Por Estela Casados
En los últimos años es recurrente que me pregunten sobre qué hacer para acabar o, al menos, disminuir las violencias contra mujeres. Confieso que he ido quedándome sin respuestas. Aunque usted no lo crea, ser feminista consiste en elaborar propuestas para plantear otro futuro en el que no nos maten ni nos violenten de esas mil formas en que el patriarcado sabe hacerlo.
Han sido muchos años en los que hemos hecho propuestas que hagan posible ese cambio. Algunas de ellas han sido tomadas en cuenta e implementadas con cierto éxito. Sin embargo, pareciera que todo ha cambiado para permanecer igual, en el mismo lugar: condenas fuertes a los feminicidas, mecanismos para la salvaguarda de la vida y derechos de las mujeres, andamiaje institucional y legal que asegura proteger a las que vivimos en este país.
Lo que nos va dejando sin respuestas es que, pese a todo, seguimos paradas en el mismo sitio. Ha sido como dar una vuelta de 360 grados para quedar en el mismo lugar. Entonces, protestamos más, proponemos más y, también, nos violentan más.
En su formulación del concepto feminicidio, la antropóloga feminista Marcela Lagarde indica que éste es un delito de Estado porque la autoridad y las instituciones fomentan y facilitan la impunidad de los asesinatos de mujeres. Revictimizan a las familias de las víctimas y la memoria de ellas.
Aquí agregaría que el Estado y la sociedad mantienen un pacto patriarcal, pues el primero da las condiciones formales a la impunidad y la gente de a pie las valida y fortalece a través de prácticas diversas que van desde cuestionar la probidad de las mujeres asesinadas hasta subestimar la valía de las denuncias.
Por igual, hombres y mujeres tienen a flor de labios la burla, el cuestionamiento y la denostación cuando de violencias contra mujeres se trata. Incluso, se ha sofisticado la forma en que cuestionamos las violencias o ponemos en duda el testimonio de mujeres agredidas. Denostación machista, pero sin dejar de ser “políticamente correcto”. ¿A qué se debe esto?
Hace unos días encontré la respuesta de la mano de Mónica Mayer, la artista feminista en México que desde hace décadas impulsó la estrategia para tejer arte, feminismo e incidencia política. “Al patriarcado lo habitamos y nos habita”, sentencia desde una publicación en sus redes sociales que posteó este fin de semana.
Todas aquellas acciones de odio hacia las mujeres, desde el feminicidio hasta el chisme, la subestima y la desconfianza, implica habitar el patriarcado y, con ello, dar un cruento sentido a nuestras vidas. A veces ni lo notamos, pero está ahí en muchas de nuestras acciones.
Percatarnos de ello, puede traducirse en deshabitar o cambiar la manera en que nos construimos como personas. Implica el mayor de nuestros retos, uno que difícilmente vamos a afrontar porque es tarea compleja inventar mundos más justos, pero hay que hacerlo.
“Al patriarcado lo habitamos y nos habita. Urge cambiar de código postal”, reitera Mónica Mayer. Tarea titánica, sin duda. Nos llevará la vida, pero no importa. Asegurémonos de no llevar una mudanza patriarcal a esos nuevos espacios.
Coordinadora del Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres. Universidad Veracruzana