Por Estela Casados
Hace unos meses, cuando se dio a conocer que las dos coaliciones políticas que participarían en la contienda hacia la Presidencia de la República postularían a mujeres, no dejó de causar sorpresa y señalamientos sobre la capacidad, aptitudes e independencia política de ambas candidatas. Esto causó especulación y todo tipo de declaraciones que pretendían ser muy objetivas, pero que rayaban en la misoginia más llana.
Es decir, se exhibía una supuesta inferioridad de las contendientes con relación a sus pares masculinos ya que se les tachaba de tontas, manipulables y se les violentaba a través de la burla y el descrédito. La estrategia tenía tal efecto que para muchas personas votantes fue difícil escuchar y analizar las propuestas sin identificarlas con los atavíos propios de la descalificación que reiteradamente se hacía a una y otra candidata.
A flor de labios, se dirá que ahora tenemos a la primera Presidenta del país, en los últimos seis años México ha contado con tres Secretarias de Gobernación, dos de ellas adultas mayores, por cierto. Los poderes legislativo y judicial han sido encabezados por mujeres, se ha impulsado la conformación de congresos paritarios en las 32 entidades de la República e incluso el poder legislativo ha visto en sus curules a personas de la comunidad de la diversidad y disidencia sexual. Desde luego, esto es un logro importante. No está a discusión.
Lo que sí se encuentra a discusión es lo que permanece y desconoce cualquier reforma constitucional: el desprecio a las mujeres que participan en la política y en la función pública, así como todo aquello que calificamos como femenino en el quehacer político.
Esto no conoce de reformas constitucionales ni de paridad. Pareciera que hay una competencia, a veces voraz, a veces enmascarada, por disminuir el papel de las mujeres en la política, sexualizándolas, centrándolas en un supuesto rol reproductivo femenino y en los trabajos de cuidados o en el amor heterosexual.
No importan los índices de popularidad de las funcionarias, su capacidad de oratoria, trayectoria y oficio político. Siempre habrá un buen motivo para tacharlas con el talante machista que marca una inferioridad que ya no tiene de dónde asirse más que del lugar común con ayuda de las nuevas tecnologías y de una llamada inteligencia artificial que espejea la violencia machista que sabe utilizarla tan bien para sus fines.
El avance de las mujeres en la política, así como en otros aspectos de la vida, es un tema que viste bien cuando decimos que lo aprobamos e impulsamos. Del machismo que prevalece y su quehacer misógino poco hablamos porque es nuestra segunda piel, aunque no de todas, no de todos. Renovadas resistencias del machismo de siempre
Coordinadora del Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres. Universidad Veracruzana.