Por: Roberto Salinas
El panorama para un futuro post Covid-19 se puede caracterizar con una sola palabra: incertidumbre. Se han pronosticado disrupciones en el sistema económico global, mientras que otros menos pesimistas auguran un episodio donde la innovación se pondrá a prueba de fuego. En México y la región latinoamericana, se esperan caídas de hasta dos dígitos en el crecimiento económico.
Varios observadores han puntualizado los riesgos de una creciente desigualdad socioeconómica, derivada de las contracciones en ingreso y el aumento de desempleo generado por el congelamiento de la actividad económica y el comercio derivado de los confinamientos; y, con ello, una secuela de posibles estallidos sociales. Por otro lado, varios países han observado una ola de autoritarismo, una vez que el “instinto autócrata” de los políticos ha aprovechado la emergencia sanitaria para imponer límites a las libertades humanas y consolidar el poder. Este fenómeno no discrimina entre derecha e izquierda, entre niveles de desarrollo o niveles de gobierno. En algunos casos, el surgimiento de estos autoritarismos incluso ha sido apoyado por la ciudadanía popular. Ello es esencia y consecuencia de vivir en un clima de miedo crónico.
En el pasado, la economía mexicana logró superar los ciclos de crisis económicas por medio de políticas públicas responsables (por ejemplo, compromiso con finanzas públicas sanas, y con apertura comercial), combinado con la suerte de contar con mecanismos de escape que permitían mitigar el golpe económico—por ejemplo, la inmigración ilegal al norte de la frontera, o la economía informal. Otros países en Latinoamérica lograron absorber los choques de las diversas crisis financieras en los últimos 25 años por medio del “super-boom” en materias primas, especialmente petróleo. Ello actuó como una especie de morfina que suavizó el efecto inevitable de los derroches fiscales en naciones como Venezuela o Argentina.
Uno de los aspectos atípicos de la crisis derivada de esta pandemia es que no existen, o no se vislumbran, las válvulas de escape que antes servían para amortiguar parte del daño. En las palabras de Carmen Reinhart, economista en jefe del Banco Mundial, “esta vez sí es distinto”; es decir, la actual crisis no se deriva de un desequilibrio en las finanzas globales, de un episodio de derroche fiscal, o de una política macroeconómica equivocada. De un día para otro, el sistema global de oferta y demanda fue congelado. El comercio cotidiano, exceptuando lo “esencial,” se contrajo a niveles nunca antes vistos. En nuestros países, las rutas últimas como la migración o la economía informal no son opciones, mientras que las remesas que vienen de EUA o Canadá también tienen un límite, por el propio desplome de actividades en esos países. Los famosos “commodities” tampoco resultan ser viables, ante la depresión de precios en materias primas.
El comercio exterior, el cual logró ser el motor real para sacar a México de las crisis en 1994, 2001 y 2008, ahora se encuentra semi-congelado, aun a pesar de las grandes oportunidades que brinda el nuevo escenario para convertirse en un centro estratégico de logística, de cadenas de valor y de comercio internacional.
El panorama que ofrecen las voces del pesimismo, tal como Nouriel Roubini, el llamado experto en apocalipsis, es que América Latina enfrenta un escenario de “década perdida” más severo que la crisis de deuda de los 80s. Otras voces, como Matt Ridley o Johan Norberg, no subestiman la gravedad de la pandemia, pero enfatizan que aquellas naciones que logren un justo equilibrio entre la salud de sus ciudadanías y las libertades humanas, tenderán a mostrarnos el impacto de la innovación sobre el porvenir de nuestras sociedades. La gran lección para ellos y otros, es justamente que las políticas de los gobiernos respeten el dejar trabajar; y que, en en la mayoría de los casos, se generen apoyos fiscales que permitan a las pequeñas y medianas empresas sobrevivir el tsunami económico.
Un panorama poco reconocido es el impacto de la pandemia sobre el populismo, sea de derecha, de izquierda, de arriba, de abajo, etc. Si bien hemos observado el poder del instinto autócrata, desde México, El Salvador, Bolivia, Perú, Brasil o Argentina, por no decir el mismo EUA, la gran mayoría de los nuevos populistas comparten un común denominador: no reconocer la realidad que vivimos. Aquellos países cuyos líderes han privilegiado saber escuchar a otros, ya sea científicos, empresarios, sociólogos o biólogos, han logrado salir mucho mejor librados de la crisis, que aquellos países donde los líderes se rehúsan a reconocer los datos duros de la realidad. Alemania, Nueva Zelanda, Islandia, Corea del Sur, incluso el caso controvertido de Suecia, muestran cuál debe ser la ruta a seguir.
Así concluye un estupendo texto en Financial Times: la epidemia puede resultar ser el factor que logre contener a los populismos de toda índole. Son panoramas, claro, pero nos obliga a repensar la sabiduría de nuestro dicho popular: no hay mal que por bien no venga.
Asociado COMEXI
@rsalinasleon