M. en C. Víctor Hugo Flores Delgado*
Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste
De los orígenes del pensamiento al avance científico
En la historia del pensamiento humano, hemos transitado desde las creencias mágicas ancestrales hasta el desarrollo del método científico, marcando un camino de evolución y descubrimiento que ha transformado nuestra comprensión del mundo que nos rodea.
El pensamiento mágico, arraigado en las culturas antiguas y en conocimientos tradicionales, que atribuía los fenómenos naturales y los sucesos inexplicables a fuerzas sobrenaturales o divinas. A través de rituales y creencias, buscábamos influir en nuestro entorno de manera simbólica, encontrando en estas prácticas un refugio frente a la incertidumbre del universo. Sin embargo, este enfoque, aunque proporcionaba cierto consuelo, limitaba nuestra comprensión racional y promovía la superstición en lugar de la exploración científica.
Con la llegada del pensamiento filosófico, se produjo un cambio fundamental. Filósofos como Tales de Mileto comenzaron a buscar explicaciones lógicas y naturales para los fenómenos observados, apartándose de las narrativas míticas. Surgió así la filosofía, una disciplina que nos invitaba a cuestionar y analizar nuestro mundo desde la razón y el pensamiento argumentativo, allanando el camino para el nacimiento del pensamiento científico.
Este último, impulsado por el método científico y la rigurosidad experimental, marcó un hito en nuestra historia intelectual. Figuras como Galileo Galilei y Francis Bacon nos guiaron hacia una nueva era, donde la observación metódica, la experimentación controlada y la formulación de hipótesis verificables se convirtieron en la piedra angular de la investigación científica. Este enfoque revolucionario transformó nuestra comprensión del mundo, permitiendo avances extraordinarios en campos como la física, la química, la biología y la medicina.
Filosofía y ciencia
La filosofía, como disciplina, se ocupa de reflexionar y cuestionar los aspectos fundamentales de la realidad, la existencia humana y el conocimiento, utilizando un razonamiento lógico y la argumentación. A diferencia de la ciencia, la filosofía no se limita a la observación empírica ni en la verificación de hipótesis por medio de experimentos controlados; se dedica a buscar respuestas a través del análisis conceptual y la reflexión crítica, por lo que se emplea en cuestiones que no son cuantificables (medibles) o verificables. Mientras que la ciencia, se enfoca en la obtención de conocimiento por medio de métodos específicos y empíricos.
Autores como Mario Bunge y Mario Tamayo han propuesto definiciones respecto el concepto “Ciencia”, sin embargo, no existe un consenso único así que, por conveniencia, utilizaremos la definición del diccionario Oxford: “La Ciencia es una rama del saber humano que se constituye de conocimientos objetivos y verificables sobre una materia que son obtenidos mediante la observación, la experimentación, y una metodología adecuada para el objeto de estudio y sistematización de conocimientos”.
La ciencia y la filosofía no son disciplinas contrapuestas, a pesar de la percepción común. La filosofía y la ciencia tienen un origen en común como formas del saber humano, por ejemplo, en la antigua Grecia, los sabios que generaban y aplicaban el conocimiento, se les llamaba filósofos, y el conocimiento lo clasificaban en ciencia y en filosofía. Las matemáticas, la astronomía y la mecánica, se consideraban como ciencia, mientras que la física, la biología y la reflexión del ser humano, así como lo espiritual lo asociaban con la filosofía es por el siglo XVII que la ciencia y la filosofía toman caminos distintos.
Durante el siglo de la revolución científica, los métodos de la ciencia y la filosofía comenzaron a distanciarse, entre filósofos y científicos. Aun así, figuras como Descartes y Newton, practicaron ambas disciplinas. Incluso hoy en día, al cursar un doctorado en ciencias en países anglosajones, se obtiene el título de “Doctor en filosofía” (PhD en inglés), a manera de reconocer que la filosofía y la ciencia están estrechamente relacionadas.
Se puede decir que el vínculo entre la filosofía y la ciencia en el mundo moderno ha dado paso a la sociedad del conocimiento, es decir, a una sociedad que cada vez demanda y consume más información, por medio de bienes y servicios digitales, que después se van a materializar en productos, lo que hace imperiosa una mejor educación, innovación y colaboración.
Sociedad del conocimiento y la información
En la esfera socioeconómica, las sociedades más prosperas y con mayores índices de bienestar, son las que tienen alta capacidad de innovar, logrando convertir la información en conocimiento nuevo, cristalizado en bienes y servicios, ejemplos sobran; Corea del Sur, Alemania, Francia, Japón, Inglaterra, Israel, Estados Unidos, por mencionar algunos de los muchos países desarrollados que su economía está basada en la “sociedad del conocimiento y la información”
La clave de su éxito radica en el desarrollo de diversas capacidades como son: el acceso a la educación, con el fin de formar capital humano altamente competitivo y productivo; así como el desarrollo del sector científico; y la capacidad de vinculación con el sector productivo enfocados en convertir la información en conocimiento aplicable.
Es crucial comprender que el sector productivo, conformado por empresas públicas y privadas, es el responsable de materializar los avances científicos en bienes y servicios. Por ejemplo, detrás del Iphone de Apple, se encuentran miles de conocimientos desarrollados por científicos en las universidades y centros de investigación, es decir la academia, que han permitido la integración del Wi-Fi, el GPS, los microprocesadores y la pantalla táctil, sin embargo, es la empresa Apple la que acapara los reflectores, invisibilizando la labor académica.
Esta desconexión entre el aporte científico y su impacto en la sociedad lleva a que muchas personas no reconozcan el papel fundamental de los científicos en el desarrollo y mejora de los bienes que disfrutamos hoy en día, en ese sentido, es crucial transmitir el valor público de los científicos en la percepción social.
Una forma de reivindicar el aporte de las instituciones de educación superior es por medio de la vinculación, dónde una empresa se asocia con una institución generadora de conocimiento y se comparten los derechos de propiedad industrial. Un ejemplo contemporáneo es el desarrollo de las vacunas contra la COVID-19.
Por ejemplo, la vacuna de AstraZeneca fue desarrollada por la Universidad de Oxford en Cambridge, Inglaterra, manteniendo los derechos de invención, mientras que la empresa posee la licencia de patente para su comercialización, distribución y licencias de producción, formando parte del acuerdo, que en el marketing se reconociera la labor de la Universidad.
Este tipo de esquemas de vinculación son comunes en los países desarrollados, sin embargo, en los países en vías de desarrollo, como México, persiste un debate ideológico que dificulta la generación de vínculos entre los centros de investigación y universidad públicas con el sector productivo, por un lado gobiernos que se niegan a financiar a empresas privadas y por el otro, una sociedad ajena a los beneficios de las investigaciones aplicadas, y que parece arraigarse al pensamiento mágico, en lugar de transitar a una sociedad del conocimiento. .
* Víctor Hugo Flores Delgado es Técnico de Proyectos en el CIBNOR, MBA y economista. Combina su experiencia en planeación estratégica con un interés por la divulgación y el análisis crítico. Su perfil integra habilidades técnicas y analíticas, aportando un enfoque holístico.
Referencias:
Gómez Ruiz, Leonardo “La relación entre filosofía y ciencia”(2020)
Mazzucato, Mariana “El estado emprendedor”, (RBA, 2014)
Quiroz Waldez, Fco. Javier “Sociedad de la información y del conocimiento” (SNIEG, 2005)