mayor autarquía productiva? ¿Más vacunas o más epidemias y enfermedades?
¿Más dependencia de patentes extranjeras o más investigación científica y tecnológica nacionales? ¿Más megalópolis insufribles o más urbes y poblaciones pequeñas, acogedoras y humanas? ¿Más gigantescos centros comerciales o más comercio barrial? La elección no es tan difícil.
El panorama todavía no es claro. Pero ya hay indicios que apuntan a la necesidad y posibilidad de un radical cambio de paradigmas económicos, sociales y culturales, algunos de ellos ya en marcha.
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